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Noche de tour y regateos de padres en el tianguis de Reyes de la Costera

* Más de 300 puestos de juguetes se instalaron al aire libre en el estacionamiento del hotel Continental

Aurelio Peláez * A eso de las 8 de la noche la venta de Reyes apenas y va bien. Un padre sin experiencia –viste short, playera y tenis– se apersona en el primer puesto de venta de juguetes que se le presenta; pregunta por el precio del primer juguete que mira enfrente y paga 240 pesos, sin regatear. Esas cosas pasan, y más a un chavo de 20 años que compra una pista de carreras, seguramente para un niño de uno o dos años.

Es el estacionamiento del hotel Continental, por unos días una zona de vendimia popular.

Los juguetes van desde transbordadores electrónicos de a 250 pesos, hasta imitaciones de barbies de plástico de 20. Al estacionamiento del hotel, en la Costera, comenzaban a llegar Los Reyes. El lugar fue anoche el tianguis del regateo tal como era en el centro de la ciudad, que los comerciantes semifijos habían ocupado tradicionalmente por años y del que ahora fueron reubicados a esta zona de la Costera.

Comenzó el primer tour de padres mirones, dando vueltas por entre los más de 300 puestos de venta de juguetes instalados en el lugar al aire libre, sobre tierra apisonada. Caminan entre pacientes e indecisos. El polvillo que levantan estas rondas apenas se nota. El ruido de los juguetes electrónicos convive con el de los vendedores y las vendedoras. El negocio inmediato es el de las pilas. Hay vendedores de pilas por todos lados: para las patrullas, las muñecas que hablan, los robots y demás juegos de luces y sonidos, alguna que otra metralleta.

En la entrada hay un presunto Bob Esponja, que más bien parece un tipo encajado en una caja de Corn Flakes, y un Winnie Pooh escuálido. Reciben a los padres y a algunos escasos niños que los acompañan, e intentan vender la foto del recuerdo. De a 20 pesos, por cierto. Al fondo, un grupo de regué formado por un grupo de chavos errantes y de camisas coloridas, intenta ganarse unos pesos. Después de media hora de cantar y bailar, se dan cuenta que nadie los pela, y se van cargando tambores y demás instrumentos de percusión.

Por esa hora, entra el alcalde Alberto López Rosas y comitiva que le acompaña, visitando los puestos de los que quisieron vender en este primer tianguis de Reyes, organizado por el ayuntamiento de Acapulco. A su paso, recibe saludos, aplausos, porras y hasta peticiones: “En la Jardín no hay agua, señor”. Va acompañado por su esposa María Eugenia Díaz, y sus hijas Karina, María Eugenia y Erika. La menor tiene 14 años. Quizá por eso el paseo es de protocolo, pues el alcalde no fue cliente de nadie.

-¿Y los regalos para los niños, va a dar el DIF? –le pregunta una señora. El alcalde asiente.

La ventaja del tianguis es la variedad, y la posibilidad de echarse unas tostadas, un atole o unos tamales, entre compra y compra. Como que el ruido, el apuro y el desorden son además parte de la parafernalia de compra de los Reyes. Nada como lo ordenadito de los Supers.

Y para lo bueno aún falta, según dicen los vendedores con experiencia en la economía informal, la que no paga impuestos, dirían los empresarios, o bien, los afectados por algunas de las recurrentes crisis económicas y que en una de estas perdieron el empleo, en el mejor de los casos. O el auto y la casa, en el peor.

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