Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

El dinosaurio sigue ahí

  Aurelio Peláez

 A Genaro Peláez, a ocho años  El PRI sigue vivo en las colas. Las largas filas para hacer algo confirman que, como el despertar en un cuento de Monterroso, el dinosaurio sigue ahí. El PRI de las viejas trampas y de las mordidas, el PRI con el que crecieron “nuestros viejitos” que ayer esperaron hasta cinco horas para recibir por fin una pensión del Estado, que llegaron al Centro de Convenciones sobreponiéndose a la fatiga de la edad, y a las cosas con las que ya no se llega a los 65 años de edad.

La mayoría nacieron en el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), el de la expropiación petrolera, el de las jornadas de la educación socialista, el de la entrega de los ejidos a los campesinos; en 1946, con diez años algunos, ya mayores otros, quizá conocieron de la fundación del PRI, con Miguel Alemán Valdez como candidato a Presidente, quien de paso, dio marcha atrás al nacionalismo cardenista, e instauró el gobierno de los licenciados pro burgueses. Además, fraccionó Acapulco y lo condenó a vivir del turismo, cuando había una tradición de cuatro siglos de comercio marítimo.

Crecer y vivir con el PRI, votar por el hijo de Cárdenas en 1988, llegar a viejo y sin pensión estatal, votar por el PRI del Pronasol, descreer de nuevo, dar paso a Fox, ver de regreso al PRI de Madrazo… Qué pasa por la mente de los cientos de nuestros viejos haciendo cola para entrar al jardín del Centro de Convenciones y recibir una pensión que se dice, será permanente y por 400 pesos al mes; qué en tanto se sostienen con bastones, muletas, andaderas, agarrados a la reja de la calle, soportando el fuerte sol de la mañana. Esperar como el personaje de la novela de García Márquez (El Coronel no tiene quien le escriba), que esperó años una pensión de guerra. Esperar bajo el sol para acercarse a una mesa y recibir en efectivo 400 pesos.

–La chingada, qué no se los pudieron enviar a su casa o con tarjeta de cajero automático –reprocha un reportero buscando la sombra de una palmera, ahí en medio del jardín.

Pero aquí lo que importa es el oropel: las masas y el discurso; el gobierno que da, que regala; el gobierno como papá, como un papá de 73 años (cuando se fundó el PNR, abuelo del PRI) que regresa a recordarnos que el de Guerrero es de Juárez y es del PRI, y que más vale malo por conocido que bueno por conocer.

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 El discurso de Heriberto Huicochea, el secretario de Desarrollo Social, no deja dudas de cuál es el sentir del gobierno estatal (priísta) hacia al gobierno municipal (del PRD), que interpuso un recurso de controversia constitucional respecto al manejo del programa Pensión Guerrero. El gobierno de René Juárez decidió que no quería compartir el programa con el ayuntamiento de Acapulco, y pese a que el juicio está en marcha, lo echó andar.

Aunque el gobernador no estuvo ayer en la jornada de entrega de los primeros recursos de la pensión, Heriberto Huicochea advirtió en el acto oficial que “ya estamos en marcha; a este programa ya no lo para nadie”.

Reiteró por si no quedara claro, por si a los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación le ordenaran compartir el manejo de la pensión: “Este programa ya no lo para nadie; mientras René Juárez sea gobernador, seguirán recibiendo este apoyo”.

En torno al amplio jardín del Centro de Convenciones, los líderes priístas se dejaban ver como los principales promotores de la Pensión. Por ahí andaba el dirigente del sector popular priísta, Julio César Bello Vargas, quien acercaba recomendados a uno de los directivos de la Secretaría, Héctor Barenca, para ser apuntado en la lista de beneficiarios. También otros líderes como Abel Rodríguez y Valentín García Marín, y hasta un grupo de mujeres priístas, las de las porras de las campañas, que luego de su discurso, acosaron a Heriberto Huicochea para que las incluyera como beneficiarias: “Con los años que tengo de servir al PRI, hasta me sobran para los 65”, reclamaba Macaria, lideresa de La Jardín, obviamente lejos del tope mínimo de edad para ser pensionada.

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 –Con cuidado, con cuidado, no se vayan a lastimar, –pedía uno de los responsables de la entrada de acceso al jardín a los señores que esperaban entrar, boleta de beneficiario en mano.

–Me puedo identificar con mi credencial de elector –preguntaba uno.

-Sí, sí, pero no se me amontonen, con cuidado, decía mirando la larga fila formada en la calle Magallanes, a un costado del Centro de Convenciones.

Adentro, bajo las carpas instaladas, la conductora de la ceremonias intentaba la amabilidad con los más de 2 mil que había ya alrededor de las 10 de la mañana, aunque algunos se instalaron en guardia desde las 5: “Por favor, los más jóvenes que vienen acompañando, por favor denle el asiento a nuestros ancianitos”.

Informaba que habían en el lugar módulos de asistencia médica para revisar presión arterial, e insistía en que esa mañana sólo se entregarían las pensiones a quienes tuvieran apellidos de la A a la F. “Por favor, no se amontonen aquí, ya vamos a empezar”, aunque luego se desesperaba: “Con orden, sin correr o empujarse, porque algunos no pueden caminar, por favor los que puedan caminar denle el asiento a nuestros viejitos”.

La joven conductora no encontraba cómo definir lo que veía para organizar a los beneficiarios, cuando se comenzó a enviarlos a las diferentes mesas en donde se les daría la pensión. Alguien le susurró la palabra correcta: “Hay que darle preferencia a los discapacitados”.

–Hay que darle preferencia a los discapacitados –dijo. Se abrió paso a los que llegaron sin alguna pierna; cargados en sillas, semi inválidos, que no eran pocos; los que se desplazaban en andaderas, los que se recargaban casi del todo en algún nieto o vecino conocido. Uno, muy cansado, cayó exhausto de rodillas. Dos de su edad que pasaban al lado de él intentaron levantarle, pero las piernas no le respondían. Alguien más joven lo levantó y le sentó en una silla, que quedó al rayo del sol.

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 Doña Procesa Abarca Cruz fue la primera beneficiada con un bastón de aluminio. Era la primera en la fila de la letra A, y unos trabajadores de la Secretaría de Desarrollo Social cargando varios bajo el brazo le dieron uno. Ella no lo pidió. Tenía 15 años usando uno de palo de limón. “Me salió bueno”, cuenta. Doña Procesa tiene 90 años y vino desde Ejido Nuevo, sola. Cojea porque hace 15 años se lastimó el pie derecho. Se recarga en su nuevo bastón. En la otra mano conserva el negrizo palo de limón.

–Yo quiero uno –dice una que parece hija de algún beneficiario.

–No son para todas –le contesta uno de los trabajadores.

–Yo quiero que me lo cambien –se oye una voz débil. No la oyen, pero doña Concepción insiste, dos tres veces y le cambian el viejo bastón, que ya parecía el tubo de un paraguas, por uno nuevo. Doña Concha se tranquiliza.

Luego salen más bastones. En forma discrecional, a criterio, los trabajadores reparten alrededor de 200. No todos alcanzan. Algunos se regresan apoyándose en sus gruesos palos de madera, muy pocos con grabados.

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 Don Modesto Abarca, de La Laja, se protege del sol con una gorra del PRD, de las nuevas, las que dicen: “Es tiempo de la esperanza”. Como él, algunos más recibieron un volante del PRD, entregado a las afueras del Centro de Convenciones, donde les dicen que el de la pensión no es un programa del PRI, sino un acto de justicia. No se quita la gorra ni para firmar, pero al final dice que igual va a un mitin del PRI que a uno del PRD.

Don Modesto cuenta que la gorra la recibió en el mitin de la candidata del PRD –“una Irma, que ni conozco”–, el sábado pasado en La Laja, pero igual, cuenta, “le firmamos al gobernador”.

Lo de la pensión de algo le va a servir, aunque no dice para qué. “Es que a esta edad uno ya no agarra trabajo”, cuenta, sonriendo. Ahora hace algo de trabajo de albañilería, nada pesado, “ya no puedo subir escaleras”.

En su fila, la de la letra A, pasó antes Guadalupe Aguirre, tía del ex gobernador y, cuentan, rico ganadero de la Costa Chica. Doña Guadalupe viste ropa de clase media e hizo fila como todas las beneficiarias. Cuenta a los reporteros que la asediaron al descubrirla que siempre ha votado por el PRI. Llega a la mesa y firma. Luego se retira, sola.

Los cientos que asistieron a la entrega de la primera pensión se retiran. Algunos, miran y remiran los nuevos billetes de 200, de 100 pesos. “Este es un programa de López Rosas”, dice uno. A él se lo copiaron, dice al retirarse.

Un viejo pasea entre las sillas vacías levantando las latas de refresco que regalaron durante la espera. La bolsa se le llena y para. Se sienta dejando lo recogido a un lado. Que luego venderá en una bodega de reciclado de aluminio. Se le ve cansado, sin fuerzas. Un joven se da cuenta del problema que tiene el señor, deja las enchiladas que carga al lado y saca cada bote de la bolsa y los aplasta. Luego los vuelve a acomodar. El viejo sonríe. Queda ahora más espacio.

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