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Rafael Aréstegui

Nogueda Otero y el síndrome de la impunidad

Existe una historia dramática sobre los efectos que la soledad puede causar en los hombres, la de dos soldados japoneses abandonados en una isla del Pacífico que no se enteraron del fin de la guerra y después de varios años cuando llegó a la isla una embarcación con bandera americana abrieron fuego sobre ella porque eran las órdenes que tenían y para ellos la guerra aún no terminaba.

El abandono en la solitaria isla del Pacífico y la pérdida de toda relación con sus mandos les impidió enterarse a estos soldados que la guerra había terminado, en sus mentes la guerra continuaba y su deber como soldados era proseguir el combate donde fuera que encontraran al enemigo.

Hay otra soledad que también causa efectos negativos en la conducta humana: la soledad del poder, existen en la literatura varias obras que dan cuenta de esta soledad paradójica, los solitarios de palacio existen más en la realidad que en la novela, y ello se debe a que el ejercicio del poder impide relaciones claras con los colaboradores, que permitan que ellos hablen con la verdad y en vez de ello, caen en la adulación y en el servilismo, el gobernante no ve entonces la realidad sino lo que sus deseos quisieran que fuera esa realidad, cuando la pérdida de la realidad se hace colectiva en la clase gobernante, las insurrecciones de los pueblos hacen volver a la realidad a la clase gobernante de manera estrepitosa, recordemos el levantamiento zapatista, Salinas solamente veía el ingreso de México al primer mundo y la realidad era que la pobreza y la marginación habían alcanzado cifras descomunales que fueron y son las causas del descontento popular.

En nuestro país el ejercicio del poder en los cargos de gobierno del Ejecutivo, a cualquier nivel, antes, era un ejercicio absoluto, lo que permitió terribles comportamientos; los gobernantes no tenían que responder de sus actos, la novela de Jorge Ibarguengoitia: La ley de Herodes, fue brillantemente llevada al cine y es una muestra de lo arbitrario que era ese poder absoluto.

Pero este ejercicio de poder absoluto tiene otra cara: la del que abandona el poder y quien lo ejerció se resiste a aceptar que solamente es un ciudadano común y corriente, e incurre en comportamientos que lesionan a la sociedad.

Algunos de los que han dejado el poder, ven afectada su vida a tal punto que pierden el contacto con la realidad. Hace unos tres años los estudiantes y los padres de familia de la preparatoria de Huamuxtitlán tomaron el edificio de la escuela demandando la salida del director. Las acusaciones eran tan desmesuradas que eran difíciles de creer, se me envió a resolver el conflicto y me encontré con un cuadro terrible: el director había sido presidente municipal y su comportamiento era en realidad de una arbitrariedad extrema, siendo presidente vejó a la ciudadanía al grado de agredir personalmente a los comerciantes del lugar al frente de la policía, vestido de comando, su comportamiento ante la ciudadanía era grosero y prepotente y sobre el pesaban cargos de corrupción, la protección que tuvo del partido en el gobierno le permitió gozar de la impunidad.

Al terminar sus funciones y por esa absurda cultura política que se vive en la universidad, una fuerza lo hizo candidato a director y luego director electo, y al presentarse el conflicto derivado de su brutal comportamiento, esa fuerza lo defendió a ultranza, la opinión que me formé al visitar la población es que el director tenía problemas serios de conducta y recomendé que fuera tratado por un psicólogo, a regañadientes, por considerar mi juicio parcial en contra del director, el rector aceptó y envió a una sicóloga de su absoluta confianza. El diagnóstico fue que el director había perdido contacto con la realidad y debía ser separado no sólo del cargo sino de las actividades académicas, la moraleja es que el poder enferma.

Existe otro caso, el de un ex gobernador que en su periodo de gobierno cometió abuso de poder y tráfico de influencias y todo indica que fue el primero que estuvo involucrado en desapariciones forzosas, fue destituido por la legislatura local acusado de corrupción y tráfico de terrenos ejidales, solamente se le destituyó y no se procedió a realizar una investigación a fondo de los cargos que tenía en su contra, mucho menos se le castigó. El tráfico de influencias no se perseguía y mucho menos si el acusado era miembro del entonces partido oficial.

Sin que tenga la gravedad de una afección mental, Nogueda Otero actúa como si siguiera siendo gobernador, con escrituras de otros lugares se ostenta como propietario del predio ejidal donde está asentada la Colonia Fuerza Aérea, ha llegado al frente de un convoy de camionetas de la Policía Preventiva, como si fuera el Procurador de Justicia del Estado; como si fuera autoridad agraria informa tendenciosamente de un dictamen del Tribunal Agrario y emplaza a los colonos a desalojar en treinta días o de lo contrario anuncia que utilizará la fuerza pública. Todo esto con la complacencia de las autoridades estatales, todo indica que la clase política permite, tolera y encubre la impunidad del ex gobernador.

Sería importante que alguien le informara que ha dejado de ser gobernante y de que los tiempos actuales ya no son los de la impunidad, lo que uno se pregunta es: ¿Por qué la Fiscalía Especial para Delitos del Pasado, en la que Carrillo Prieto está al frente, no lo ha citado para que responda por los primeros desaparecidos con motivo de la guerra sucia en el estado?

También sería importante saber por qué la Secodam, no lo ha investigado para que explique cómo unas tierras que en la dotación ejidal de 1948 y que en el Registro Agrario Nacional (RAN), aparecen como ejidales, el las reclama como de su propiedad, ¿No debería también intervenir Florencio Salazar Adame titular de la SRA?

La cultura política que se habrá de remontar es precisamente la del ejercicio del poder sin límites que en el pasado se ejercía indiscriminadamente y que hoy día algunos presidentes y no me refiero solamente a los del PRI han demostrado ser excelentes herederos.

Quienes van asumiendo cargos de representación o de responsabilidad al frente de una institución, deben entender que su misión es la de ser servidores públicos y no solamente verse como funcionarios, que no es simplemente una definición diferente, es una concepción de cómo se asume la responsabilidad de la gestión al frente de una institución.

Si bien es cierto que lo anterior significa un cambio de cultura política y que tal cambio será lento, mucho ayudaría ir revisando, el comportamiento de los gobernantes del pasado, para quienes el ejercicio del poder no les significó un servicio precisamente y en cambio les permitió un enriquecimiento ilícito.

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