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Alba Teresa Estrada

Crisis de inseguridad y guerra sucia en México

Las conexiones entre la guerra sucia de los años setenta en México y la crisis de inseguridad que nos agobia más cada día de nuestro atribulado presente tienen múltiples inputs y outputs. Uno de los más notables es, sin duda, el cambio operado en el funcionamiento del Estado. El incremento generalizado de la inseguridad y la violencia es, en buena medida, resultado de ese cambio.
Aunque, aparentemente la guerra sucia de los años 1970 afectó exclusivamente a una porción muy pequeña de la población –aquella que se enroló en una lucha armada que hoy se antoja suicida por cambiar el sistema económico y el régimen político de nuestro país–, no podemos decir en realidad que se trate de un acontecimiento superado ni que sus efectos hayan sido mínimos. Los más de 100 mil muertos, 25 mil desaparecidos e incontables víctimas colaterales de la guerra de Calderón continuada por Peña Nieto están sólidamente vinculados a aquellos hechos que aparentemente quedaron en el pasado. Tratemos de explicar a continuación porqué decimos esto.
1. Cuando analizan el cambio político en México, los politólogos encomian la transición política y la alternancia logradas y, basados en ello, decretan que hemos llegado a la democracia. Por el contrario, si analizamos el cambio político desde el punto de vista de la relación Estado-sociedad, la democracia, concebida como “el ideal del gobierno del pueblo para el pueblo” es una meta cada vez más distante. Nadie puede negar que conforme se fortalecen las instituciones representativas, el ciudadano se ha ido alejando de la cosa pública y se halla cada vez más despojado de capacidad para influir en las decisiones que lo afectan. El poder del voto es una burla si consideramos su utilidad práctica para cada uno de nosotros, ¿de qué nos sirve elegir entre uno y otro corrupto?, ¿entre uno y otro ladrón?, ¿entre uno y otro embustero? El Estado mexicano en su conjunto se halla profundamente penetrado y corroído por la corrupción; es una gran empresa de lucro basada en la liquidación de los bienes públicos y en su privatización legalizada por los órganos de representación. Familias y clanes políticos profesionalizados se adjudican las ganancias, mientras agencias nacionales y extranjeras controlan la política y la seguridad nacional. El mexicano se ha convertido también en un Estado mafioso. El accionar de las organizaciones criminales no le es ajeno. No hay dentro y fuera. Como muestra el libro de Sergio González Rodríguez Campo de guerra (2014), estos cambios no han ocurrido sólo en nuestro país; la separación entre Estado y nación es un fenómeno global que ha modificado la función del Estado bajo las pautas de los centros de poder del capitalismo global. Pero en México muestra signos de descomposición avanzada. Los cambios en el funcionamiento del Estado se han gestado en los últimos 40 años de la hegemonía priísta y su efímero relevo blanquiazul.
2. Es a partir de los años 1970 cuando los órganos de inteligencia policial y militar se “modernizan” en el país con la asesoría y promoción del gobierno estadunidense. El gran ensayo de estrategia contrainsurgente que se aplicó en la sierra de Atoyac en esa década, durante el asedio y aniquilación del Partido de los Pobres y sus bases de apoyo, instauró también como estrategia de control político y combate a la disidencia repertorios y procedimientos que llevaron al auge de policías y cuerpos militares y paramilitares educados para ignorar los derechos humanos en el cumplimiento de sus tareas represivas. A partir de entonces, prosperaron los mercenarios que transitan indistintamente de las corporaciones oficiales a la seguridad privada y al sicariato en busca de un empleo remunerativo. El problema de inseguridad ha escalado a tal punto la violencia que la limpieza social, las ejecuciones sumarias y la pena de muerte –decididas discrecionalmente por los mismos policías de élite que hoy portan gafete oficial y mañana encabezarán alguna célula u organización criminal– son bienvenidas por un segmento de la sociedad harto de la actuación impune de secuestradores, traficantes y asesinos. Ese segmento no repara en el hecho de que esa “limpieza social” realizada por un policía o militar es un caldo de cultivo. Que el policía que hoy es despedido por corrupto es el mismo que mañana, ya sin placa, pasará a repetir lo que antes hacía con la autorización de sus mandos oficiales. Nuestros impuestos están trabajando para entrenar a quienes mañana nos aterrorizarán, robarán y asesinarán. Cada día aumentan las cohortes de jóvenes desempleados que van a enrolarse en los ejércitos irregulares al no hallar empleo remunerativo en la legalidad. Es por ello que la solución a la inseguridad no pasa por la consigna de más policías; ello equivale a querer apagar el fuego con gasolina.
3. La derrota de los ideales que movieron a los revolucionarios aniquilados durante la guerra sucia ha derivado en una tragedia nacional. El triunfo de los cínicos e infames, y el descrédito de la utopía tienen hoy al país a merced del crimen y la corrupción. Nos hemos quedado sin derechos, nos han cercenado la voz.; vivimos paralizados por el miedo. Esta es la nueva forma de control social. La gente que no cree, no actúa. La gente que tiene miedo, se esconde.
Seguramente, la solución a esta grave situación está en dirección contraria a la de un Estado mafioso o de un Estado policial. Estoy convencida de que seguramente está en la autonomía, la autogestión y la autodefensa. Pasa por construir poder social y reorientar, mediante una mayor participación popular, el modelo económico que permita un crecimiento efectivo basado en las exportaciones, pero también en el mercado interno; un crecimiento capaz de promover el empleo y fortalecer las pequeñas y medianas empresas.
La política es algo demasiado valioso e importante para dejarla en manos de los mismos políticos profesionales que hoy se benefician del despojo de la riqueza nacional, de la ignorancia y del aumento de la pobreza. La pobreza es para ellos funcional porque el voto tiene un precio que se abarata en relación proporcional con el aumento de clientelas empobrecidas. Es necesario que cada uno y cada una de nosotras tome en sus manos la política. Urge antes de que los mercaderes de la política terminen de rematar lo que queda de nuestro patrimonio nacional y nuestro suelo patrio. Urge, antes de que nos quedemos sin un país que legar a las nuevas generaciones.

* La autora, chilpancinguense, es investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM y doctora en sociología política. Comienza con esta entrega una colaboración mensual en El Sur. Bienvenida.

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