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La venta de carbón, negocio que se mantiene gracias a la venta de comida callejera

 * La materia prima se obtiene en la Costa Chica

 Xavier Rosado * A pesar del usufructo del gas como recurso natural, aún quedan en el puerto algunas personas y microempresarios que utilizan el carbón como producto de uso diario.

Dicha actividad hace posible que uno de los últimos carboneros de Acapulco, Alberto Mayén Fernández, continúe con su negocio a pesar de las bajas ventas.

Alberto llegó hace más de medio siglo a Acapulco en compañía de su esposa Aurelia González. El puerto se veía enorme y reluciente hace 52 años, mucho más activo y boyante que Santa María Mazatla, su pequeño pueblo natal en el estado de México.

“Cuando llegamos aquí yo tenía 19 años y mi mujer 17, estábamos muy chamacos pero yo ya tenía algún dinero que había juntado de la siembra, porque nos dedicábamos al maíz en un terrenito que rentábamos entre todos allá en Santa María, pero con esa vida miserable entre 18 hermanos, nunca íbamos a salir de pobres, por eso nos aventuramos hasta acá, porque nos habían dicho que en Acapulco había dinero y trabajo”, entrecerraba los ojos el comerciante para recordar mejor.

Su apariencia es la de un deshollinador: una camisa de algodón raída ya por años y años de uso, su pantalón arremangado hasta arriba de los tobillos, calzaletas de pata de gallo, los pies grises, llenos de carbón, el cabello entrecano, grueso, también con algunos vestigios del producto que expende; al hombro, una franela para cargar los costales.

Su local es apenas suficiente para guardar unos 30 costales de cemento, llenos con pedazos de leña quemada de madera de espino y drago, traída de un pueblito que se llama El Cortés, cerca de San Marcos.

“Yo he ido ahí al Cortés a ver cómo queman la madera, es un proceso muy complicado porque no se debe de dejar que arda tanto, nada más que llegue a un punto en que no quede la madera ‘viva’ en el palo, sino que toda se haga carbón, así mire (rompe un pedazo y demuestra que el tronco se ha quemado hasta su centro)”, explicó el comerciante.

Agregó que en el horno, que según sus cálculos data de la época de 1930, se debe tener cierta intensidad del calor para que la madera no se queme hasta las cenizas y pueda ser útil para el que la use después. También dijo que el horno siempre está en una producción constante y que le reparten cada semana en un camión de redilas.

Sin embargo explicó que la gente de El Cortés, cada vez tiene que ir más lejos para conseguir la leña, que va escaseando por la depredación de los productores de carbón. El ocote, para encender fogatas, parrillas y anafres gracias a su alto contenido de resina, escasea en la región de la Costa Chica debido a su explotación irresponsable.

“Me han dicho que se lo están acabando, pero ¿qué se puede hacer? Si de eso vive toda esa gente del Cortés. Desde allá vienen a traer el carbón, ahorita yo ya no me surto como antes que sí se vendía muy bien, me cambié de acá arriba del mercado, ahí tenía un lote como de 100 metros cuadrados para guardar hasta 100 costales que me traían a la semana y todo lo vendía, todo eso cuando yo empecé, en los cincuentas, sesentas, ahora no hombre, qué esperanzas, de aquellos tiempos no queda nada. Lo que es a mí me pasaron a amolar con eso de la estufa de gas, pero bueno así es la vida, todo cambia, al rato yo creo que nadie va a quedar que use el anafre o la parrilla”, explicó Alberto Mayén.

Narra que en su experiencia como carbonero ha sido testigo de cómo su competencia en el negocio ha tenido que cambiar de giro comercial debido al avance de la tecnología, sin embargo, sustenta su permanencia en la poca gente que prefiere el sabor de la carne o la comida cocinada al carbón.

“Hace más de 52 años que llegamos a Acapulco, con muy poquitos centavos para empezar, nos pusimos a vender pollos asados mi esposa y yo, ella los preparaba y yo le ayudaba en todo lo que podía, conseguía clientela y los iba a repartir, luego, nos cansamos del pollo y empezamos a vender barbacoa de pozo, al estilo de allá de mi tierra, pero es una chinga la comida, hay que estar muy al pendiente de todo, pero gracias a Dios, en esos tiempos me hice compadre del que me vendía el carbón y luego de que se tuvo que ir de Acapulco, me dejó su negocio primero a concesión y luego ya me quedé con él”, recordó el comerciante.

Dijo que al principio, hace 50 años, vendían en el mercado El Paraszal, pero 25 años después, cuando la demanda disminuyó, se fueron al mercado central en la calle 16 de septiembre.

“Gracias a Dios de esto le he podido dar una educación a mis hijos, aunque modesta, tengo un hijo que estudió electrónica pero ya no se van a dedicar a vender carbón como yo, ahorita ya todos crecieron y están casados, pero de esto nos mantenemos mi señora, mi hija, dos nietos y yo. El costal vale 70 pesos y vendo el kilo a seis pesos. Antes los costales eran de yute y eran más pesados. Cuando comenzamos a trabajar el kilo costaba 15 centavos”, expresó el comerciante.

También vende palitos de ocote para prender el fuego y comentó, antes de cargar un costal que entregaría al interior del mercado, que sus clientes son las personas que venden comida como fritangas en la calle, los que hacen cena para vender, los pozoleros y los que venden pollo a la parrilla.

“A veces me compran cinco, seis kilos para las parrilladas o los días de campo, pero esos son los menos porque ya el carbón lo venden de importación en los supermercados y pues ya sabe aquí como somos de malinchistas que siempre preferimos lo extranjero antes que lo hecho en nuestro país, ni modo, qué se le va a hacer”, finalizó.

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