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Autofocus: el escabroso cine de Paul Schrader

Juan Carlos Moctezuma R. *Paul Schrader es miembro de la misma generación de cineastas que incluye a Francis Coppola y Martin Scorsese, que en los setentas levantaron la industria hollywoodense mezclando el cine de autor con el éxito comercial; sin embargo Schrader ha sido un director que ha optado por mantener un perfil más bajo que ellos, lo que no le ha restado un ápice de respeto dentro de esa industria.

Guionista de películas clave como Taxi driver (le ha escrito otras tres cintas a Scorsese) y también reconocido como crítico de cine, la carrera de Schrader tiene un pecado original: haber comenzado a dirigir a fines de los setentas y tratar de sobrevivir en los ochentas al lado de otra generación de cineastas y de público que cayeron rendidos ante las nuevas formas de expresión visual que rigieron esa década, por encima de los temas de mayor profundidad y complejidad que a él tanto le interesan.

Aunque su primera cinta dirigida en 1978 fue un thriller de trasfondo político y social (Blue collar) acerca de la corrupción del sindicato en una fábrica de autos, fue con Donde está mi hija (1979) con la que definiría su interes por los temas escabrosos, determinados por la rígida educación calvinista que tuvo en el seno familiar.

En esta película George C. Scott interpreta a un atribulado y excesivamente religioso padre de familia que para encontrar a su extraviada hija que trabaja en la industria porno de Los Angeles, tiene que mimetizarse y convertirse en un consumidor del sexo duro.

American gigolo (quizá su mayor éxito comercial, filmada en 1980) pasea por los mismo senderos de los excesos sexuales al narrar la vida de Julian Kaye (Richard Gere), el padrote más solicitado de Beverly Hills por hombres y mujeres.

Ahora, tras filmar sólo cinco cintas en la pasada década, Paul Schrader regresa con una película que lleva su sello: Autofocus.

En ella narra la vida de Bob Crane, un locutor radiofónico que al dar el paso al cine y la televisión, logró destacar gracias a su papel protagónico en la serie Los héroes de Hogan, muy popular a fines de los sesentas y principios de los setentas.

Al igual que en sus películas antes mencionadas, en esta nos introduce a un universo de excesos sexuales, cuando Crane conoce a John Carpenter, un sicalíptico técnico especializado en los, en ese entonces, emergentes sistemas de video casero.

Conforme la amistad de ambos avanza, Crane (interpretado muy creíblemente por Gregg Kinear) sufre una transformación: de un devoto padre de familia que sigue al pie de la letra el evangelio wasp, con el éxito de la serie televisiva comienza a liberarse de sus ataduras y se descubre como un adicto al sexo, a las mentiras y al video.

Así, somos testigos del ascenso y caída del artista. De sus días gloriosos en la serie de televisión a su posterior peregrinaje por distintas ciudades estadunidenses con una obra teatral de tercera categoría. De sus fracasos maritales a sus crisis personales por la soledad en que termina y de ahí, a su muerte.

Schrader retrata también la relación que sostiene con Carpenter (un ambiguo Daniel Defoe), su compañero de licencioso comportamiento, y con quien piensa que “un día sin sexo, es un día perdido”. Aquí sólo insinúa y nunca da por hecho la atracción homosexual que el técnico de video siente por el actor.

De hecho la escena más mórbida de la obra se refiere no tanto las relaciones sexuales –privadas o en grupo– que tienen con mujeres sino al placer masturbatorio de ambos al verse fornicando en video.

Aunque en terminos generales Autofocus resulta una interesante anécdota, digna de ser llevada a la pantalla por lo público del personaje y su trágico destino, lo cierto es que conforme transcurre la cinta, se nota la pérdida de fuerza dramática.

Schrader se nota falto de ritmo y en una que otra escena de plano derrapa (la más evidente es cuando retrata la abstracción de la realidad que sufre el protagonista mientras filma un capítulo de Los héroes de Hogan, en la que al intentar mostrar el estado de confusión que abate a Crane, sólo logra confundir al espectador). Quizá esa impericia se deba a las pocas oportunidades que ha tenido para filmar las cosas que a él le interesan.

Sin embargo la semilla temática de crítica a la podredumbre de la sociedad estadunidense dejada por Schrader hace ya un cuarto de siglo, ya ha sido recogida por cineastas como Tod Solondz (Felicidad), Paul Thomas Anderson (Boggie nights) y el inglés Sam Mendes (American beauty), quienes han removido las hipócritas conciencias de esa sociedad.

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