Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Cómo han pasado los años (XXX)

Acapulco en el sueño

Tal es el título del libro de fotografías con personajes y escenarios del puerto captados por la lente de Lola Álvarez Bravo, con textos del escritor Francisco Tario. La primera edición de dos mil ejemplares fue cuidada celosamente por el notable editor hispano mexicano Joaquín Diez-Canedo Flores y data del 2 de febrero de 1951. Una edición fascimilar se dará hasta pasados más de 40 años. La ordena en 1994 el alcalde Rogelio de la O Almazán con 20 mil ejemplares y será un hermoso presente de fin de año.
Lola Álvarez Bravo hizo suya la fotografía como oficio de vida en los albores del siglo XX. No escapará de ningún modo al escándalo social porque asumía un oficio eminentemente masculino. Casada con Manuel Álvarez Bravo, la dama jalisciense se verá involucrada en el movimiento cultural pos revolucionario, acaudillado por Diego Rivera, Frida Kahlo y Tina Modotti.
Fue Tina Modotti una fotógrafa italiana a la que su militancia comunista trajo a México y por la que, finalmente, será expulsada del país. Se le involucró en el fallido atentado contra el presidente Pascual Ortiz Rubio, del que saldrá solo con la boca chueca a causa de un rozón de bala. Mismo mandatario al que la gente apodaba El Nopalito; y no se crea que por “aquellito” sino simplemente por baboso. La Modotti, además de revoltosa, fue saltinbanqui de alcobas con sábanas de satín y una de ellas fue la de su propio maestro Diego Rivera. Divorciada por ello del muralista, Lupe Marín reconocerá que “reconozco que la pinche puta italiana me lo quitó, pero no fue por otra cosa que por su “meneadillo”. Que se lo acabe, la cabrona…”.
Francisco Tario, es seudónimo de Francisco Peláez Farell, escritor y cuentista mexicano. Su apego a Acapulco nace a partir de su niñez cuando, con su hermano Sergio, disfrutaban aquí sus vacaciones en su propia casa de Caletilla. El padre de ambos, Francisco Peláez, fue copropietario con Gabino Fernández del cine Río, abierto en 1947. Escaso público al principio. Primero por quedar, al decir de la gente, “lejisísimo” o en “el quinto infierno”, y segundo en previsión de pescar toses, gripas, pulmonías y hasta garrotillo a causa del “friyazo” del “clima artificial”, como se llamaba entonces al aire acondicionado. El nombre de Río aludía, por supuesto, al que había sido caudaloso de aguas zarcas, brazo del coyuqueño Aguas Blancas. Más tarde de La Fábrica por atravesar ese barrio, hoy enclaustrado para esconder su fetidez.
El proyecto foto-literario de Tario recibirá el apoyo amplio y decidido de Melchor Perrusquía, presidente de la Junta Federal de Mejoras Materiales, constructor de la Costera con el nombre de su jefe, Miguel Alemán Valdés. A ellos dedica justamente su obra.
Francisco Tario Peláez Farell muere en España en 1977, a los 66 años. Sobrinos él y Sergio de Arsenio Farell Cubillas, director del IMSS y secretario del Trabajo en gobiernos priistas. Sergio, por su parte, se desempeñó como director de prensa del ISSSTE con Emilio Lozoya Thalman. Jefe de este escribano cuando estuvo a cargo de los medios en la delegación estatal del mismo instituto, ello bajo la jefatura de Mario Pintos Soberanis.

El Acapulco de Tario

“La tierra, el agua y el viento han escrito aquí una historia de asombro, belleza y espanto”.
Diez fotografías de las ochenta originales fueron reemplazadas en la edición fascimilar por la propia autora , no por razones de censura sino por extravío de originales. De una treintena de modelos fotografiados en escenarios acapulqueños, algunos insólitos, solo reconocimos a Apolonio Castillo. Está montado sobre una roca con el arpón y las aletas en las manos. Foto de la que se sirvió el escultor que forjó el bronce del tritón, hoy en Hornos.
Contiene Acapulco en el sueño dos fotos extraordinarias, clásicas: Tres pescadores arribeños jalando con cuerdas un tiburón recién capturado y un bajador de cocos a la mitad de una palmera altísima. Una más, que debería incluirse en los libros de texto para que las nuevas generaciones conozcan lo que alguna vez fueron los manglares y humedales acapulqueños. Desaparecidos no por los efectos de un meteorito, como los dinosaurios, sino por la voraz corrupción y criminal impunidad de algunos mexicanos notables. Una última gráfica: La de una pareja costeña caminando amarraditos por la playa: Objeción costeña, se titula:
“Usted me pide a mi hija que nunca se la habré dar porque una hija no es mercancía. Róbesela si es usted valiente … ¡y después hablamos!
Tan halagadoramente distinto a los lívidos esponsales de nuestros amores en ruinas. Quiero decir, a nuestros medrosos, arteros y confabulados amores”.

Clementina Batalla

Clementina Batalla Torres nace en Acapulco el 17 de octubre de 1894, precisamente en el número 8 de la calle San Juan (hoy Cinco de Mayo). Arteria utilizada desde la Colonia como escenario de las ferias pueblerinas y en la que se corrían las carreras parejeras de caballos (dos jinetes, algunas veces abrazados). A la vueltecita, en la calle Zaragoza, había nacido cuatro años atrás Juan Ranulfo Escudero Reguera, misma arteria que hoy lleva su nombre.
El padre de Clementina, Diódoro Batalla, abogado, periodista y político de veracruzano, se desempeñaba aquí con el cargo de juez . Una suerte de destierro político por su empecinada y valiente oposición al presidente Díaz, a quien denostaba frente a frente en actos públicos o bien en manifestaciones callejeras. Un día, a los 12 años, está frente al propio dictador que tanto ha combatido a su padre y dequien recibirá su certificado de primaria.
–¿No es esta niña hija de Diódoro?–, pregunta nervioso Díaz a su secretario de Educación, don Justo Sierra
–¡Ojala no le haya salido al padre y nos arme aquí un bochinche!
Clementina, que desde muy niña había aprendido a odiar a Díaz por la cruel persecución contra de de su padre , decide en aquel momento ofrecer ante el dictador una lección de humildad. Con el documento en las manos , agradecerá
–¡Gracias, querido señor presidente; gracias, querido maestro Justo Sierra!
–¡Ah, chispiajos!—-, musita Díaz atuzándose el bigote.

Clementina B. de Bassols

Maestra de matemáticas a los 20, Clementina estudia Derecho en la UNAM para convertirse a los 25 en la segunda mujer abogada de México (la primera había sido María Asunción Sandoval). Su tesis: El trabajo de las mujeres. Contrae matrimonio con Narciso Bassols, una de las cumbres de la inteligencia mexicana y a sus causas se entrega en cuerpo, alma y sabiduría. Director de la Escuela de Derecho de la UNAM, dos veces secretario de Educación y una de Gobernación, a la que renuncia cuando le ordenen autorizar la instalación de casinos de juego. Secretario de Hacienda del presidente Cárdenas, embajador de México en Londres, en Francia, en la Sociedad de Naciones, en el Consejo Mundial por la Paz y la Unión Soviética, misión ésta que dura diez años.
Cuando Narciso Bassols muere sospechosamente atropellado por un auto paseando en bicicleta por Chapultepec, Clementina jura ante su tumba no tener un minuto de reposo para continuar sus luchas en favor de los derechos humanos y la paz universal. Por los derechos y las oportunidades para la mujer y la protección para la niñez. Esto ocurre el 24 de julio de 1959, cuando la mujer ha cumplido los 70 años. Funda entonces la Unión de Mujeres Mexicanas por la igualdad de género en política. Su proyecto es aclamado en el Congreso Americano de Mujeres, en Chile, del que derivará el Comité de Auxilio Latinoamericano de Mujeres. Volverá a Moscú en dos ocasiones y en una de ellas como invitada de honor a los festejos de la Revolución Rusa.
Clementina, quien se decía orgullosamente acapulqueña, muere en Guadalajara, Jalisco, el 8 de noviembre de 1957, a los 93 años. Se dará validez entonces a un viejo refrán , el que afirma que “detrás de un gran hombre está siempre una gran mujer”.
También puede ser al revés, señoras enojonas.

Cine gringo de los 50

Pendientes de la entrega anterior, las películas estadunidenses de los años 50, todas exhibidas en México, algunas con éxito desbordante, hoy las recordamos aquí
Empezamos con una cinta de 1952 y que quedó grabada en el imaginario popular como la cumbre del cine musical estadunidense, lo que era mucho decir. No otra que Cantando bajo la lluvia, con Debbie Reynolds, Gene Kelly y Donald O’Connor. Cada que llueva en el puerto no faltará un Kelly de guaraches aporreando el agua de la calle y lanzando un “singing in de rain!”, y ni una palabra más. Por cierto, a los imberbes de los 50 les repateaban las películas de amor y las musicales: “no saben otra cosa que besarse, cantar y bailar”, era la queja.
Todas las siguientes cintas se habrían proyectado los miércoles de estreno en el cine Río: Ben Hur (Charlton Heston) considerada entonces por su costo de 15 millones de dólares, la más cara de la historia de Jólibut. La ventana indiscreta (James Stewart); Crepúsculo (Gloria Swanson, la gran diva del cine mudo y William Holden) y La Torre de Nesle. Esta última con Silvana Pampanini, el icono del erotismo universal. Se anunciaba como el sumun de la cachondería, ello no obstante que los desnudos femeninos solo asomaban entre gasas y tules. Don Güicho González, el insobornable portero del cine Río, regresará a sus casas a un centenar de muchachillos calenturientos, sin cartilla militar. “Me saludan a Manuela”, los despedía malicioso.

Elvis Presley

México vivía en los 50 un ambiente de guerra, pero no contra ningún enemigo externo. Contra su propia juventud etiquetada como rebelde, descarriada, desorientada, extraviada y hasta fascinerosa. Todo porque había adoptado como propio el ritmo extranjero del rock and roll. Se convertirá por ello en fanática de la religión cuyo sumo sacerdote era Elvis Presley. Las ligas de la decencia lo hacían aparecer como la encarnación de Lucifer, las estaciones de radio anunciaban la destrucción sus discos y el columnista Federico de León (Últimas Noticias, de Excélsior) revelaba con escándalo una declaración ofensiva de Presley para la mujer mexicana. Según el periodista, el cantante estadunidense habría dicho: “Prefiero besar a tres negras y no a una mexicana”. Negado más tarde por el ídolo.
Por sí o por no, el gobierno de la República negará a través de la Secretaría de Gobernación la entrada de Presley a México, concretamente a este puerto, donde filmaría la película El ídolo de Acapulco (Fun in Acapulco). El roquero lamenta desde luego el rechazo a persona, tanto como no haber podido fajarle a la hermosa Ursula Andress. La otra dama de la cinta es la ojiverde mexicana Elsa Cárdenas. Los genios de Jólibut harán aparecer al Rey del Rock cantando y bailando en muy diversos escenarios del puerto, incluso como clavadista de la Quebrada. De ahí que prevalezca en algunos la duda sobre aquella presencia aquí y la neta es que Elvis Presley no estuvo en Acapulco.

Más cintas de los 50.

Rebelde sin causa (James Dean); 12 hombres en pugna (Henry Fonda), Una eva y dos adanes (Marilyn Monroe, Tony Curtis y Jack Lemmon), La noche del cazador (Robert Mitchum), Solo ante el peligro (Gary Cooper), El puente sobre el rio Kwai (Allec Guinness), Extraños en el tren (Alfred Hitchcock), Eva al desnudo (Bette Davis); La ley del silencio (Marlon Brandon), Río Bravo (John Wayne), Senderos de gloria (Robert Mitchum).

 

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