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Jesús Mendoza Zaragoza

Claves para el avance del movimiento social

*La utopía no es sólo cosa del futuro, sino del futuro que se va haciendo presente. Si soñamos en una sociedad democrática, la organización social integra en su desarrollo, actitudes y prácticas democráticas; si soñamos con el respeto a los derechos humanos, este respeto se practica en la cotidianidad de la lucha social.

Desgastadas, fragmentadas, dispersas y golpeadas lucen muchas organizaciones sociales en el estado de Guerrero. El nacimiento y el desarrollo de las organizaciones sociales requieren de algunas condiciones básicas para que alcancen su madurez y para que construyan verdaderas alternativas en favor de la sociedad y de cara al poder. Guerrero tiene una sociedad civil tan frágil que no alcanza a hacer el contrapeso que se requiere para evitar abusos del poder, tanto del político como del económico. Por eso es tan importante plantear la necesidad de ciertas condiciones para que el movimiento social tenga futuro y no se quede en el intento.
Es penoso ver nacer a organizaciones sociales que toman demandas muy sentidas por la gente y que, tarde o temprano, se desvanecen por no atender a dinámicas internas y externas que las debilitan y las deterioran. Creo que es importante atender algunos aspectos, que yo considero claves, para que tengan capacidad de mantenerse en la lucha social cumpliendo el papel que les toca, aportando su parte al avance de la democracia y al desarrollo integral de nuestros pueblos.
Una primera condición clave para el avance del movimiento social, en mi opinión, es que las organizaciones sociales visualicen su acción en el horizonte de una utopía, de un futuro deseado. La utopía se construye no como una fantasía desligada de la realidad y del presente, sino como una creación del futuro que queremos para que haya condiciones de vida que favorezcan a todos, sin exclusiones. La perspectiva de transformación social da a la lucha social un horizonte de largo alcance y no se queda en demandas inmediatas que, cuando se cumplen, la desactivan o la desvirtúan. Lo mismo hay que señalar que, sin una utopía que oriente hacia la transformación social, hace vulnerable al movimiento social a una fácil cooptación por el poder o por facciones políticas o mafiosas. Sin utopías pueden venir el extravío, la fragmentación, las pugnas internas de poder que terminan por socavar la luchas. La utopía siempre es incluyente, pues se sueña en una sociedad en la que caben todos en la medida en que se avanza en la equidad, en la justicia y en el respeto a los derechos humanos. La utopía no es una mera fantasía que distraiga de las luchas cotidianas y de los sufrimientos de la gente. Es la orientación de largo alcance de la acción cotidiana que no se encierra en el estrecho interés inmediato de un grupo o de una organización. En el pasado, las ideologías tenían el papel de generar utopías, pero con la crisis de la modernidad, terminaron en el cesto de la basura. Sin embargo, el pensamiento utópico sigue vigente en el alma del pueblo y ha sido lo que le ha dado resistencia para sobrevivir y para mantener la esperanza en que las cosas pueden cambiar.
Una consecuencia de la recuperación de la utopía es que ésta se va haciendo presente en la dinámica cotidiana del movimiento social. La utopía no es sólo cosa del futuro, sino del futuro que se va haciendo presente. Por ejemplo, si soñamos en una sociedad democrática, la organización social integra en su desarrollo, actitudes y prácticas democráticas; si soñamos con el respeto a los derechos humanos, este respeto se practica en la cotidianidad de la lucha social.
Otra consecuencia del rescate de la utopía en la lucha social es el recurso a la imaginación. Gandhi tenía una utopía, la liberación de la India, e imaginó senderos para plantear su lucha a largo alcance. Luther King buscaba el reconocimiento de los derechos civiles de la población negra en Estados Unidos, lo que requería imaginar formas de lucha, coherentes con su utopía. La no violencia activa y la desobediencia civil son fruto de la imaginación que urge a formas adecuadas de lucha para conseguir metas y objetivos sostenibles y de manera eficaz. En nuestros movimientos sociales falta imaginación, falta creatividad. Como consecuencia, las acciones de lucha están tan estereotipadas, tan desgastados y son tan ineficaces. Los bloqueos de carreteras, por ejemplo, son ineficaces y causan daños no sólo a la sociedad, sino al mismo movimiento social, que resulta desacreditado, muchas veces.
Otra condición clave para el desarrollo del movimiento social lo constituye la discusión y el diálogo como práctica racional. La razón es una herramienta fundamental para que haya una plataforma común en los procesos de negociación y de diálogo, tanto al interior del movimiento social como en su relación con sus interlocutores sociales y políticos. Privilegiar la razón no implica arrebatarle la pasión que necesita una causa social. Ésta, en su caso, es encauzada constructivamente por el pensamiento racional, dándole inteligencia y lucidez al movimiento social. ¡Cuánto daño hace el discurso visceral que se vuelve incontrolable y cuánto daño hacen las decisiones tomadas al calor del miedo, de la ira y del odio! Las injurias y las descalificaciones ligeras alejan siempre de las soluciones y frenan el avance mismo del movimiento social.
Cuando la razón se coloca como herramienta de una lucha social, se adquiere más capacidad política, pues la realidad misma se establece como punto de referencia. El análisis y los diagnósticos de la realidad, en cuanto más objetivos sean más capacidad generan para las negociaciones necesarias, para el diálogo y para la toma de decisiones en lo que tiene que ver con tácticas de lucha y con estrategias de largo alcance. Una lucha social siempre tiene una repercusión política, no en el sentido partidista sino en el sentido más amplio de la palabra, cosa que hay que atender siempre para dar conscientemente un cauce político al movimiento social. La política necesita de más inteligencia y de menos intestinos.
De no menos importancia que las claves anteriores, me quiero referir ahora a un necesario componente ético del movimiento social. Considero que tendría que verse como la fortaleza propia de las organizaciones que buscan la justicia, que construyen la paz, promueven el desarrollo o defienden los derechos humanos. De suyo, estos temas corresponden a una visión ética de la vida social. En este sentido, los medios, las estrategias y las tácticas de lucha debieran ponderarse siempre desde la perspectiva ética a partir de algunos principios básicos como la dignidad de la persona humana, el bien común, el destino universal de los bienes de la tierra y la solidaridad, entre otros. La tentación de querer alcanzar fines nobles, como se suele hacer en la política, con medios plagados de corrupción o de engaños y simulaciones, siempre está ahí. Ante ella, creer en la fuerza de la verdad, en el poder liberador del amor, en la necesidad del perdón, en el servicio como alma de la lucha social, cambia el paradigma de la lucha social que se ha desgastado en vano y sin mayor eficacia debido a sus carencias éticas.
La lucha social necesita espíritu, valga decir, espiritualidad. No me refiero al tema religioso que suele estar ligado a lo espiritual. Me refiero a la dimensión espiritual del ser humano, que puede tener un contenido religioso o laico. Me refiero al impulso espiritual que sostiene a las luchas sociales, a aquello que mantiene la resistencia, a las convicciones más hondas que mueven a trabajar por los demás, a la motivaciones espirituales que alientan la vida, a la fortaleza interior para no dejarse vencer por las adversidades, a la lucidez para mirar el futuro más allá de la cruda realidad, entre otras cosas. Sin espíritu y sin una ética que dé coherencia al pensamiento con la acción, tarde o temprano las organizaciones sociales truenan. Es más, truenan no tanto por las amenazas que les vienen de fuera, del poder o de las adversidades exteriores, sino por las amenazas que surgen de dentro, de su interior, de las carencias que deshumanizan.
No hace mal al movimiento social una actitud autocrítica; mantener inercias de desgaste, de confrontación, despreciar la inteligencia racional y excluir las consideraciones éticas en la lucha social lo deterioran. Estas inercias favorecen al poder, que sabe utilizarlas con un gran catálogo de artimañas. Por eso hay que repensar las condiciones necesarias para que el movimiento social tenga futuro y no termine siempre en lamentables descalabros.

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