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Crónica desde el Jardín Sur La noche que los querubines macizos rockearon a ritmo de slam

Aurelio Peláez * Del rock como el eterno retorno, donde Café Tacuba confirma eso de que el tiempo es circular, y que Jethro Tull no tenía razón cuando hablaba de ‘demasiado viejo para el rocanrol y demasiado joven para morir’.

Donde el Tri es una institución con rolas de hace 30 años que se siguen cantando como si fueran de ayer, y donde las nuevas bandas agarran de todo para mantener vivo el espíritu de ser de la banda, de ir a una tocada y de andar en el rol.

–Mis querubines macizos –saludaba Lora este miércoles en Acapulco. Pero ni un toquecín ni violencia asomaron esa noche.

Tres condones inflados, como zeppelines, golpean las cabezas de los asistentes al concierto; vuelos efímeros de chavos en el cielo, salto y madrazos del slam, y el polvo que es como un efecto en la escenografía que da cobijo a la música. Así fue.

El Tri de Alejandro Lora y Café Tacuba tocando –cerró el primero– en el jardín del Centro de Convenciones. Antes tocan El Gran Silencio e Inspector. Que se esperaba lo peor, algo grueso, pero al final los ocho mil de la banda respetan a sus instituciones y llevan la tocada en paz.

Al final, luego de cuatro horas de música, Lora como el abuelito del rocanrol despide a los ocho mil “querubines macizos” con su “qué Dios bendiga a la banda y al rocanrol”.

En la noche de este martes, el jardín del Centro de Convenciones, donde hace diez días se invitó a los abuelitos a recibir su pensión el gobierno del estado, el salto y el sudor ganan el espacio. Basta que las guitarras de El Gran Silencio se insinúen para que comience el baile. Al frente de donde se instala el escenario se hace luego como un círculo donde se baila a saltos y a topes. Vuela el polvo. Los preparados llevan mascarillas. Es el slam. El acordeón de la banda de Monterrey da diversos ritmos a sus rolas. Afuera sigue la larga fila para entrar al concierto. Chavos de 15 a 25 años son la mayoría de los presentes. Casi toda la bandera de Acapulco. Policías pasan báscula a la entrada. Se habla de un intento de portazo que se disuade con una rociada de gas lacrimógeno. Rumores, porque adentro todo es bien portarse, porque hasta las chelas valen 25 pesos, como para no mandarse, y los refrescos a 15.

–Guacha, guacha –dice uno de los vocalistas del Gran Silencio. Llevan tres rolas y sobre el aire han volado como cuatro. De pronto alguien es elevado al suelo y cae en algún lado. En una espalda, en unas manos, directo al suelo. Pero es parte del desmadre. La rola es algo de rock con ritmos de cumbia. Coronan con el chúntaro, donde un acordeón ordena el ritmo del baile.

Cuando llega Inspector, por sobre el cielo vuelan botellas vacías de plástico. Son lo más peligroso en la cancha de baile. Entra en tanto a acompañar una rola Miguel, el vocalista de Café Tacuba. Amnesia: “Ha pasado tanto tiempo, he tenido tanto tiempo, amnesia”. El baile del tacubo es un atractivo por sí solo. La banda le aplaude. Las chavas y chavos de colonias como Costa Azul, de La Progreso, y hasta algunos que se dejaron llegar de Renacimiento. Camisas negras, pantalones de mezclilla amplios. Pasamontañas algunos.

Inspector levanta a todos luego con su rola más conocida, esa que habla que “sé que es tarde para pedirte perdón, sé que es tarde para decir lo siento, terminó nuestro amor… con un tequila pretendo olvidarte, mis amigos y esta canción…”. La chaviza se la sabe y la canta. Una tan alto que otra la intenta callar.

–Cállate tu, pendeja.

La canción así tiene sentido. La banda deja de bailar y le entra al bolero. Las parejitas se abrazan. Ya no vuela nadie en el aire. Un helicóptero pasa por lo alto. Camarógrafos de Televisa graban los saltos abajo. Dará en las siguientes unas diez vueltas.

Cuando toca el turno a Café Tacuba algunos se repliegan de los lugares cercanos al escenario. Se teme que vuelvan los topes y los vuelos de cuerpos aéreos con el slam. Pero los tacubos despliegan buena música y la banda los escucha con respeto. Se puede decir que los tacubos, a más de diez años de tocar juntos son virtuosos. Se la sacan con su versión de Ojalá que llueva café, de Juan Luis Guerra, a ritmo Huapango.

–Muévete, chingada madre –le gritan sus cuates a un chavo que apenas mueve la cabeza. Ellos sudan. Se baila a saltos, dando vueltas, pero ni un golpe.

–Eres cabrón, no cabe duda –le gritan a Miguel. Café Tacuba tocará siete rolas. Cinco los anteriores.

El Tri entra con repertorio nuevo.

–Qué pasó hijos de su chingada madre –saluda. Pero el TRI no se entiende sin toda la historia de rolas que trae, y a las que por supuesto recurre. Cantan ADO, Perro negro, Una triste canción de amor, Metro Balderas.

Una botella de agua le cae a los pies. Reclama: “Píquenle el culo a ese guey, háganle el yoyo a este pendejo, mientras tanto cantemos chido”.

Lora  provoca: “¿Saben chiflar?”. Le llueven mentadas. “Gracias por acordarse de mi mamacita. Mamá, graba”

Lora que promueve su nuevo disco, con texto introducción de Carlos Monsiváis y se despide, a fuerza de peticiones con “las piedras rodando se encuentran”, aunque sean piedras con más de 30 años en el rol.

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