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Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

*Ante todo soy un hombre agradecido

Todo el día había sido especialmente agitado para los habitantes del pueblo de Quechultenango quienes desde temprano llevaban y traían rumores acerca de supuesta detención del médico pasante que estaría por ejecutarse.
Cuando llegó la comisión de diputados el gobierno municipal había instalado su aparato de sonido en el kiosco de la plaza llamando a los habitantes a concentrarse para recibir a los enviados del congreso.
La gente se reunió en dos bandos dividida por los sucesos recientes que enfrentaron a la clase política con la sociedad organizada que entonces encabezaba el pasante de medicina que realizaba en el municipio su servicio social.
“Toda la división que se vive en el pueblo es culpa de ése “mediquillo “agitador y comunista que está en contra de nuestro gobernador”, decía acusatoriamente el sub recaudador de rentas mientras la directora de la escuela primaria, el cura del pueblo y el presidente municipal aplaudían.
Quienes apoyaban al prestador de su servicio social, gritaban en contra y criticaban que se acusara a su líder cuando estaba ausente e impedido para defenderse.
El pasante de medicina, egresado del Instituto Politécnico Nacional, se había ganado pronto el cariño y el apoyo del pueblo porque actuaba de lado de la mayoría poniéndose a la cabeza de las iniciativas que generaban progreso.
Ése día el médico se encontraba descansando en el cuarto que rentaba en una esquina de la plaza, de manera que escuchó toda la arenga en su contra.
Cuando salió a la puerta se encontró con su casero quien lo puso al tanto de la situación rogándole ecuanimidad.
Valiente como era, el médico salió a defenderse cruzando a toda prisa la plaza municipal directo al kiosco.
Para entonces la agitación popular había crecido y los partidarios del doctor habían llenado la plaza, lo que obligó a que el destacamento militar asentado en la cabecera municipal tomara posiciones para resguardar la integridad de los diputados.
Cuando el médico subió hasta el kiosco y demandó su derecho de réplica para responder a las acusaciones que se le hacían, los soldados cerraron el cerco y el encargado del micrófono lo desconectó de la corriente de luz para impedir que lo usara.
Como los partidarios del médico supusieron que su detención era inminente por parte de los soldados, un grupo de mujeres se abrió paso entre las bayonetas para rescatarlo.
Los diputados nerviosos y asustados por la situación que se había tornado incontrolable sólo buscaban la manera de salir del pueblo, pero cuando pretendían hacerlo se dieron cuenta de que eso era imposible porque sus vehículos estaban averiados, sin aire en sus llantas.
Protegidos por el ejército los diputados sólo acertaron a refugiarse en el palacio municipal hasta donde solicitaron la presencia del médico con el afán de negociar con él su salida.
Sabiéndose dueño de la situación el médico puso sus condiciones: “Si quieren dejar las cosas en paz deben buscar solución al conflicto y para ello es necesario que citen ustedes aquí al presidente municipal, al cura del lugar, al recaudador de rentas y a la directora de la escuela, porque son ellos los únicos culpables del descontento que se vive en el lugar”.
Acosados por la presión de la gente que había rodeado el palacio municipal en actitud amenazante, los diputados implementaron las condiciones del médico.
Reunidos los cuatro personajes en torno a la mesa del cabildo, el diputado que llevaba la voz cantante repitió frente a ellos las afirmaciones que momentos antes había hecho el doctor pidiendo a cada uno si quería hablar en su descargo.
Como los cuatro citados permanecieron callados ante el exhorto del diputado, el médico pidió la palabra y luego en uso de ella asumió su actitud acusatoria:
–Éste señor –dijo dirigiéndose al sub recaudador–, funcionario del gobierno del estado, se ha valido del cargo para despojar de su patrimonio a muchas familias pobres por medio de empréstitos que les otorga con altos intereses y bajo promesa de venta de sus inmuebles que les hace firmar, abusando de que no saben leer. Es el primero en poner en mal frente al pueblo al gobierno que sirve.
“La directora de la escuela, por su parte, es la única responsable de la crisis educativa que se vive en Quechultenango donde los niños no aprenden porque los maestros no prestan atención a sus deberes y la directora los solapa; se cobran cuotas a su antojo sin informar de su destino, y la mayoría de los padres de familia han optado por no mandar a sus hijos a educarse o de plano los envían a las escuelas de los poblados vecinos”.
“El cura, detrás de su cara de bondad esconde a un ser malvado que ha abandonado su ministerio para ocuparse de la política, quitando y poniendo presidentes municipales a su antojo, pero no ha sido capaz de rehabilitar su templo que fue afectado seriamente por el temblor del 1967.
“En cuanto al señor presidente municipal, a pesar de ser una persona respetable y trabajadora tiene el grave defecto de que no mueve un dedo si no se lo ordena el señor cura. Por eso digo señores diputados que si quieren que se termine la intranquilidad que vive el pueblo comiencen poniendo a cada quien en su lugar”.
Dicho lo anterior por el médico, el diputado de la voz cantante preguntó a los interrogados si era su deseo usar la palabra para argumentar su defensa, pero los cuatro permanecieron callados, bueno, el presidente municipal, a una seña del cura levantó la mano pidiendo la palabra.
–Todo lo que ha dicho el señor médico es cierto, sólo quiero agregar que, ante todo, señores diputados, yo soy un hombre que sabe agradecer y sepan que si estoy en la presidencia municipal se lo debo al señor cura.
Como hecho inusitado, al día siguiente los diputados decretaron la desaparición de poderes municipales nombrando un consejo en sustitución del ayuntamiento.
La directora de la escuela fue cesada; al cura le mandaron un sustituto y al funcionario estatal lo relevaron de su cargo.
Pocas semanas después cayó también el gobernador Raúl Caballero Aburto, culpable de la matanza de estudiantes sucedida en la alameda Granados Maldonado de Chilpancingo el 30 de diciembre de 1960, cuando con una huelga demandaban la autonomía universitaria y también la desaparición de poderes en el estado.

 

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