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Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

*Gabino, el fusible federal

Deliberado o no, el mensaje político fue nefasto. Sucedió al terminar la ceremonia del arranque de la Gendarmería el viernes, cuando el presidente Enrique Peña Nieto se despidió de mano de todos aquellos que estaban en el presídium, salvo del gobernador de Oaxaca, Gabino Cué, que casi se quedó con la mano extendida. La interpretación lírica en la prensa fue que el Presidente no lo quiso saludar ante todos los problemas que significa Oaxaca para la aplicación de la Reforma Educativa, donde el gobernador siempre aparece como subordinado a la Sección 22 del magisterio, cuyo nombre es sinónimo de beligerancia.
Dentro del gobierno federal tienen medidos a los gobernadores por sus prácticas y acciones. En el caso de Cué, hay una opinión generalizada que es pusilánime, incapaz de gobernar sobre los maestros disidentes y de hacer valer la ley. Todo porque la Sección 22, que se ha opuesto siempre a la Reforma Educativa, tiene secuestradas a las instituciones y a la sociedad y Cué no hace nada.
Hace unos días, después de que los maestros disidentes tomaron las plazas de la capital, edificios públicos, gasolineras y realizaron bloqueos que han provocado pérdidas económicas por más de 100 millones de pesos, Cué declaró que no utilizaría la fuerza pública en su contra porque resultaría contraproducente. Un funcionario federal estaba indignado. “Reconoció que va a violar la ley porque no puede aplicar la ley”, dijo. Pero esa dinámica la ha aplicado hace meses pese a la molestia permanente en el gobierno federal, donde han llegado a pensar en promoverle un juicio político. La pregunta es porqué no lo han hecho.
Cué ha sido para muchos, una decepción. En 2010 era una esperanza a quien veían como un político vanguardista y valiente, que logró la candidatura al gobierno en alianza con el PAN. Trabajó seis años para llegar al poder, luego de que en 2004 perdiera la elección ante el priista Ulises Ruiz, y tuvo el apoyo del líder de la izquierda Andrés Manuel López Obrador hasta que, para poder concretar el apoyo panista, aceptó su condición: reconocer a Felipe Calderón como Presidente.
Pero desde el principio de su gobierno, afloraron sus deficiencias. Toda esa áurea de político con clase se desbarrancó al chocar con la Némesis oaxaqueña, la Sección 22. Cué encolerizó a sus líderes al nombrar –en pago a apoyos prestados– a Irma Cué, propuesta por la maestra Elba Esther Gordillo, que era líder del magisterio, secretaria de Gobierno. En el juego de fuerzas, los maestros disidentes respondieron durante una visita del presidente Felipe Calderón. Se enfrentaron violentamente con la Policía Federal, y el gobernador se dobló.
Apenas cruzado el umbral de los dos primeros meses de su gobierno, estaba de rodillas. Ofreció disculpas por esa violencia, no en forma espontánea, sino como condición de paz exigida por los maestros, que le sacaron a la calle a 70 mil personas para mostrarle su músculo. La petición que despidiera a varios funcionarios, entre ellos a Cué, fue acatada. Llevó a la secretaría de Gobierno a su mentor, el veterano político Jesús Martínez Álvarez, quien terminó renunciando ante la actitud dubitativa y miedosa del gobernador en las decisiones donde se necesitaba carácter. La Reforma Educativa propuesta por el presidente Enrique Peña Nieto, acrecentó sus problemas.
En plena discusión de la reforma el año pasado, Cué se sacudió a los maestros de encima y les financió el primer tramo de su protesta en la ciudad de México, que duró más de seis meses y provocó multimillonarias pérdidas económicas en la capital federal, y una situación de conflicto permanente con la policía. En ese momento del verano de 2013, una alta fuente gubernamental dijo: “Se tendría que abrirle un proceso de destitución en el Congreso local por ser uno de los responsables directos de todo lo que ha sucedido”. Pero uno de los políticos con conocimiento directo de lo que sucede en Oaxaca, justificó: “No tenía de otra. Si no lo hace, acaban con él en Oaxaca”.
Débil, subordinado, rebasado, títere de los maestros. De todo ha sido acusado y señalado Cué y, sin embargo, parece firme en su silla. Se puede explicar su permanencia a dos factores objetivos, igualmente importantes. Uno, que la negociación con la disidencia magisterial no es responsabilidad directa de él, sino del subsecretario de Gobernación, Luis Miranda, quien ha dotado de más poder a la Coordinadora magisterial, que controla la Sección 22, y la ha convertido en un movimiento nacional. Miranda les dio dinero –que la Secretaría de Hacienda les entregó el año pasado– y ofreció plazas sin necesidad de concurso –que están congeladas–, que contradice uno de los elementos cruciales de la Reforma Educativa, que exige que todo normalista que quiera una plaza de maestro, concurse por ella.
Esta realidad dota de fortaleza al subsecretario de Gobernación que dispone de los estímulos económicos para negociar, pero le quita recursos políticos al gobernador para lidiar con los maestros rebeldes. Visto de esta manera, la beligerancia y las exigencias fueron detonadas en la ciudad de México, mientras que desde el Palacio de Gobierno en Oaxaca sólo se administra que la violencia no llene de sangre al estado. En este contexto se encuentra el otro factor: ¿por qué sigue Cué en el gobierno? La respuesta es una pregunta: ¿con quién lo sustituyen?
Candidatos hay, pero el proceso no es algo aislado. Todo al final es cómo mantener la estabilidad en condiciones tan frágiles. Cué, con su docilidad y falta de carácter ante la Sección 22, se ha convertido en el dique que impide todavía que la ilegalidad política se convierta en violencia callejera. El problema es que el tiempo se agotó, porque la no aplicación de la Reforma en Oaxaca, le quita credibilidad al presidente Peña Nieto ante los inversionistas extranjeros, que piensan que si no puede completar esa reforma, menos lo hará con la energética.
Cué aparece en el centro del conflicto, pero es un actor de reparto.
El subsecretario Miranda nombró a un comisionado federal para negociar con los maestros el conflicto y encabezar desde la próxima semana las mesas de diálogo entre ellos y el gobierno. Lo que se busca es una ley educativa en el estado que reconozca la asimetría oaxaqueña con el resto del país, pero que no esté por encima de la Constitución. Dicho en lenguaje político, que no quieran los maestros un estado de excepción para Oaxaca, donde la reforma sea de acuerdo a sus intereses y no a lo planteado en la nación. La discusión de fondo no será cómo armonizan el gobernador y los maestros sus diferencias, sino cómo logra el enviado de Miranda obligar a los maestros a acatar los cambios constitucionales de la reforma. En cualquier caso, sin importar que Cué se encuentre en la periferia de la decisión para desanudar el conflicto, es la cara más pública de la insurgencia en Oaxaca y, por tanto, el primer fusible a quemar si fuera necesario.

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