Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Héctor Manuel Popoca Boone

Políticas públicas para el agro mexicano

 (Tercera y última parte)

Es necesario incorporar plenamente al quehacer productivo y a sus beneficios, a toda la población económicamente activa del medio rural que a la fecha permanece sub-aprovechada o en pleno desempleo. La mujer campesina, los jóvenes y los jornaleros agrícolas requieren de amplios programas y mayores recursos para su inmediata participación productiva.

Las comunidades indígenas demandan que los programas agropecuarios respeten su condición de pueblos, los recursos naturales de sus territorios y sus propias formas de organización productiva. No es entendible por qué los representantes de la nación no honran los acuerdos de San Andrés.

Una nueva y necesaria relación Estado-productores rurales pasa por el destierro del paternalismo, el autoritarismo y el tutelaje inhibitorio de la estructura gubernamental, para dar pie a la concertación de acciones, recursos y servicios, convenidos transparentemente con los productores y sus organizaciones económicas, con metas precisas de producción, productividad e ingresos, en un marco de sustentabilidad, corresponsabilidad y de respeto mutuo.

Todo esto, como requisito indispensable apara avanzar a la plena vigencia de una planeación participativa y democrática del desarrollo rural, cuidando en todo momento otorgar tratamientos diferenciales a realidades regionales distintas. Urge programar la producción agropecuaria del país para que no se presenten problemas de sob-reproducción o de sub-abasto.

Ayudar a los campesinos a que establezcan una agricultura por contrato con los compradores y centros de abasto urbanos ayudará a erradicar el coyotaje y otorgarle certidumbre económica a la siembra.

A partir de estas consideraciones, concluyo que las políticas agropecuarias regionales deben de tener mayor peso específico que las política generales para abatir los rezagos estructurales del sector, las asimetrías en los costos de insumos y servicios, así como las inequidades en la comercialización.

Que lo rural es más amplio que las actividades agropecuarias, por lo que tenemos que alentar alternativas productivas diferentes a las agropecuarias. Que queremos una agricultura fuerte a partir de la participación de los muchos pequeños productores y no una agricultura de pocos productores fuertes. Que el minifundio puede ser próspero, como nos lo demuestra la campiña europea. Que tan digna y valiosa es la agricultura campesina como lo es la agricultura empresarial. Que de todas las actividades económicas, la agricultura es la que más riesgos e imponderables enfrenta y es la peor remunerada.

Que la modernización del campo no necesariamente debe basarse en la introducción y uso compulsivo de insumos, maquinaria y tecnología costosa y externa; sino también en la recuperación, conocimiento, investigación y difusión de tecnologías sustentables, autóctonas, regionales, exitosas y accesibles por no ser costosas o de difícil adopción.

Que las políticas regionales empiezan por aquellas que atemperan las desigualdades regionales. Que las cadenas productivas revientan por los eslabones más débiles, por lo que debemos buscar su correcta integración, con equidad y equilibrio entre ellos. Que el desarrollo regional no puede ser un modelo único sino diverso, de acuerdo a los varios segmentos o tipos de productores rurales, las especificidades de las regiones, cuencas y micro-cuencas. Que la economía campesina es multi-funcional y diversificada.

Que fue el campo donde se generaron los recursos para la industrialización del país y que ha sido el que ha cargado con el mayor peso de los costos de las crisis económicas nacionales y que es justo devolverle ahora algo de lo mucho que nos ha dado. Que si el campo alguna vez financió a las ciudades, es hora que éstas contribuyan a preservar la biodiversidad natural y humana que aún existe en el campo.

Que ha sido el Estado mexicano corresponsable de la pobreza que priva en el medio rural y que desde siempre ha sido evasivo para afrontar el compromiso no atendido de reivindicarlo. Que tenemos que sacudir y zarandear a la burocracia agraria para que dejemos de ser hijos predilectos de Kafka y atendamos bien, con oportunidad y eficiencia, a la mujer y al hombre del campo.

Que fueron un millón de campesinos los que ofrendaron su vida en el siglo pasado, con la esperanza que sus descendientes tuvieran una mejor vida que la que actualmente tienen. Que si reviviera Emiliano Zapata, de puro coraje se volvería a morir, al ver el estado de postración y pobreza en que están sus hermanos campesinos.

Que primero se extinguirán los tecnócratas neoliberales de la faz de la tierra que los campesinos, porque a los primeros les falta lo que a los segundos les sobra, que es amor a la tierra.

PD. ¿Cuánta vida humana habrá que segar para saciar la ira y la ambición de George Bush? Los especialistas estiman que en los tres primeros meses de guerra en Irak, morirán de quinientos mil a un millón de civiles: hombres, mujeres y niños. Desde todos los puntos de vista es inadmisible eso. Por eso debemos mantenernos firmes en decir no a la guerra. Mil veces ¡No!

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