Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

También el comediante Luis de Alba condena el reporte de contaminación

 Aurelio Peláez * –Estoy encabronado, estoy enchilado con esos que dicen que están contaminadas las playas –decía el comediante Luis de Alba a sus sorprendidos fans ahí en la playa Caletilla

–En qué cabeza, mis nacos –preguntaba.

Sobre las 3 de la tarde el sol era fortísimo, y la playa intransitable. Parecía como andar en el Metro en el Distrito Federal. Nadie parecía estar enterado de que una semana antes la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) había advertido que bañarse en esa playa implicaba riesgos para la salud, y de que anunció que colocaría un letrero de advertencia a los vacacionistas al respecto.

En la playa, niños y sus familias se bañaban despreocupados. Cuatro días antes, el gobernador René Juárez y el alcalde Alberto López Rosas se habían adelantado a los vacacionistas de Semana Santa, y en cuerpo propio desafiaron la recomendación de no bañarse.

Y ayer López Rosas llegó a playa Caletilla acompañado de un peso pesado, o más bien dos. El comediante Luis de Alba, quien hace por lo menos dos temporadas de espectáculos al año, y el actor Pedro Weber, Chatanuga.

–Chido, chido.

–Quihubo, mi Pirrurris.

–Tururú –le saludaban los turistas al reconocerle.

Luis de Alba llegó a Caletilla en la camioneta de Comunicación Social del ayuntamiento municipal. Le acompañaba su grupo de actores, y le esperó el alcalde Alberto López Rosas.

En una mano llevaba la peluca de uno de los personajes de su repertorio, el Pirrurris, con el cual tendría una breve actuación de unos diez minutos ahí ante los turistas de Caletilla.

Antes del acto, el alcalde aprovechó para intentar un recorrido por la playa, y saludar a algunos vacacionistas. Pero entre la playa y los restaurantes, prácticamente no había por donde caminar. La colocación de las sombrillas es apretada, e internarse por entre ellas implica el riesgo de invadir la intimidad de las familias.

Ahí, entre las cervezas y las cocacolas, coexistía la comida de los restaurantes de la zona, camarones y pescados, con el olor de atunes y sandwiches de jamón. Y, sobre todo, hieleras con gran cantidad de cervezas.

La tarima había sido instalada por una empresa vendedora de brandys, y desde ahí convocaban a diversos concursos a los bañistas.

–Aquí sé que hay nacos apestosos –decía desde ahí Luis de Alba, comentario que le fue celebrado con risas, aunque no concluyó la idea. Luego dijo que “andan diciendo que la bahía está contaminada. ¿Ustedes creen que eso es cierto?”.

–Nooo, le respondían los turistas.

Abajo, entre los vacacionistas, se encontraba el alcalde Alberto López Rosas, quien aplaudía. Con él llegaron el director de Turismo municipal, Roger Bergeret Muñoz, y el coordinador de asesores de la Presidencia Municipal, Ramiro Solorio. A la pequeña comitiva se sumaron el director de Comunicación Social, Roberto Camps, y el subdirector de Catastro, Francisco Luna, aunque dispersos en el área había unos treinta empleados de la Dirección de Turismo.

–Yo al rato me voy a meter a la playa con ustedes ––prometía Luis de Alba, aunque tan pronto como terminó su breve acto, se retiró. López Rosas aún se quedó a dialogar con algunos visitantes, meseros y guías de turistas en el lugar.

468 ad