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CRÓNICA

El último paseo de Carlos Fuentes por la (ex) región más transparente

Aurelio Peláez

Ciudad de México

La carroza que transportaba los restos de Carlos Fuentes apareció por la avenida Juárez a las 11: 57, tres minutos antes de la hora en que el Conaculta anunció un homenaje de cuerpo presente, ahí en el Palacio de Bellas Artes. Dio vuelta por Eje Central, unos me-tros más, y entró por una lateral al majestuoso edificio de lustre porfirista. Los cientos contenidos por las vallas que esperaban entrar al homenje, aplauden. A los lados y delante de la camioneta de Ga-yosso inician su carrera fotógrafos y camarógrafos para tomar las imágenes de la llegada de los restos del escritor mexicano contemporáneo más conocido en el mundo. Entre algunos asistentes afloran furtivas lágrimas.

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El Palacio de Bellas Artes fue ocupado desde temprano, si no es que desde el día anterior, por el Estado Mayor Presidencial. Vallas en toda la cuadra y vallas aún en medio, aparte de que la puerta principal del edificio está cerrada. Los invitados especiales, escritores, políticos, artistas, entran por un portón lateral a la entrada principal. Sabidos muchos de que habría homenaje a las 12, algunos llegaron desde las 10. Los periodistas poco después de las once, pero finalmente los dejan pasar al cuarto para las doce. Avanzan corriendo los 50 metros hacia la entrada, se supone que para ganar las mejores tomas. Los de a pie improvisan una fila. El sol es fuerte, el cielo despejado. Atrás del que esto reseña están un joven clasemediero y un señor de edad de las bases populares. Se identifican de inmediato en su radicalismo. Critican a Calderón, a la Gordillo, a Aguilar Camín, a Peña Nieto. No paran. Cuando a las 11:50 pasa por el Eje central el convoy del presidente, se desfogan:
–Espurio.
–Pelele.
–Ahí va la mierda.

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¿A poco? ¿24 de noviembre del 2008? Al que esto escribe le sorprende que la  magna conferencia a la que asistieron unos 4 mil en el Auditorio Nacional de la ciudad de México fuera hace ya hace más de tres años. ¿Qué no fue el año pasado? En esa, habló de cómo escribió sus libros. Entre otros, lo presentó Jorge Volpi, que escribió algunas novelas de las cuales no se antoja leer ninguna. El acto fue por los 80 años del escritor. De lejos, más que nerd, parecía marciano. Volpi, no Fuentes. Habla Fuentes, al final, termina con el monólogo de su personaje Ixca Cienfuegos, de La región más transparente:  “… Nací y vivo en México, DF. Esto no es grave. En México no hay tragedia; todo se vuelve afrenta…”. La imagen de Carlos Fuentes se magnifica por una pantalla a sus espaldas: gesticula y aparecen nítidos sus dedos torcidos como consecuencia de las decenas de libros y miles de artículos que escribió en una máquina mecánica y a dos dedos. Se cuenta además que poco le gustó continuar el oficio en ordenadores.

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Por fin, hacer fila valió. Al final abren varios flancos y todos entramos corriendo, para encontrarnos con otra valla. Ciertamente, ve-mos cómo retiran el féretro de la carroza. Nuevos aplausos. Co-menzó el homenaje poco después de las 12 y hay que imaginárselo.
–Yo hasta traje un libro para que me lo firme Poniatowska –dice alguien.
Quince minutos después, y nuevos aplausos. Desde lejos se distingue llegar a la  autora de La noche de Tlatelolco, una de las más cercanas a Fuentes. Es la única que amerita semejante distinción.
Al acto –en la explanada se exponen obras del escultor colombiano Francisco Botero– muchos llegan con libros de Fuentes, como quien abraza una biblia para una liturgia profana. No faltan exhibicionistas con máscaras, trajes y etcétera, ni entrevistados por medios extranjeros que de repente resultan expertos en la obra del escritor. Señoras, señores, que llegan con flores, retratos, vendedores de libros piratas de Aura a 30 pesos, y adentro Calderón, encabezando un homenaje al que la mayoría le escamotea méritos.

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Casi hora y media después de comenzado el homenaje oficial, se arma otra valla para que en orden los de a pie, se supone que muchos de los que en verdad lo leyeron, pasen a rendirle homenaje. Primero a paso lento. Al principio se permite que los asistentes se detengan, que algunos abracen o besen el ataúd, y ya luego apurados por vigilantes y trabajadores del INBA. Silvia Lemus, la esposa, se queda sentada frente al féretro. Aunque cerca de las 3 de la tarde se comenzó a disolver el tumulto, el cuerpo estuvo en el Palacio hasta las 5:30, desde donde será llevado al cementerio de Montparnasse de París, en el que también reposan el dictador Porfirio Díaz, el filósofo del existencialismo Jean-Paul Sartre y su amigo el escritor argentino-francés Julio Cortázar.

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“Hoy recuerdo a los muertos de mi casa”, abre el poema Elegía ininterrumpida de Octavio Paz. Curiosa referencia para ligar a dos intelectuales que fueron muy cercanos y que se distanciaron al final de sus vidas. Sale uno del recinto casi empujado, mirando hacia atrás esa caja cerrada, a la luz de esta inconmensurable ciudad de México cuya versión de los 1950 Fuentes retrató en La región, esta ciudad que queda con el organillero que te pica las costillas con su gorra para que le des una propina, donde el agente de tránsito se mienta la madre con un chofer, donde el policía indica a uno que llega tarde donde “accesar” al edificio. La vida sigue.
–Saluda al sol araña, no seas rencorosa  –remata en ese poema Paz, usando la estrofa de otro gran poeta, el nicaragüense Rubén Darío.

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