Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

* El fiador

El helicóptero ruso

El hombre se bajó del caballo y se sentó en cuclillas interesado en la plática.
Estábamos justo en el cruce de caminos, en una cima del lomerío convertido en zacatal.
Esa mañana de 1985 el sol parecía cansado de alumbrar y el viento fresco levantaba las hojas secas del camino.
Íbamos rumbo al cerro de Armenia allá en Coahuayutla, donde dicen que Vicente Guerrero estableció un campamento durante la guerra insurgente.
Habíamos planeado reuniones en las poblaciones más cercanas de la carretera para promover la organización campesina en torno a la compra común de sus insumos.
Ya eran mediados de la década de los ochenta del siglo pasado y entonces en el campo la necesidad de fertilizar la siembra era tan obligada que los campesinos buscaban la forma de allegarse el abono uniéndose en organizaciones que lo demandaban al gobierno.
Pero a mí lo que más me llamó la atención fue que en la cabeza de la gente, tan distante de la sierra de Atoyac donde se desarrolló la guerrilla, perdurara la leyenda del profesor Lucio Cabañas.
No recuerdo en qué parte la plática derivó en la vida del guerrillero atoyaquense pero a medida que entrábamos en confianza el hombre aparecía más emocionado contando lo que sabía sobre el final de Lucio Cabañas.
–Ése hombre era inteligente –decía aquel campesino de camisa desabrochada alargando la palabra para hacerla más enfática.
–De la sierra bajaba a los pueblos y hasta a las ciudades. Mientras el ejército lo buscaba en el monte, él se paseaba sin que lo reconocieran. Se disfrazaba de todo, de médico y hasta de licenciado.
–Pero su vida se malogró porque el ejército que lo combatió lo cercó y lo mató, igual que al Che Guevara, ¿Verdad? –le dije compartiendo con él lo que se sabe.
–No señor, el profesor Lucio Cabañas no murió. Cuando el ejército lo tenía acorralado llamó a  los rusos por radio para que le ayudaran a escapar.
“Dicen que en la noche bajó el helicóptero donde el maestro se encontraba. Que nadie lo oyó cuando asentó ni cuando se elevó porque traía silenciador. El profesor no murió, se lo llevaron los rusos y así burló al gobierno, dijo convencido aquel campesino.

Todo lo que entró, salió

Cuando comenzaron a llegar a los ejidos costeros los beneficios económicos generados por la inversión federal en la construcción de la infraestructura turística, la vida cambió para esos núcleos ejidales.
Como no había la cultura de administrar e informar de los recursos que manejaban los comisariados ejidales, el dinero fluía a manos llenas entre los dirigentes que lo gastaban como si los ejidatarios les hubieran dado un premio que normalmente duraba tres años.
Uno de los ejidos más afectado por la corrupción de sus dirigentes fue el Agua de Coacoyul, porque no había recato en la desviación de los recursos.
Cuando la presión de los ejidatarios para que sus dirigentes rindieran cuentas se hizo incontenible, establecieron el compromiso de que se realizaría una asamblea general en la que se daría un informe pormenorizado de los ingresos y los gastos.
Todo apuntaba a que las transas saldrían a luz y que nada salvaría de la destitución a sus dirigentes.
Llegó el domingo fijado en la fecha de la convocatoria para la asamblea general extraordinaria y en el salón no faltaba nadie a pesar del calor.
La asamblea siguió todo el rito acostumbrado ante la impaciencia de los interesados que veían en la conducta del comisionado de la Reforma Agraria, cierta complicidad con los dirigentes para retrasar el informe de la tesorería.
Terminado el pase de lista siguió la elección de la mesa de los debates que consumió más tiempo del acostumbrado porque el comisariado llevaba como propuestas para el cargo a uno de sus incondicionales.
Cuando ganó para dirigir la reunión el candidato de la base de ejidatarios, se pasó de inmediato al punto único de la orden del día referido a la entrega del informe financiero por parte de la tesorería.
Entre gritos de los ejidatarios el tesorero no tuvo más remedio que levantarse de su asiento en el presídium, frente de la asamblea, sudoroso y con unos nervios que no podía controlar; se acomodó los lentes, tosió y carraspeo para aclarar la voz, mientras dejaba sobre la mesa el grueso legajo de las hojas con el informe que parecía incomodarle.
Levantó la cara y al ver la expresión de duda, curiosidad y coraje de los ejidatarios, el tesorero olvidó por completo las instrucciones recibidas de parte del representante de la Reforma Agraria, quien además de elaborarle el informe, con días de anticipación le había asesorado para encarar la situación, explicándole el significado de las entradas y salidas de dinero y la importancia de justificar en documentos cada gasto realizado.
Entonces el tesorero víctima de sus nervios casi gritó su informe que en esa situación se redujo a seis palabras dichas con el acostumbrado acento costeño que muy a su modo suprimen la ese reduciendo el plural al singular:
–¡Compañero’, todo lo que entró, salió!

468 ad