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La realidad política oscureció la obra de Carlos Fuentes, afirma investigadora

Silvia Isabel Gámez y Rafael Mathus / Agencia Reforma

Ciudad de México / Nueva York

Con el paso del tiempo, contagiada de la realidad política del país, la obra de Carlos Fuentes se volvió más oscura. “Yo hablo de una estética del horror que está presente en sus últimas novelas, en La silla del águila, en La voluntad y la fortuna, un poco en Adán en Edén, que corresponde al momento terrible que estamos viviendo”, destaca Georgina García Gutiérrez, considerada la principal estudiosa en México de su literatura.
“En La región más transparente y La muerte de Artemio Cruz, los personajes sentían amor. Fuentes da cabida a la poesía, al lirismo; incluso en Cristóbal Nonato, una profecía apocalíptica, el amor está presente en Ángeles y Ángel Palomar, los padres de Cristóbal”, explica. “Pero en La silla del águila aparecen los pactos de corrupción del poder, y en La voluntad y la fortuna nos habla una cabeza decapitada. No hay espacio para el amor ni la belleza”.
En 1981, García Gutiérrez publicó Los disfraces: La obra mestiza de Carlos Fuentes. Desde entonces, con pausas pero incesante, la académica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM ha continuado el análisis de su obra, en libros como la edición crítica de La región más transparente.
La investigadora estuvo en el sepelio de Fuentes, en la casa familiar, y lo acompañó en el Palacio de Bellas Artes, pero aún no se convence de su pérdida. La obra del escritor, dice, resulta estimulante para los lectores profesionales y los críticos por su afán renovador, su preocupación constante por la forma.
La erudición de Fuentes, que abarca campos como la literatura, la historia, la filosofía y el cine, resultado de su voracidad como lector, puede llegar a abrumar a los investigadores, a quienes les exige estar a la altura por las numerosas referencias que maneja. “Finalmente, era tanto un artista de la palabra como un intelectual”.
De entrada, reconoce, no es un autor fácil, pero es posible iniciarse en su lectura con sus cuentos, seguir con novelas como Vlad y La voluntad y la fortuna, y después agregar títulos más complejos como Cristóbal Nonato.
México fue su tema central, el objeto amoroso al que observó con detenimiento para poderlo retratar en una obra siempre crítica de la realidad, señala García Gutiérrez. “Leer a Fuentes es también entender a México, no porque tuviera una intención didáctica o pedagógica”, aclara. “Pienso que buscaba generar la reflexión para que el lector se formara una opinión crítica, consciente, no automática o simplemente horrorizada de lo que estaba pasando”.
“A Fuentes le preocupaba la injusticia, la desigualdad que hay en México, que puede provocar una catástrofe, y últimamente, cada vez más los jóvenes”, dijo la investigadora Georgina García Gutiérrez.

Resguarda la Universidad de Princeton la memoria documental de Carlos Fuentes

La palabra de Carlos Fuentes, escrita de su puño y letra, descansa rodeada del trabajo de otras figuras de la literatura, en una de las catedrales más prestigiosas del conocimiento de Estados Unidos, la Universidad de Princeton, una de las instituciones donde el Maestro enseñó.
Allí, en la biblioteca de la universidad, cualquier persona puede acceder a una amplia colección de documentos personales y de trabajo del escritor, editor y diplomático, que incluye desde manuscritos de novelas, cuentos, obras teatrales, guiones cinematográficos y discursos, hasta cartas con colegas, dibujos, fotografías y cintas de audio, entre mucho más material.
Esto último es, quizá, lo más interesantes de la colección. La correspondencia cubre 50 años, entre 1944 y 1994, e incluye misivas de miembros de la familia, una amplia gama de editores, agentes literarios, artistas, escritores, cineastas y políticos, escritas y recibidas por Fuentes.
Hay allí cartas a escritores mexicanos como Alfonso Reyes y Octavio Paz; de otros países de América Latina, como Guillermo Cabrera Infante, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa, y de Estados Unidos y Europa, como Norman Mailer, Milan Kundera o Philip Roth.
Justamente Vargas Llosa, Cabrera Infante y Cortázar son algunos de los autores con los que Fuentes convive ahora en las salas de Princeton, además de otros íconos de las letras hispanas, como Reinaldo Arenas, Arcadio Díaz Quiñones, José Donoso, Elena Garro, Manuel Mujica Láinez y Victoria y Silvina Ocampo.
Como un fiel reflejo de la vida de Fuentes, pueden encontrarse en su archivo documentos y manuscritos en cuatro idiomas: francés, inglés, alemán y, porsupuesto, español.
Todo el material, la gran parte del cual llegó durante la década de los 90 desde México y Londres, está dividido en 192 cajas.
La colección contiene borradores de guiones escritos por Fuentes, o que hizo en colaboración con otros autores, como Los Hijos de Sánchez o Juárez; correcciones a sus novelas y borradores de cuentos e historias cortas.
Algunos de sus discursos y entrevistas, así como también la variedad de columnas periodísticas que escribió para distintos medios gráficos de Estados Unidos, España y México.
Entre los discursos que aquí se guardan hay dos memorables: el que ofreció a los graduados de la Universidad de Harvard en 1983, y el de aceptación del Premio Cervantes, en 1988.
También figuran escritos juveniles y dibujos de la década de 1940 y principios de 1950. Hay fotografías, recortes, cintas de audio y videocasetes de su discursos y lecturas. Así, además de su palabra, escrita de puño y letra, también perdura su imagen y su voz.

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