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La plana mayor del ayuntamiento, en el regreso de las peleas de box

 * Va el alcalde López Rosas con el medallista olímpico Bernardo Segura, a quien el anunciante presenta como “el corredor”

 Aurelio Peláez * ¡Pelearán…¡ Después de dos años de sequía, por fin el box. Arriba no importa quién camina, quién se desplaza sobre el entarimado del ring. Abajo lo que importa es el reencuentro, el de los que se emocionan mirando cómo se desplazan los guantes creando una armonía del arte de golpear y de evadirse de los golpes. Aunque el reencuentro haya sido más de ganas que de buen box, con decisiones localistas y las mismas trampas de siempre. Lo que importa son las ganas de ver y de emocionarse: “El box es una terapia, nos quita el estrés, nos quita todo; luego del box salimos como del confesionario, bien limpiecitos”, nos receta don Armando García, el anunciador, ahora el Señor y un don nadie quizá debajo de la duela.

–¡Mamacita!

–¡Fiu fiu! –se les silba a las edecanes.

El Boris es el único ídolo en los últimos cuatro años que tiene el box porteño. El primero y el único. Es un peso gallo que agarró muchas mañas en estos dos años que no lo vimos, en los que por falta de arena local tuvo que andar recorriendo el país, buscando lana y rivales. O al revés. Los de abajo tenemos ganas de creer en él, tras años de sequía de no tener un porteño en los primeros lugares de la cartelera. El antepenúltimo fue el Negro Avendaño. Más atrás Marcos Villasana, el siempre antesalista de los campeonatos mundiales, y mucho antes Alberto El Costeñito Morales y Erubey El Chango Carmona (de paso, también el Changuito, de Puerto Marqués).

El Boris (Julio César Avila), es fuerte y rápido. Ahora muy mañosón y ducho en el golpeo en corto. Va en la pelea principal contra el chilango –así le gritan– Juan García. Abajo se le apoya más con ganas de que los empresarios que apostaron algo de lana a este evento no se desanimen y sigan abriendo la cartera, aunque sea para pagar salarios de 200 a 500 pesos a los de las peleas menores, con todo y que queden medio tarolas después.

“¡Pelearán cuatro rounds!”. El presidente municipal Alberto López Rosas entra al escenario –Centro Social de los Electricistas– a la tercera pelea de los teloneros. La neta, nadie lo recuerda haber visto antes en una función de box. Se le sabe más bien cercano a la lucha libre, y últimamente a las corridas de toros. Pero últimamente el alcalde va a todas, cual si anduviera en campaña. Con él entran una veintena de acompañantes. Todos de a gorrita café. Van el síndico Marcial Rodríguez Saldaña y el coordinador de asesores, Ramiro Solorio. Ya antes entraron su compadre, el subdirector de Catastro Francisco Luna, y el director de Gobernación municipal, el ex priísta Alfonso Calderón Andrade. A ellos se les ubica en una zona preferencial, casi a nivel del ring, con mesas. Toman coca cola y yolis. Abajo circulan las chelas, pero si el alcalde no toma, nadie de los suyos lo hace.

A López Rosas la emoción se le ve fuera de ahí, como extrañando lo suyo, los costalazos y la doble Nelson, las máscaras y el teatro de la lucha libre. Se le ve que lo suyo es otra cosa. Más aún, le acompaña Bernardo Segura, el ex diputado federal del PRD, ex director del Deporte en el DF con Cuauhtémoc Cárdenas y ex medallista olímpico en caminata, a quien el anunciador presenta como “corredor”. También el mexiquense se ve fuera de lugar. Al alcalde le dan además un reconocimiento por su labor de “promoción” al deporte, que será al de las luchas o al futbol, porque el box no es lo suyo.

En la dos peleas principales, la del Boris y la de César Cayetano, el de Puerto Marqués contra otro chilango. Los referis apuran decisiones para dos nocauts técnicos, medidas que se antojan como muy localistas. En la primera, el Boris llevaba ventaja sobre Juan García, quien tenía cuerda como para dos rounds más, pero se dejó caer en el cuarto para respirar, y en la de César Cayetano, su oponente, más alto y con mayor alcance de brazos, quedó abrumado por el calor y daba la impresión de que podría resolver a su favor con una andanada de un dos-tres en cualquier momento, pero en el cuarto round se la pararon cuando se tiró un sentón.

Abajo se disfrutaba el reencuentro. Entre el toma y daca se le buscaba lo positivo a algo que se veía como una función mediana:

–¡Se tienen miedo o qué, chingada madre¡ –le gritaban a Héctor Solano, el gallo de Cumbres de Llano Largo, al que de última hora le cambiaron de rival, y en lugar de un chilango, le pusieron a Marco Villalba, un paisano de Puerto Marqués. Y es que desesperaron sus dos primeros rounds de estudio, de una pelea que se decidió en KOT en tres.

–Tírale a su pancita, a su pancita , le decían a otro en una pelea previa a las estelares, y es que uno realmente subió pasadísimo de peso, un vicio de los promotores regionales, dejar pasar esos detalles. Anuncian peleadores de peso gallo que suben casi en welter.

El anunciador Armando García aprovecha y nos recuerda a todos, asidos a un vaso de cerveza, que por fin nos reencontramos, qué ojalá y los promotores –quienes sean– repitan con otra función –a esta van unos trescientos– y que recuerden que un ex promotor, Abel Alvarez –un molinero que por entrar a este bisnes quebró sus negocios– alguna vez organizó 53 funciones en un solo año.

En tanto, va el campanazo y a otra pelea. Y va el grito de jubiló, el “jiiii”, cuanto alguien es tocado por un volado fulminante, de ese que sólo concluye su tarea mirando al rival tenido sobre la lona, o como cantaría Rodrigo González, “si alguna vez has mirado el mundo al revés, sabrás muy bien a qué huelen tus pies”.

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