Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

En Guerrero apagamos un incendio y los campesinos prenden tres, se queja un brigadista

Rosendo Betancourt Radilla

Chilpancingo

Los cerros de Guerrero están escondidos detrás de una espesa nube de humo por los incendios forestales; mientras entre las llamas, invisibles a la población, combaten al fuego más de 200 brigadistas recién capacitados por un instructor internacional.
Ellos arriesgan la vida a diario para mantener los mantos acuíferos, evitar que las llamas lleguen a los poblados y mantener los bosques de la entidad; caminan senderos rocosos, están constantemente respirando el humo de pastizales y bosques incendiados por un salario de 200 pesos al día, lo mismo que gana un peón de albañil.
Sus jornadas se han extendido hasta por cinco días de trabajo diario, acampan entre las cenizas del fuego que combatieron por la mañana y comen atún, frijoles enlatados, sopas instantáneas y cuando tienen suerte una tortilla con sal recién salida del comal, si en la comunidad que se encuentran los pobladores se portaron bien con ellos.
Ayer lograron sofocar un incendio de 100 hectáreas en la parte alta del cerro del Alquitrán, en el ejido Palo Blanco del municipio de Chilpancingo, lo hicieron en unas tres horas, cuando regresaban a la base por el mismo camino por el que subieron, había tres incendios más, descargaron sus cosas y continuaron la jornada.
Esto es lo común en la entidad, apagan un incendio y tres más se encienden, en promedio las 15 brigadas de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semaren) combaten 10 conflagraciones al día y para mantener el ritmo beben cinco litros de agua al día, cada uno.
La mayoría son jóvenes de entre 20 y 28 años de edad, pero los acompaña un veterano que ha sido apagafuegos desde hace más de 40 años, Melesio Fonseca, de 65 años de edad, que encabeza los combates, se juega la vida y controla hasta las llamas más intensas.
Para esto los capacitó su coordinador Javier Castro Hernández quien tiene el grado de comandante de incidencias tipo 4 a nivel internacional y ha combatido incendios en Nueva Zelanda, Canadá, Australia y Estados Unidos.

El equipo

En un recorrido por el cerro del Alquitrán con 14 de los brigadistas, se les observa bien equipados, todos portan casco, guantes, botas, casaca, pantalón de mezclilla y un rastrillo de seis picos por un lado y un lomo afilado por el otro, el Mcleod.
Portan bolsas aspersoras cargadas con 20 litros de agua cada una, estas se usan al final, cuando se controló la lumbre y se tienen que “liquidar” las llamas que quedaron.
Este incendio se pudo controlar velozmente, explica el coordinador, porque está a mil 700 metros de altura y el nivel de humedad en el aire es elevado, por eso señala cómo el humo no se levanta como en una chimenea, sino que avanza a la punta del cerro, recostado, como si tuviera que ir caminando, tocando la tierra.
El coordinador recibe llamadas por radio cada cinco minutos, le avisan de más incendios, de los que están controlados, de los que se salieron de control y de aquellos a los que no se puede acceder más que por helicóptero.
Mientras supervisa el trabajo de los jóvenes, explica las técnicas de combate al fuego, de conservación de los árboles jóvenes y de contención de las llamas que van utilizando cada uno de ellos.
Del veterano Melesio Fonseca, dice “él ha sido de gran ayuda porque con su basta experiencia hemos podido recorrer todos los caminos del estado, conoce cada vereda de todos los cerros del estado como la palma de su mano, tiene mapeado todo el estado en su cabeza”.

Apagas uno y encienden tres

Luego de contenido el incendio que consumió 100 hectáreas del bosque, el coordinador baja con los reporteros y en los primeros 300 metros observa a unos seis campesinos intentar contener las llamas que se les salieron de control mientras incendiaban un tlacolol para la siembra.
Ahora Javier Castro no cuenta con su brigada ni con sus herramientas, no tarda en mostrar su descontento y ordena “apaguen ese árbol porque lo van a matar” a lo que uno de los campesinos responde “no, porque me voy a quemar, si quieres que se venga uno de los más valientes de ustedes y conmigo le entramos, pero yo solo no”.
El acceso al árbol incendiado parece imposible, está rodeado por un perímetro de 5 metros de llamas de pastizal y en una vertiente, el experto improvisa, corta una rama de dos metros llena de hojas verdes y comienza a sofocar las llamas del rededor.
“Estoy enfriando la zona, porque no puedes entrar así, primero apagas alrededor de tu objetivo, luego entras sofocas y sales, entras, sofocas y sales”.
Y se abalanza sobre el tronco, lo apoya un brigadista que iba de chofer y se turnan para entrar y salir de las llamas, ya sudan, entran al área del fuego, apalean las llamas del árbol y salen en varias ocasiones hasta que llegan los refuerzos.
Luego de contenido, la brigada sigue bajando y enseguida se observa un incendio más, a lo lejos otro “apagas uno y los campesinos encienden tres”, se queja.

De polizonte a coordinador

El coordinador operativo de incendios de la Semaren, Javier Castro Hernández estudió en el Cbtis de Chilpancingo, a los 18 años de edad se fue a Estados Unidos en busca de trabajo, cruzó de manera ilegal.
Ya en el vecino país abordó como polizonte el primer tren que vio, no sabía que ese tren, que considera el más grandioso de sus errores, definiría el resto de su vida porque no se paró hasta llegar al estado de Oregon, capital maderera estadunidense.
“Me iba muriendo de frío y de hambre, nunca había visto cerros tan llenos de nieve, mucho menos había tenido que soportar ese frío tan intenso, pero no había marcha atrás, yo tenía que trabajar porque tenía mucha hambre”.
El primer trabajo que tuvo fue reforestando, “plantando árboles” y el mismo año en que llegó a Oregon (1989) consiguió trabajo como brigadista.
“Entré al combate a incendios, en 1991 me volví jefe de cuadrilla, en 1992 fui jefe de brigada y en 1994 comencé mi certificación profesionalmente, de 1994 a 2008 he estado tomando cursos cada año por la Asociación Nacional de Exterminio de Incendios Forestales (NWSA por sus siglas en inglés). Ahora es reconocido como instructor internacional desde el año 2000.
Los 23 años de combate al fuego lo han marcado, literalmente, sus manos están llenas de marcas que dice fueron causadas por “quemaduras menores” y en su rostro se observa una larga cicatriz que le provocó una caída sobre un tronco en el agreste guerrerense.
“El incendio más fuerte que he combatido ha sido en California, al sur en 2007, ese incendio se llevó pueblos enteros, abarcó la distancia de Chilpancingo a Cuernavaca. Tenía vientos de más de 100 kilómetros por hora, fue un combate extremo”.
“Se utilizó mucho ataque aéreo y las brigadas de élite que son comandos especializados en el combate extremo, son grupos de cinco, todos jefes de incendios, especializados. Cada uno tiene una función y atacan de manera directa porque afecta a los pueblos, no te puedes replegar. Tienes que contener de manera inmediata”.
Así como ha tenido grandes beneficios personales al ser considerado en Estados Unidos, un héroe, cuenta las pérdidas, la voz se le quiebra y se le aguan los ojos cuando relata.
“Hace dos años perdí a 15 de mis compañeros de Estados Unidos en un accidente aéreo, con ellos combatí casi 20 años (hace una pausa) el helicóptero falló cuando sobrevolaban un incendio en el norte de California”.
–¿Cómo regresas a Guerrero?
–Vine de vacaciones y unos brigadistas internacionales me pidieron que buscara trabajo acá porque el aire de los incendios forestales en México les llega a los Estados Unidos, me negaron el trabajo, no me querían ni de brigadista.
“Regresé hace tres años, volví a pedir trabajo y me lo dieron de coordinador, el salario que me pagan es muy poco, pero le vine a ayudar a mi estado y a los que no me quisieron dar trabajo les vine a demostrar mi capacidad”.
Hoy a los 43 años, asegura que lo más importante para él es formar cuadros en el combate a incendios y en la conservación de los bosques, le preocupa la falta de agua porque el estado y la federación permiten la tala de bosques en las inmediaciones de los mantos acuíferos por lo que vaticina “en diez años, en Guerrero vamos a estar matándonos por el agua, por eso tenemos que hacer algo”.

468 ad