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Federico Vite

Tipos duros, pero simpáticos

Gywn Thomas es un narrador que siempre da motivos para reír. Creció en una de las zonas más sombrías del Reino Unido (Porth, Gales en 1913-1981), además, siempre tuvo la certeza de que fue un hijo no deseado: el doceavo hijo. Su empeño lo llevó a Oxford, donde vivió solo y pobremente.
Este hombre se encargó de forjarse un camino luminoso: fue profesor, guionista de radio y televisión, además, de narrador y dramaturgo. A este hombre, a quien todo mundo recuerda como un gran humorista, se le debe Los filósofos oscuros (Siruela 2007), libro que reúne tres novelas cortas: Oscar, Los filósofos oscuros y Simeon.
Los relatos narran ambientes citadinos de zonas marginales. Los habitantes de este documento comparten la pobreza extrema y la poca esperanza de que algo cambie en sus vidas. Las historias son contadas por personajes que desesperadamente cambiar su destino.
Por ejemplo, en Oscar, el protagonista que narra la historia es el cuidador de las borracheras descomunales en las que suele caer su patrón (Oscar), quien lo contrató sólo para que lo ayude a regresar a casa, en lo alto de la montaña. Oscar, del cual se destaca su inmensa gordura, es el dueño de la montaña de carbón, de la carbonera y de un puñado de casuchas arracimadas en el fondo del valle. La vida del “gordo rico” contrasta con las penurias económicas de los lugareños, quienes ni siquiera pueden robar carbón para evitar el frío.
El cronista obedece a Oscar, pero mantiene una rebeldía latente que en el momento menos pensado desencadena hechos, que a pesar de sus consecuencias, no logra mitigar ni sacarlos de la condición en la que viven él y sus vecinos: la miseria latente de morir de hambre.
Los filósofos oscuros son cuatro amigos que se reúnen en el fondo de una taberna a beber té, aspirar humos de una estufa de leña y conversar sobre las condiciones de vida que poseen. Thomas muestra en esta novela su pensamiento izquierdista y su humor negro.
El objeto de las críticas, en la taberna, es el pastor Emmanuel, hijo adoptivo del deplorable dueño de una mina de carbón, quien cambió el contenido social de sus discursos en la iglesia; ahora avala al poderoso, se ha dejado seducir por el dinero. Estos amigos, que se llaman a sí mismos “los filósofos oscuros”, cuentan sus peripecias y las de sus vecinos de las barriadas, recordando viejas historias, donde demuestran que los mejores tiempos nunca han llegado.
En la novela que cierra el libro el protagonista es un adolescente enclenque, quien en compañía de dos amigos acostumbra a vagar por el bosque, en lo alto del valle, con la intención de entonar cantos, pues Simeon disfruta escucharlos y les paga, mediante un mandadero, una dotación amable de chelines. Esto hace que el cronista de la historia tenga una buena opinión de Simeon, a pesar de los chismes: es un viudo miserable con tres hijas que nadie logra ver.
La novela cambia de tono cuando Simeon les anuncia que se quedó sin el muchacho que lo ayudaba y contrata al narrador de la historia, pero una noche, mientras el protagonista leía una vieja novela de vaqueros que encontró por ahí, se abrió la puerta del dormitorio, se asomó fugazmente la cara de una chica que volvió a desaparecer tras un portazo.
A este breve encuentro siguieron otras noches, en las cuales oyó, tras la puerta, voces femeninas, llanto de niños, gritos de Simeon, bofetadas. El narrador concluye, tras presenciar una borrachera de Simeon, que el amor desmedido hace de los hombres bestias incontrolables, abominables, miserables.
A pesar del panorama oscuro, el libro posee una gracia única: los narradores se burlan constantemente de sí mismos y saben que sólo con ese hecho comienzan a darle un sentido menos siniestro a sus vidas.

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