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Astudillo en la Nueva Revolución, donde los líderes priístas están tan divididos como pobres

Acá donde no llegan Santa Claus, los Reyes Magos, ni los descuentos y ofertas a 13 meses sin intereses de las fiestas navideñas, el PRI hace su aparición. Y entra con todo.

Es la olvidada colonia Nueva Revolución, que no parece ser de Acapulco. A 30 minutos de las plazas comerciales de la zona turística, y detrás de Renacimiento, las casas aquí son de hueso de palapa, de trozos de troncos de palma, y en el mejor de los casos de blocks y cemento, pero sin varillas y a medio construir.

En una larguísima fila de autos en caravana como trineo, el candidato de la coalición Todos por Guerrero, Héctor Astudillo Flores, encuentra como primer obstáculo un río sin puente. No hay pangas ni atajos. Sólo desperdicios de fierro y madera transformados en un provisional vado sobre algunas piedras cubiertas por el agua del cauce.

Sobre el río hay cuatro gruesas columnas de dos metros de alto de un inconcluso puente, rematadas por unas viejas estructuras de varilla. Éstas, enmohecidas y llenas de hierba seca, bolsas de plástico, popotes, bolsas de Sabritas, y todo tipo de basura que se ha atorado allí con las altas corrientes que forman las temporadas de lluvias.

Casi vueltas anfibios, las camionetas de pasajeros, de las llamadas alimentadoras, logran sortear la baja corriente y llegan al otro lado del río, llenas de gente colgada que viene de trabajar para los dueños del capital de Acapulco.

Astudillo deja la Cherokee negra que lo traslada de un lugar a otro en la campaña, y de su comitiva es primero en cruzar el improvisado puentecito que con el más delicado paso se pandea. Lo miran los niños que tienen aquí, en esta verdosa agua, su mejor distracción de domingo, entre un fuerte viento que mece los platanales, tamarindos y almendros que abundan en la ribera.

Lo más rápido que pueden, segundos antes de que suene la tambora del chile frito, los líderes dan su primera muestra de que en esta colonia están tan divididos como pobres. Salen al encuentro del candidato y de los camisas rojas, dos dirigentes. El fundador, Catalino Mendoza Vázquez, creador de varios asentamientos de esta zona, intenta recibir a Astudillo, hasta que prácticamente se lo arrebata Eleazar Hernández Camacho, presidente de la Alianza de Transportistas de la Periferia –que aglutina choferes de taxis y camionetas de pasajeros– y quien también se presenta como dirigente de esta colonia.

De sombrero norteño, botas y cinturón de piel de avestruz de gruesa hebilla, tupido bigote y gruesas patillas al estilo Vicente Fernández, el dirigente transportista toma del brazo al que proclama como “el próximo gobernador”. Atrás queda, espantando con sus manos la polvadera que levantan los apapachadores de Astudillo, el viejo líder de colonos a quien los suyos llaman Don Cata.

En los discursos del pequeño mitin Eleazar Hernández le pide a Astudillo que de ganar los apoye con lo que necesita esta colonia, que prácticamente es todo. Menos agua potable, con la que ya cuentan aunque de vez en cuando se va, como ocurrió recientemente desde fines de octubre hasta la semana pasada, según le cuenta una colona al reportero.

Don Cata por su parte, no alude pequeñeces como esta de quedarse hasta un mes sin agua, y sólo convoca al aspirante a construir “un gobierno popular y revolucionario”, que le vale un despectivo comentario a nivel de cuchicheo de un priísta que lo tilda de “medio izquierdoso”.

Termina el mitin y los dos grupos y sus dirigentes llevan al senador con licencia al reducido espacio de aproximadamente 5 por 9 metros, que alberga no uno sino tres salones de lo que esperan que algún día será la secundaria, que no cuenta ni con registro oficial.

Es aquí donde el omnipresente ex partido de Estado da sólo una muestra de que su campaña sabe estar donde tiene que estar: La gente casi suplica la intervención directa de Astudillo, a quien enteran de que el delegado especial del CEN del PRI en el puerto, el poblano Víctor Hugo Islas, ya gestiona al respecto.

Los niños de este pobre sitio que también es Acapulco, terminan felices. Aunque aquí no se perciba el consumista ambiente decembrino, la Navidad se les adelanta con el regalo de un candidato que les promete que si gana, podrán tener por lo menos la clave para su escuela, y una secundaria mejor.

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