Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

* Testigos en conflicto

Desde hace mucho, en diciembre, la revista Life edita un numero especial con las mejores imágenes publicadas en sus ejemplares del año que termina. Todas extraordinarias, capturadas por los mejores fotógrafos del mundo, y elegidas con el profesionalismo y sensibilidad de los editores de la célebre publicación. Por eso a veces presumo mi colección de casi una década, diecinueve números, que guardo celosamente, fotógrafo frustrado que soy. Irónicamente, una de mis favoritas es una fotografía que nunca se tomó, y que sólo existió revelada en la mente y guardada en la memoria de un desconocido cazador de imágenes norteamericano.

“Paseaba por un polvoriento pueblo sureño de Texas, buscando algún rostro que sintetizara el carácter taciturno pero duro de los norteamericanos de esa región. Algo detuvo mi paso, para observar a un anciano que subía pesadamente a su camioneta y escuchar el ruido cansado del motor al encenderse. Por error, en lugar de avanzar, el vehiculo retrocedió, golpeando secamente con la caja, uno de los muros de su casa. El anciano bajó alarmado, intuyendo algo terrible. Cuando vio a su nieto de cuatro años tirado e inmóvil, con la cabeza sangrando, se derrumbó a su lado, abrazándolo con una mezcla de ternura y dolor que hasta ese momento no sabía yo que existía.

“Por instinto sujeté mi cámara, seguro de estar a punto de capturar la mejor fotografía de mi vida. Apunté, mirando por el obturador, sacudido por ese instante profundo y terrible de amor puro e íntimo; el abuelo ni siquiera se percató de mi presencia, acariciando el rostro de su nieto, susurrando su nombre. En ese momento me sentí un intruso, sin derecho a lastimar más una auténtica tragedia humana. Solté mi cámara y seguí caminando, tratando de contener el llanto”.

La historia asaltó mi memoria en cuanto terminé de ver, en la televisión, las imágenes del linchamiento de los dos policías en Tláhuac. Entendí así la distancia que había entre el compasivo respeto de aquel fotógrafo gringo y el mórbido apetito del periodismo televisivo, polémica nada nueva, por cierto. Afortunadamente, el papel de los medios en la tragedia de Tláhuac no pasó inadvertido, y mereció reflexiones útiles de algunos analistas.

Carlos Monsivais, por ejemplo, señaló que si bien “los actos de extrema violencia popular han sido terribles y para nada excepcionales en los siglos del México independiente, su difusión había sido parcial, tardía, carente de relieve noticioso y, sobre todo, de reacciones indignadas. Lo atroz es que ahora, en vez de indignación, esa violencia se transforma en mercancía, en materia prima de la televisión”.

Por su parte, Raúl Trejo Delarbre defendió el papel de este medio en la difusión del conflicto: “Los medios de comunicación mostraron aquellos hechos tal y como sucedían. Manipuladora en numerosas ocasiones, esta vez la televisión no tenía necesidad de exagerar. Las escenas en aquel poblado de Tláhuac eran de un dramatismo que no requería de afectación alguna. Televisa, incluso, decidió no transmitir las escenas más brutales. Así de terribles eran esas imágenes.

“No puede decirse que la televisión, al menos la noche del martes, haya lucrado con el crimen en Tláhuac. Los noticieros hicieron lo único que legítimamente podría esperarse de ellos: enviaron a sus reporteros y transmitieron lo que estaba sucediendo. Cualquier otro comportamiento hubiera sido censurable. Ocultar esos hechos era tan innecesario como imposible. Suspender la transmisión desde Ixtayopan hubiera parecido un acto de censura”.

El editorial de ese día del periódico El Universal, criticó el extravío periodístico: “En materia de medios de comunicación también hay una observación de por medio, ya que si bien algunos llegaron a extremos de arriesgar físicamente a sus enviados, para informar, otros medios electrónicos difundieron lo que parecía un festín de sangre, donde informar quedó en un segundo plano”.

Vale la pena recurrir de nuevo al código ético de los noticiarios de la BBC, lo hice la semana pasada, para tener referencias confiables sobre estos asuntos. Las reflexiones son respetables, sobre todo por la experiencia de sus corresponsales en regiones y conflictos tan diversos y cruentos como los de Burma, Uganda y Bosnia. Algunos extractos:

“En sus reportes, los reporteros deben discutir la difusión de imágenes ofensivas, violencia sexual y comportamiento criminal…”

“A veces es necesario incluir entrevistas con gente cuyas opiniones pueden causar serias ofensas a muchos. En esos casos, los periodistas deben estar convencidos, después de discutirlo a fondo, de que existe material de interés público que compensa la ofensa…”

“Las grabaciones subrepticias de personas en situaciones de dolor o de extrema tensión requieren de consideraciones adicionales. Esos materiales estarán justificados normalmente sólo si se tiene el permiso de los protagonistas o de alguien que los represente…”

John Stalworth, camarógrafo de la NBC, corresponsal de esa cadena de televisión en África, dice que “hay una gran diferencia entre la cobertura de una inmolación, por ejemplo, y la de un linchamiento popular. En el primer caso, la violencia es autoinflingida de manera voluntaria, nos toca ser testigos simples de un hecho brutal; pero los linchamientos merecen mayor cuidado, porque cuando los filmamos estamos muy cerca de ser cómplices por omisión, en nombre del periodismo. Es un tema espinoso, prefiero desear no estar en el lugar y en el momento equivocado”.

Es posible que los periodistas de la televisión mexicana sientan lo mismo que Stalworth. Será difícil evitarlo, sin embargo: de 1999 a la fecha, tan sólo en el DF, se han registrado al menos 29 linchamientos.

 

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