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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

*Peña Nieto, el viejo estilo del PRI

La revista británica The Economist golpeó la semana pasada el ego presidencial al hacer notar que Enrique Peña Nieto ejerce el poder como “un político al viejo estilo” del PRI. No es una crítica novedosa, pero es significativa porque proviene de los mismos círculos internacionales seducidos por el gobierno de Peña Nieto con la música de las reformas estructurales.
De acuerdo con la publicación, “el mensaje que los mexicanos quieren escuchar es que la economía está mejorando”, pero “los mexicanos no creen en la promesa de que las reformas ayudarán a crecer más rápido que en otros sexenios”. Según esta revista, la mayor preocupación de la población es la economía, no la inseguridad y la violencia, y es ahí donde el presidente fracasa en convencer a la gente sobre los beneficios que traerán las reformas que el Congreso le aprobó gracias a la alianza entre el PRI y el PAN, y al apoyo del PRD.
Esta crítica apareció cuando aún no se disipaba la euforia gubernamental y del sector privado por el segundo informe de Peña Nieto y el anuncio de la construcción del nuevo aeropuerto de la ciudad de México, que impregnaron el ambiente oficial con un mensaje de plenitud y abundancia que dista mucho de ser compartido por los mexicanos.
Como si su intención hubiera sido confirmar y estimular todavía más la reacción adversa de la población ante las reformas promovidas por el gobierno peñanietista, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, dijo el viernes que los frutos de esos cambios “son procesos profundos que no generan resultados inmediatos y estaríamos engañando a la sociedad mexicana si prometiéramos resultados mágicos o instantáneos”.
Al entregar a la Cámara de Diputados el proyecto de presupuesto para el 2015, Videgaray manifestó que “si queremos crecer más, tendríamos que hacer cambios importantes y cambios de fondo y esa es la naturaleza de las reformas estructurales, la reforma energética, la reforma en competencia económica, en telecomunicaciones; por supuesto, la reforma financiera, la reforma laboral; todas tienen, están diseñadas para remover las ataduras, aquello que nos ha impedido crecer como podríamos crecer”. Pero la inseguridad que manifiesta el secretario de Hacienda sobre el efecto de estas reformas en la economía y la frialdad con que el mercado las ha recibido, denotan incertidumbre y falta de eficacia del modelo que las autoridades se empeñaron en poner en marcha. A pesar de los aplausos que las reformas obtuvieron en el exterior, podrían resultar inservibles para el objetivo de impulsar el crecimiento económico del país y generar empleos.
Para promover la adhesión social a sus reformas, el gobierno de Peña Nieto prometió sin disimulo en su propaganda que rendirían resultados inmediatos, mágicos e instantáneos –como la reducción en los precios de la luz, el gas y la gasolina–, y el hecho de que ahora el discurso oficial se desdiga de todo ello prueba que, en efecto, la sociedad fue engañada. A eso se refiere justamente The Economist al señalar que el presidente postula la existencia de un nuevo México pero ejerce el poder al viejo estilo del PRI. Así prometían, engañaban y manipulaban antes los gobiernos del PRI, y causaban grandes sufrimientos y desilusión a la sociedad.
Detrás de las dificultades que Peña Nieto tiene para convencer a la población de la bondad de las reformas estructurales se encuentra el hecho indiscutible de que esos cambios se realizaron sin tener apoyo social. A pesar de que el caso más evidente de esa falta de consenso es la reforma energética, las otras también fueron pactadas por el gobierno y las cúpulas partidistas en un entorno desvinculado del interés público.
Por los anteriores motivos, no es sorprendente que la popularidad de Peña Nieto se desplome y crezca el malestar y el rechazo social hacia su gobierno, como informó el 26 de agosto la encuestadora estadunidense Pew Research Center. De acuerdo con este estudio, 60 por ciento de la población desaprueba la gestión de Peña Nieto en materia económica, lo que significa 14 puntos más que el año pasado, y 57 por ciento se opone a la apertura del petróleo a las empresas extranjeras frente a un reducido 34 por ciento que la apoya.
Poco importarían estas noticias si todo se redujera a la egolatría presidencial, pero estos datos reflejan un problema profundo relacionado con el futuro del país y el bienestar de la población. Si las reformas en las que el gobierno priísta sustenta su regreso al poder resultan un fracaso y el crecimiento económico y la abundancia no llegan, como ha sucedido hasta ahora, estos seis años serán un verdadero suplicio. Si a ello se le suma la inseguridad y la violencia que no cesan, se tendrá completo el cuadro. Esas son las consecuencias del viejo estilo autoritario del PRI de ejercer el poder, en el que el presidente nunca se equivocaba y cuando se equivocaba volvía a mandar.
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