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Familias del centro del país disfrutan por tradición de la playa Angosta, pequeña, tranquila y con olor a mar

Karla Galarce Sosa

La intimidad que brinda la playa Angosta, así como el camino del Paseo del pescador al zócalo son paisajes que disfrutan las familias del centro del país, que decidieron hospedarse en los hoteles del corazón del puerto, en la zona Tradicional, donde también el olor a mariscos y pescado se percibe en el tramo que va desde el astillero, en playa Manzanillo hasta el malecón, pues decenas de pesadores que arriban al puerto vierten sus embarcaciones con decenas de productos del mar.
En la Angosta, una íntima playa que no supera los cien metros de lado a lado, o “de pared a pared”, como dicen los visitantes foráneos, ofrece, además de una tranquila playa, la posibilidad de bucear sin tanques o simplemente sumergir los pies al agua desde una pequeña barda que fue construida por el gobierno estatal pasado.
También ofrece la riqueza de disfrutar de los acantilados de La Quebrada o las caminatas sobre la avenida Adolfo López Mateos.
Desde temprano, la familia García salió del hotel Flamingos, donde se hospedan desde el jueves pasado y caminaron por la avenida hasta llegar, con toallas, bronceador y flotadores en las bolsas, para instalarse en una de las sillas que los cooperativistas ofrecen en la playa Angosta, sitio de descanso que ofrece una espectacular vista del océano Pacífico y, que tiene muy cerca el mar con aguas tan tranquilas como las de Caleta y Caletilla.
Los García, una familia de cinco integrantes fue la segunda en ocupar una de las mesas en La Angosta. Pidieron refrescos fríos para menguar el calor que provocó la caminata y alentaron a sus pequeños hijos a ir a chapotear un poco con las olas “antes de que lleguen más personas”, pues pasadas las 12 del día, “no hay alfiler que quepa”.
Los García llevan años siendo huéspedes del Flamingos, hospedería que ofrece espectaculares puestas de sol, servicio de alberca y, un buen conjunto musical todas las noches.
Después de pasar un rato en la playa regresaron al hotel para asearse un poco y bajaron –de nuevo caminando–, pero ahora hasta el zócalo, pasaron frente al Astillero, el paseo del Pescador y llegaron al zócalo, donde pasaron de largo hasta el Parque de La Reina. Preguntaron a los cooperativistas del Narciso por los ostiones, compraron cuatro docenas, los comieron y, entraron a la Comercial Mexicana por cervezas. Cruzaron la avenida Costera, se instalaron en la playa Suave, y, a pesar del letrero de “Playa en revisión”, decidieron instalarse allí, en una de las mesas frente al mar.
Los vendedores de platillos de los restaurantes Chinchorro y vendedores semifijos ofrecieron sus cartas a los visitantes. Dos horas después, alrededor de las 5 de la tarde, decidieron volver al hotel para disfrutar de la alberca, del conjunto musical nocturno y, de la puesta de sol, “uno de los espectáculos más valiosos de Acapulco, a pesar de lo que se diga de sus playas, de su seguridad o de si hay o no abusos de los prestadores de servicios”, dijo el jefe de la familia.

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