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Federico Vite

Del bloqueo al estrellato literario

La muerte del padre (Anagrama, 2012), de Karl Ove Knausgård, es el primer tomo de la poderosa saga llamada Mi lucha: una disección personal al estilo En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.
El autor, puesto en la narración como objeto de estudio, habla de su infancia, adolescencia y pasiones culturales, pero en el fondo sólo analiza la relación entre él y su padre, cuya muerte prematura suscitó emociones contradictorias, alivio y dolor, frustración y orgullo.
Karl Ove habla, como decía Tolstoi, de su aldea para describir el mundo, es un chico serio, angustiado por un hermano feliz; tiene una madre cariñosa pero invisible y un padre distante, anómalo. El noruego hace de la memoria su materia de canto; en las 500 páginas del libro, la emotividad (llanto, quejumbre y soledad) es lo que caracteriza a este documento.
Hace tres años, en Noruega, cuando se publicó el sexto y último volumen de Mi lucha, la autobiografía había vendido 500 mil ejemplares, cifra sorprendente en un país de 5 millones de habitantes. Los tíos de Knausgard amenazaron con demandarlo por el retrato despiadado que hace de ellos, de la abuela, del propio padre; la primera esposa, protagonista del segundo volumen, ejerció su derecho a réplica con varios programas de radio sobre el tema. La autobiografía se ha traducido a 15 idiomas, Karl Ove se convirtió en un hombre rico y prestigiado. La crítica literaria de muchísimos países lo compara con Céline, Proust y Benjamin. Otro sector académico de la literatura ve en él la encarnación de una nueva forma de explotación de la intimidad. Describen la autobiografía como un reality-show elegante.
A los 30 años, Karl Ove debutó con la novela Fuera del mundo, ganadora del Premio de la Crítica en Noruega; en 2004 recibió nuevamente elogiosas reseñas por Un tiempo para todo, nouvelle rara en la que aborda nociones místicas sobre ángeles y un teólogo renacentista. Después de estos dos libros, Karl Ove sufrió un bloqueo. Quería escribir un relato sobre la muerte de su padre, pero no lograba empatar ninguno de los hilos narrativos que iba desmadejando. Tuvo la idea de escribir 20 cuartillas diarias, sólo describir sus recuerdos. En tres años reunió 3 mil 500 páginas; las dividió en seis volúmenes. Sin corregir mucho, publicó en 2009 La muerte del padre, libro que de inmediato se convirtió en un escándalo literario.
¿Por qué ha llamado tanto la atención Karl Ove? Porque simple y sencillamente se dedica a contar una historia. La manera en la que lo hace no es novedosa, elipsis, cambios temporales, narrador en primera persona. Nada nuevo, insisto, pero la carne de este asunto es la exploración del yo. Karl Ove escribe sin filtros. Diserta, por ejemplo, sobre la belleza de un cuadro que lo hace llorar en cuanto lo ve, y se asombra de que al acariciar a sus hijos no llegue la emoción vital del llanto ante lo bello. Entiende que no se siente pleno con los hijos, necesita más. “Lo que yo intentaba, y tal vez intentan todos los escritores, era combatir la ficción con ficción. Debía animar lo existente, aceptar y animar el estado de las cosas, es decir, revolcarme en el mundo en lugar de buscar un camino para salir de él, porque de esa manera sin duda tendría una vida mejor”, dice Knausgård en la primera parte de este libro y agrega: “Escribir es sacar de las sombras lo que sabemos. No de lo que ocurre allí, no de qué clase de actos se realizan allí, sino del allí en sí. Ese es el lugar y la meta de la acción de escribir. ¿Pero cómo llegar hasta ese punto?”. Bajo esa tesis, La muerte del padre puede leerse como una negación de la muerte, un festejo vital en el que la intención estética radica en la extracción de una sombra y la manipulación de ésta. Que tengan buen martes.

 

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