Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Samuel Villela

In memoriam Amando Salmerón Melo (1913-2003)

El pasado día jueves se extinguió la vida de uno de los grandes fotógrafos guerrerenses del siglo XX. Amando Salmerón Melo dejó de existir en su hogar de la ciudad de México como resultado de una prologada enfermedad que lo tenía en cama desde hace ya tres meses.

No es grato redactar una nota luctuosa, sobre todo cuando se trata de una persona a quien se ha conocido de cerca, tanto por su trayectoria como por su don de gentes. Pero lo hago ahora con gusto para reiterar un testimonio sobre su encomiable oficio fotográfico y sobre sus aportaciones a la construcción de una memoria gráfica para los guerrerenses.

Nacido del matrimonio de Amando Salmerón Moctezuma –quizás el más connotado de los fotógrafos en Guerrero– con Silvina Melo, vió la primera luz en Chilapa el 30 de enero de 1913.

Sus inicios en el oficio que nos legara Daguerre nos ilustra sobre su carácter precoz y emprendedor, que lo encaminaría sobre los pasos de su padre. Disponiéndose a participar en una excursión escolar, a la edad de 10 años, solicitó a su padre el préstamo de una de sus cámaras fotográficas. Tomó varios fotos a sus compañeros, las cuales reveló e imprimió el fin de semana. Al lunes siguiente,  se presentaría a la escuela con 75 postales, las cuales vendió a $0.25 cada una, logrando una venta de $18.75. ¡Una fortuna para cualquier muchacho de su edad, por aquellos tiempos!

Ya mayor, se inició formalmente en el oficio fotográfico al lado de su tío Chema (José María Salmerón, otro de los grandes fotógrafos de la dinastía). Elaboró cuidadosos retratos de su terruño, de su plaza principal, de su catedral, su tianguis, sus calles aún empedradas. Durante este periodo sus fotos aparecieron firmadas como “Salmerón fotógrafos”.

Como retratista, tomó bellas imágenes que ahora se nos antojan emblemáticas de una época y una identidad regional. Una foto tomada a Pinita Sánchez –acompañada de una amiga– en Chilapa, portando el atuendo de acateca, nos ilustra sobre una costumbre que se ha ido perdiendo pero que confería a las chilapeñas una prestancia y vínculo con su terruño y sus tradiciones. La impecable composición y la disposición de los elementos en el cuadro –ornamentos, telón de fondo, la vasija y lacas que ellas sostienen en sus manos– nos muestra a un fotógrafo conocedor del oficio y escrupuloso con la puesta en escena. Otro retrato más, en este caso de Anita Padilla como candidata a reina de las fiestas decembrinas, nos muestra a una agraciada dama portando un ampuloso y decorado vestido de crepé. Toda un hecho anecdótico se tejió alrededor de esta imagen, ya que la foto de marras suscitó envidias y admiraciones durante el concurso para la reina de dichas fiestas.

Siguiendo los pasos de su padre, emigró a la capital del estado para fungir como fotógrafo oficial del gobierno guerrerense. Desde ahí elaboró un registro de mítines, giras de trabajo, eventos políticos, visita de los presidentes de la República, etc. Como uno de los varios resultados de dicho trabajo, sus fotos ilustraron publicaciones oficiales, como la obra del gobernador Rafael Catalán Calvo Problemas de Guerrero (1946). Desafortunadamente, buena parte del material que tomó y que debería estar resguardado en el Archivo del Estado se ha perdido, pero el poco que hemos podido conocer y rescatar nos habla de su trasiego por las costas, por la región norte, etc.

Se desempeñó también como corresponsal de prensa de varios diarios de circulación nacional: La Prensa, Excélsior, El Universal. Como fotorreportero participó –junto con Humberto Ochoa Campos– en la fundación               del diario El Sol. Su nombre y fotografías aparecen en el directorio de revistas de circulación estatal –ahora desaparecidas– como Coyuca. Y, en una de las páginas iniciales de la obra conmemorativa del Centenario de la erección del estado de Guerrero (1949), puede leerse el siguiente pie de foto: “Sr. Amando Salmerón Jr., joven artista guerrerense autor de este artículo y a quien debemos la mayor parte del material gráfico que ilustra la presente”.

Para 1951 emigró a la ciudad de México, donde instalaría su estudio en un sitio estratégico: en la Av. Juárez 95 -311, frente a las oficinas de lo que entonces era la Secretaría de Relaciones Exteriores, por lo cual la demanda de fotos “de ovalito” constituyó uno de los pilares de sus ingresos.

De los seis hijos que tuvo, sólo Arturo, el mayor, incursionó en el quehacer fotográfico. Su esposa Eufrasia, fallecida hace un lustro, fue la diligente colaboradora que le acompañó en los vericuetos y destrezas de la toma fotográfica.

Obtuvo varios premios y distinciones por sus fotografías. Pero quizás el mayor que le haya sido conferido es el lugar destacado que ahora ocupa dentro de la historia de la fotografía en Guerrero, así como el reconocimiento de sus paisanos por esa trayectoria profesional y artística. Con la publicación de su esbozo biográfico en la obra Los Salmerón: un siglo de fotografía en Guerrero¸ en coautoría con Blanca Jiménez Padilla, hemos querido hacer un reconocimiento a su trayectoria dentro de esa sobresaliente familia de fotógrafos guerrerenses. Y queremos seguir llamando la atención acerca de lo valioso de su aportación para la creación de una memoria gráfica del devenir guerrerense.

En las postrimerías de su vida se dedicó a la pintura, quizás añorando la plasticidad de sus imágenes fotográficas. Ahora que nos ha dejado, es imperiosa una reflexión sobre su obra y sobre la necesidad de que quienes encabezan las instituciones culturales en Guerrero rindan el debido reconocimiento y homenaje a uno de los grandes profesionales de la lente que   han nacido en tierras surianas.

 

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