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Peticiones de justicia y de ayuda, en la segunda audiencia pública del alcalde

* Algunas solicitudes estuvieron aderezadas con lágrimas

Aurelio Peláez * De dramas humanos. Inevitablemente ahí recae el contacto directo del alcalde Alberto López Rosas con los ciudadanos en su segunda audiencia pública, durante la cual recibió a unas 50 comisiones de personas.

Dona Luzbertina Barrientos Gómez tiene 98 años y medio, dice. Es “legítima” de Acapulco y ha trabajado “toda mi vida”. Tuvo seis hijos y le vive una. “Mi vida Dios me la ha dado buena y no he padecido de ningún dolor”, le dice al alcalde Alberto López Rosas.

Con el producto de su trabajo le compró la casa a su propio padre hace unas cuatro décadas en el barrio de El Comino. Ahí vivió con una sobrina, que murió hace cuatro años. Luego otras cuatro sobrinas, “que se criaron por fuera, andaban en los bailes”, se metieron a su casa y la desalojaron. Desde entonces vive con la hija que le queda, “que ya no me quiere”, e intentó un fallido juicio contra quienes la despojaron de su propiedad, “pero el abogado Oscar (o Gerardo) Rangel me rompió los papeles, mis documentos”, dice abriendo folders en donde papeles amarillentos se sostienen como rompecabezas en hojas de papel cuaderno.

Doña Luzbertina miraba con desgano el pasar de las comisiones de ciudadanos con el alcalde en la segunda audiencia pública, en la oficina de la Presidencia, sentada en uno de los sillones para los invitados, al fondo del salón.

Platica antes al reportero sus desventuras. “Quiero que me regresen la casa, licenciado”, dice. “Estoy sola. Esas sobrinas nunca hicieron nada por mí. Nunca         me ayudaron”. Los documentos que muestra son desde 1938. Ella cuenta que su padre era pescador, que un documento de los que porta fue avalado por el ex gobernador Baltazar Leyva Mancilla, que compró una casa “frente a Palas Atenea”, que vendió a la viuda del general Silvestre Castro, que trabajó en la zapatería de Marcelino Miaja y que su abogado Rangel le rompió documentación original de la propiedad de la que fue despojada.

Ahora, después del despojo, vive con la hija que le queda, que, dice, “me llama arrimada”. De la casa despojada también se queja, “mis sobrinas ya me la descompusieron”.

Le cuenta eso a López Rosas, quien se acercó al sillón en donde esperaba. Le ofrece asesoría del área jurídica del ayuntamiento. Doña Lubertina llora. Pide justicia. De sus ojos secos salen lágrima sequísimas.

Carmen Rodríguez Nogueda emigró de Zihuatanejo hacia Acapulco hace dos años. Vino a vivir a El 30. Está perdiendo la vista. Se le mira en los ojos, que se achican ante la luz. Hace fila y su carta de presentación ante López Rosas es una foto que se tomó con él hace un año, cuando el ahora alcalde andaba en campaña. Ahí se le ve con lentes. Pero no pide apoyo para ella sino para su hijo, Elvi Valdez, a quien se trajo de Zihuatanejo en el cambio de domicilio.

Le duele, dijo, que su hijo discapacitado, que en la prepa 25 de aquel municipio de la Costa Grande, en donde sacaba dieces, tenga ahora que caminar en muletas hasta el Colegio de Bachilleres, porque no hay para los pasajes. Tampoco para las contribuciones que piden los directores de la escuela.

Ahora no hay dinero en el ayuntamiento, pero el alcalde promete ver lo de la contribuciones a la escuela.

Doña Mayra Bolaños ve a López Rosas y se suelta en llanto. Tiene a su hija en un centro médico particular, al que adeuda 20 mil pesos por dos intervenciones que le hicieron, y no tiene cómo pagar. Fueron operaciones de la vesícula apenas de hace cuatro días. El hijo ya está bien. La alcaldía va a ver cómo le da la mano.

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