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Jesús Mendoza Zaragoza

Un enredo para desenredar

El riesgo de polarización social está allí, en la politización del desalojo de la Autopista del Sol tomada por los normalistas de Ayotzinapa y de los asesinatos de dos de ellos. Ciertamente el hecho de que dos estudiantes hayan sido asesinados en dicho contexto, es un asunto grave que necesita ser aclarado y resuelto. Parecía que los tiempos en los que se perseguía a jóvenes por manifestar sus ideas o por exigir sus demandas ya habían pasado. De suyo, siempre es grave el asesinato de un ser humano y nada podría justificarlo en un caso como el que nos ocupa. Y en este sentido, es un imperativo moral la exigencia para que se aclaren los crímenes cometidos y se castigue a sus responsables.
Lo que ahora preocupa es el manejo que se ha estado haciendo de este hecho por las partes y las implicaciones que esto pueda tener. El caso es que estamos en tiempos electorales que suelen enturbiar los problemas y los conflictos sociales subordinándolos a intereses de poder.
Se le ha dado mucha cuerda ya a este asunto mediante acciones antagónicas, tanto que se ha estado cultivando el odio y la confusión de manera que no se permite abrir un diálogo civilizado que abra caminos para una solución apegada al derecho. Como si no tuviéramos demasiado al lidiar con la violencia del crimen organizado se ha ido abriendo, de manera irresponsable, otro frente más que pone en riesgo a la sociedad misma. Las acciones ilegales tanto de los normalistas como de las autoridades han dado pie a abusos contra la sociedad que se mantiene en zozobra ante métodos de acción muy cuestionados y rechazados por la sociedad.
Es tiempo ya de razonar en el sentido de que el bien de una parte no excluye jamás el bien común. Esto lo debieran entender las dos partes en litigio. Los normalistas necesitan aceptar que los métodos de lucha como el secuestro de autobuses, la toma de radiodifusoras, los bloqueos de las vías de comunicación, la destrucción de bienes públicos o particulares, además de ser ilegales, les acarrean el rechazo social y que nada abonan a causas tan nobles como la educación. Los métodos violentos no pueden producir justicia ni son factor de progreso si no se dan determinadas condiciones sociales que les den viabilidad histórica y justificación ética, que en nuestro caso no están presentes.
También es tiempo de que nuestras autoridades, investidas de un poder que no pueden manejar arbitrariamente pues está sometido a un sistema de regulaciones para su uso orientado hacia el bien común, comprendan que los tiempos han cambiado y que la sensibilidad de la gente hacia los derechos humanos ya no puede permitir tanta impunidad hacia los abusos del poder. Los caprichos del poder han causado tantos daños históricos que siguen pesando sobre las espaldas de nuestros pueblos. Hay que pensar sólo en las cantidades de dinero que se roban, ya de manera descarada o de manera elegante, y que retrasan el desarrollo de nuestros pueblos. No es ético el manejo del poder para promover políticamente a facciones ni para favorecer a los de siempre, a los ricos y a los caciques de todas las latitudes.
Más arriba he señalado que este conflicto generado y desarrollado en tiempos electorales puede tener más actores que los que se han hecho visibles. La carrera por el poder que se ha emprendido se lleva entre las patas muchos asuntos sociales y los partidos, hábiles para el poder más no para el servicio, juegan sus cartas utilizando a personas y a movimientos para sacar ganancias. Lo que preocupa es, no lo que aparece en el escenario, sino lo que no aparece. Preocupan los cálculos de los profesionales de la política, astutos para sacar beneficios de todo sin aparecer de manera visible.
Por esto es que esta clase de asuntos se enredan cada vez más con el fin de confundir y crear condiciones para la impunidad y para el lucro político. De hecho, cuando los poderosos están involucrados en asuntos criminales, por sistema nada se aclara y nunca se castiga a los delincuentes. De allí la necesidad de enredar y enredar más las cosas, como estrategia para lucrar, para ganar, para golpear, para tomar posiciones, para quedarse con el poder. Al menos, se puede sospechar que haya intereses ocultos en toda esta trama que desgasta tanto y que lo electoral puede estar incidiendo en estos enredos.
Hay un principio que no falla: hay que desconfiar siempre de quienes por sistema utilizan la violencia para conseguir sus objetivos. La violencia sólo revela la carencia de razones y de una verdad, la que se sustituye por el uso de la fuerza. La violencia descalifica a quien la utiliza porque se muestra moralmente débil e incapaz de convencer por las vías del diálogo y de los procedimientos legales de que disponemos.
Sólo por la vía del diálogo, de la búsqueda de la verdad y del respeto a las leyes se pueden desenredar estos enredos que se han tejido dolosamente. El diálogo no es para débiles, sino para quienes tienen de su lado la fuerza de la razón.

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