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Héctor Manuel Popoca Boone

Pertinencia de los economistas en Guerrero

La unidad académica de ciencias económicas de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG) me invitó a participar en un seminario sobre lo que da título a este artículo, ante la inminente revisión y actualización del plan de estudios de la carrera de economía.

Les manifesté que hay mayor necesidad de tener buenos economistas en los estados de la República que acusan los mas altos índices de pobreza y marginación como es el caso de Guerrero. Los retos son muchos y variados, pero el problema está que hay pocas fuentes de trabajo en que se puedan emplear una vez graduados. La realidad es que, en lo general, hay pocas alternativas de empleo, de no ser en la administración pública de los tres órdenes de gobierno, en el propio ámbito universitario o en los partidos políticos.

Una posibilidad no explorada es que los jóvenes economistas guerrerenses puedan fungir como empresarios sociales. Es decir, que pongan sus capacidades profesionales para articular la fuerza de trabajo local, los recursos naturales, la tecnología y el financiamiento para crear y desarrollar proyectos productivos detonadores del desarrollo microregional. El medio rural está urgido de este tipo de proyectos y de profesionistas.

Planeación regional, evaluación económica y financiera de proyectos, análisis de mercados, estudios socioeconómicos, proyecciones estadísticas, ecología y sustentabilidad, así como técnicas de gestión empresarial son las herramientas técnicas que más utilizamos en los programas de gobierno. No obstante, un economista debe saber los conceptos básicos y fundamentales de los diferentes aspectos que trata la economía, ya sea en el nivel de la micro o en el de la macroeconomía, para después especializarse, como lo hace un médico.

Economía política, teorías y doctrinas económicas, técnicas y métodos cuantitativos, cuentas nacionales, metodología de la investigación en ciencias sociales, sistemas computacionales, todo es importante conocerlo y estudiarlo para criticarlo o desdeñarlo. Desde Stuart Mills, pasando por Marx y Keynes, hasta Milton Freeman.

El conocimiento concreto de la realidad específica, es otro aspecto relevante para la formación del economista. Es importante conocer el medio socioeconómico circundante en donde va a actuar. En las provincias marginadas hay que ser universalmente localistas, ya sea comunidad, ejido, microregión, municipio, cuenca o estado.

Un buen economista es aquel que tiene como disciplina estudiar una hora diaria, aún después de graduarse. Al igual que los médicos, el que no se actualiza cae en la obsolescencia profesional. No es que Guerrero necesite profesionales diestros en técnicas sofisticadas o complejas. Más bien necesita profesionistas dotados con mucha sensibilidad social e imaginación creativa, para que con recursos escasos de todo tipo, diseñe las formas más apropiadas de generar riqueza con equidad.

Los que están ya muy desgastados son los economistas grillos y los tecnócratas. Hay que cuidarse de no caer en ninguno de esos extremos, porque no han ofrecido salidas viables y efectivas a los problemas que como país y entidad federativa tenemos. Guerrero necesita economistas comprometidos con su circunstancia social, pero también que tengan aportes técnicos que ofrecer.

La inquietud crítica permanente con lo que nos rodea y condiciona es una divisa permanente que como profesionistas debemos tener. Importa mucho saber en cualquier actividad económica, cómo se generan los excedentes económicos y como se reparten.

No caer en la autocomplacencia, abulia o cretinismo. No perder nunca la capacidad de saber escuchar, reflexionar o enmendar. La economía no es una ciencia exacta, sino social. Continuamente cambiante y mutante, no en lo esencial pero si en la particularidad; que por lo mismo, requiere de mucha observación, cuantificación y análisis. Disciplina, constancia, método y empeño, además de ética profesional, son claves para el éxito.

Por último les manifesté que me hubiera gustado dar clases de economía a los jóvenes guerrerenses desde que llegué a radicar a estas tierras del sur. Pero sé que las condiciones no han cambiado desde que el entonces rector González Ruiz me invitó a hacerlo, pero que luego se retractó, al darle a conocer mi estilo de impartir clases; o sea:

Ni profesor ni alumnos tendríamos el derecho de perder clases con el objeto de cubrir el contenido total del programa de la materia, por lo que si por motivo de huelga o manifestación se perdía alguna clase, la repondríamos en el sábado o domingo inmediato. Tres faltas al mes por cualquier motivo sería motivo de baja en la materia. Por trabajar, daría clases a las siete de la mañana, cerrándose la puerta del salón pasados siete minutos después de la hora. Para monitoreo de enseñanza, habría pruebas por escrito quincenales, además de los famosos controles de lectura, culminando con un examen final, oral y escrito.

Es así que, como mi forma de dar clases es antinómica a los usos y costumbres corruptas que prevalecen, en términos generales, en la academia de la UAG, por lo que quizás nunca pueda dar clases en ese centro de enseñanza de simulación superior.

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