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Eduardo Pérez Haro

Puede ser diferente sin faltar a la verdad

Para Pedro Aguirre

 

“El pasado 11 de agosto concluyó la fase legislativa de un importante ciclo reformador”, así inicia el presidente Enrique Peña Nieto su artículo titulado Un nuevo México que fuera publicado apenas antier por el periódico español El País.
Dos cuestiones llaman nuestra atención. La primera es que vuelve a dejar en el aire el compromiso que hiciera de llevar a cabo una reforma para el campo y, segundo, dentro de esta ambigüedad aventura un optimista balance de sus 20 meses de gobierno.
El asunto sigue siendo claro, el presidente Peña Nieto está decidido a llevar su modelito hasta las últimas consecuencias. Ni ve, ni escucha. Opta por intentar una retórica grandilocuente pero que no tiene sustento más allá de la afirmación por sí misma.
Su estrategia de gobierno descansa en la afirmación fácil que muchas veces se vuelve convincente a través de los medios de comunicación, nadie dice que no sucede pero tal vez no siempre resulta.
Cuando los precios de los alimentos se dispararon a la alza obligando sendas reuniones de la FAO y demás, se le aconsejó al entonces precandidato pronunciarse sobre el campo, el 14 de febrero de ese año publicó un artículo en El Universal en el que intentó pasear por todos los temas del sector rural, pero en aquellos días procuró un fraseo más elaborado, y aún no pesaba la fuerza de los hechos o la ausencia de ellos. No volvió al tema hasta el año pasado, cuando después de haber pasado ya por varias reformas se adentraba a la energética, y ahí abrió la idea de una reforma para el campo.
Dicha reforma, el presidente la reafirmó en el evento del 6 de enero en Veracruz y la ratificó en marzo en Colima, se creó la comisión para el efecto, encargándole al secretario de Gobernación ponerse a la cabeza, y al secretario de Agricultura hacer una campaña para validar las conclusiones, cualesquiera que fueran; era de advertirse que en el peñanietismo no había proyecto para el campo más allá de un artículo de periódico del precandidato, y sobre esa base la reforma para el campo se colocaba como un argumento retórico para no hacer tan evidente su desdén por los 30 millones de pobladores rurales.
En fin, después de todo al campo no lo ve con interés, pero si con preocupación, dado que en éste se enfrenta una dificultad de seguridad, de violencia y de gobernabilidad con el crimen organizado, y ante ello no está de más darle una manita. Ya después, al pasar de los días ha venido descubriendo que además de pobreza y problemas en el campo hay oportunidad de grandes negocios en la energía, la minería y los proyectos inmobiliarios, amén de los alimentarios, y ahí fue que se acarició la idea de hincarle el diente al tema agrario (propiedad de la tierra), pues sin el pleno control no hay claras garantías a la inversión de los grandes capitales, y así las cosas…
Sin embargo, cuando aún no estaba cristalizada la reforma energética el presidente optó por no levantar polvo con el tema agrario dentro de la reforma para el campo, y se inclinó porque ello se resolviera, aunque parcialmente, dentro de la misma reforma energética con la modalidad de la ocupación temporal que se consigna en la ley secundaria sobre hidrocarburos. Y ya no habiendo este contenido como asunto central la reforma para el campo, ésta queda en entredicho.
Para muchos, pareciera que la reciente reunión en la que se anunció el cambio de la Financiera Rural por la Financiera Nacional de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal y Pesquero, la semana pasada en Jalisco, sirve como colofón de la reforma para el campo, aunque el secretario de Hacienda destacó que es un resultado concreto de la reforma financiera, “una de las 11 reformas históricas que en tan sólo 20 meses de gobierno, ha impulsado y logrado el presidente de la República de la mano del Congreso de la Unión” usando el mismo fraseo que Enrique Peña Nieto utiliza en el artículo de El País.
En pocas palabras, para el presidente y el secretario de Hacienda el ciclo de las reformas está concluido, eso no quiere decir que de pronto no haya otras, incluida alguna modalidad para la del campo, empero queda claro que serán de menor calado y relevancia, algunas de ellas se quedarán en el ajuste de términos y reglamentos para terminar de acoplar los cambios sustantivos que ya se han llevado a cabo.
El presidente, volviendo a referirnos a su artículo periodístico del domingo, reviste su aritmética de cálculo sobre un periodo de reformas ya consumado con alusiones a un México que ha dejado atrás los problemas y se enfila al desarrollo, o algo más o menos así quiere decir, lo que sin duda nos parece estrambótico, pues no hay hechos ni datos que le den sustento, ni en la economía ni en la seguridad, ni siquiera en los niveles de aprobación de parte de la población como lo muestra la reciente encuesta publicada por El Universal.
Peña Nieto, después de hacer un paralelismo entre los Pactos de la Moncloa y el Pacto por México, que a todas luces resulta insolente y desproporcionado, apunta que “El Pacto por México permitió… dar soluciones a los grandes problemas nacionales, superando así una época marcada por la polarización política y la parálisis legislativa” (…) “la realidad mexicana seguía marcada por un crecimiento insuficiente, baja productividad y altos niveles de pobreza y desigualdad. Algunos derechos establecidos en la Constitución no eran ejercidos plenamente por todos los ciudadanos, como lo eran el derecho a una educación de calidad y a la justicia eficaz, pronta y expedita”.
Al referir que su estrategia dice que “permitió … dar soluciones a los grandes problemas nacionales, superando así una época”, sugiere, afirma, anuncia que eso ya es cosa del pasado y lo que tenemos ahora es “un nuevo México”. No dude usted, apreciable lector, que nos sobran datos, referencias y mucho material con el que podríamos llevar este marco argumental a una condición vergonzosa, pues los cambiantes datos a la baja en el pronóstico de crecimiento económico y los elevados datos sobre la inseguridad, amén del vació que se hace sobre los asuntos del empleo y el ingreso, o el flagrante desdén sobre el campo mexicano, sólo son los referentes de la punta de un iceberg que debajo del agua oculta una ancha base, ya no sólo de desigualdad y pobreza sino de insuficiencias y desequilibrios estructurales para el desarrollo (tecnológicos, organizacionales, de infraestructura, de integración, de vinculación con los mercados, etcétera).
No hay cambios en la educación, mucho menos en la impartición de justicia, pero tampoco hay relación con los ciudadanos de la ciudad y el campo, no hay calidad representativa, no hay pulcritud gubernamental, tampoco plan de desarrollo, ni política social, no hay modernización en curso para la nación, ni tampoco perspectiva de mejora en su base más amplia; en resumen, no hay proyecto, sólo hay negocios en ciernes que, dependiendo de su capacidad y calidad de instrumentación, podrán ser importantes negocios que nutrirán los agregados macroeconómicos de un futuro de mediano plazo, pero que están condicionados y expuestos a la consistencia aún no lograda de superación de la crisis en los países desarrollados, fundamentalmente en Estados Unidos. De dónde sale la idea de que el México de los problemas ha quedado atrás, éste es un discurso más para los televidentes del canal de las estrellas.
La opinión internacional varía, como también la interna; existen segmentos de la clase empresarial que, al ser directamente beneficiados aplauden, pero no todos, sobre todo los empresarios medianos y pequeños, o los grandes que quedan fuera de los circuitos de impacto directo de estos grandes negocios energéticos y de las comunicaciones, pero sobre todo la clase media en dificultades de ocupación-ingreso, y no se diga la amplia base de trabajadores y del sector popular que más bien encarnan desolación y descontento.
El asunto está lejos de lo que afirma el presidente, por el contrario, percibimos no sólo desencanto sino inquietudes acumuladas que van a buscar salidas que bien pueden hacer brotar protestas y movimientos emergentes diversos o, en última instancia, exacerbar las condiciones de inseguridad e ingobernabilidad. El campo es uno de estos frentes en los que, independientemente de que el presidente se haya hecho acompañar en Guadalajara de los liderazgos que días antes encabezaron la marcha campesina que llegó al Zócalo, habrá que ver cómo anda el asunto en las zonas rurales y no sólo.
Las dependencias del sector no han dejado de hablar de lo que dijeron desde antes de los foros y las mesas de negociaciones (clústers, fertilizantes, agua, extensión holística, etcétera), ninguna concepción alterna a la perorata de las últimas décadas, no hay nuevos acuerdos con la sociedad rural, luego entonces no hay cambios sustantivos en la institucionalidad (los cambios de nombres y programas, la tan llamada reingeniería institucional no lleva cambios en el núcleo que le da contenido y forma), no hay nuevo marco de inserción del campo en la economía, se sigue el esquema de los países atrasados de cobijar a los grandes empresarios y empresas de los insumos y principales productos, porque no les cae la idea de que puede y debe ser diferente, no sólo por justicia sino por la propia funcionalidad del sistema. Pero puede ser diferente y no será necesario faltar a la verdad.

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