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Jaime Castrejón Diez

Los falsos semblantes

Con el incidente que hubo en el Consejo de Seguridad, cuando el representante de los Estados Unidos, Richard Grenell dijo: “A quién le importa la posición de México”, me hizo pensar que nuestra realidad diplomática se puede definir con una expresión de Alejo Carpentier: “Los falsos semblantes”.

Después del incidente en el Consejo de Seguridad, el canciller Derbez dijo que había sido una broma, que no tenía importancia, pero por la forma en que fue reproducida en la prensa internacional sí tiene importancia y más que tomarlo como chiste y no darle importancia hubiera sido necesario una nota diplomática de protesta por falta de respeto a un país. La esencia de la actividad diplomática es dar a respetar a su nación.

Pero pensándolo bien, la idea de los falsos semblantes me hizo recordar que a través de casi medio siglo, la política exterior mexicana ha mostrado ese aspecto, una política exterior más enfocada hacia el consumo interno y hacia construir el pedestal de la imagen del gobernante en turno para construir su monumento, que realmente una política exterior que estuviera enfocada a lo que ésta debiera ser:

Nuestra política exterior, por tradición, había sido bastante aislante, trabas arancelarias, proteccionismos, todo lo que ya conocemos para evitar la competencia con el exterior, además de una gran dependencia de los Estados Unidos. El primer intento de hacer una política diferente fue la de Adolfo López Mateos que empezó a buscar en otros países, principalmente europeos, nuevos mercados y con esa actitud abrirse al exterior para no depender únicamente de los Estados Unidos. Sus giras se enfocaban en este intento de apertura, inclusive le llegaron a poner el mote de Adolfo López Paseos, sin entender realmente el valor que tenía el abrirse a otros países. Para él la autodeterminación de los pueblos fue su mayor preocupación.

Para la primera falsa imagen de México la vimos durante el gobierno de Luis Echeverría, cuando de pronto habíamos descubierto el tercer mundo mítico daba la oportunidad de que nuestro país se convirtiera en el líder de este mundo subdesarrollado que estaba intentando emerger de su atraso. De hecho no éramos el líder, había líderes muy importantes, en aquel momento Mandela, aún en la cárcel, Tito de Yugoslavia que había defendido a su país de la mano recia de la Unión Soviética y naturalmente Nahru en la India, que era realmente el prototipo del líder del tercer mundo. Sin embargo, el liderazgo del tercer mundo fue la base de una política exterior, inclusive la creación de un Instituto para mostrarle internamente al país que había un liderazgo internacional.

Después vino el nefasto José López Portillo, que defendió el peso como un perro y no como ser racional, al mismo tiempo hablaba de aprender a vivir en la abundancia, una política exterior tratando de convencer al pueblo mexicano de que habían llegado ya los buenos tiempos, el resultado fue una tremenda deuda impagable y al bajar los precios del petróleo una involución económica que se pagó con atraso social.

En la presidencia de Carlos Salinas, la diplomacia mexicana se enfocó a convencer al pueblo mexicano que habíamos llegado al primer mundo, se firma el Tratado de Libre Comercio, se da la apertura, se aceptan todas las condiciones del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de los Estados Unidos, se dijo que eran necesarias para que estuviéramos en el primer mundo.

Esta fue otra falsa imagen de nuestro país, ni nunca fuimos líderes del tercer mundo y nunca administramos la abundancia, menos aún habíamos llegado al primer mundo. Si bien es cierto que la nuestra es la novena economía del mundo, también es cierto que las deficiencias estructurales del país, la marginación urbana, la indigencia en el campo no pueden ser la estructura social. Y esta imagen primer mundista se siguió en el gobierno de Ernesto Zedillo y el de Vicente Fox.

Por eso la frase de Alejo Carpentier, me vino a hacer reflexionar sobre una política exterior que realmente está definida por esta expresión. Es bueno de vez en cuando tratar de mostrar que el hacer de la política exterior el pedestal para el gran monumento del presidente en turno no es necesariamente ni cierta ni tampoco beneficiosa para el país.

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