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Tomás Tenorio Galindo

El PRI, un animal herido de muerte

La encuesta del diario Reforma no agregó la semana anterior nada que el PRI no supiera. De todos modos, el dato impreso fue recibido en ese partido como lo que en efecto fue: un terremoto. Un terremoto que dejó daños incalculables en las filas de la campaña priísta, y que irán emergiendo cada vez con mayor nitidez en el curso de los dos meses que faltan para las elecciones de gobernador.

La encuesta difundida por ese diario sacudió al PRI y habrá de producir un notorio cambio en la dinámica de las campañas. Ya podemos decir adiós a la confrontación de propuestas –que de todos modos casi no existe–, para darle la bienvenida a la áspera ofensiva que habrá de emprender el PRI contra el candidato de la coalición perredista.

Es inútil esperar en este momento un comportamiento racional o estratégico de un partido como el PRI, si está siendo consumido por la desesperación. Frente a la contundencia de la encuesta que sitúa a Héctor Astudillo doblegado por el creciente rechazo del electorado, el candidato del PRI y los principales dirigentes priístas se han mostrado incapaces de articular una reacción medianamente inteligente. Decir que se trata de un empate técnico, o querer hacer creer que el candidato del PRD estaba mejor colocado y que ha caído, es un autoengaño fútil que no le reporta ganancia alguna al PRI. Son patadas de ahogado.

Después de utilizar sin éxito la vida privada de Zeferino Torreblanca como arma de descrédito; de cuestionar su ciudadanía guerrerense; de pretender descalificar su candidatura mediante falsos argumentos leguleyos; y de propalar infames rumores, al PRI ya no le queda mucha munición en sus cartucheras.

Sin embargo, aunque cueste trabajo imaginar qué temas sacará el PRI a partir de ahora para atacar a Zeferino Torreblanca, es previsible que la campaña negra puesta en marcha en su contra arreciará hasta adquirir proporciones demenciales. Y peligrosas, advirtamos. Porque el PRI es ya un animal herido.

Lo peligroso en este entorno es el hecho de que el PRI no esté preparado para perder. Esa era una posibilidad que empezó a prefigurarse hace por lo menos seis años, y sin embargo el PRI y los grupos priístas hegemónicos no asimilaron el mensaje que el electorado les ha estado enviando una y otra vez. Si al descrédito histórico del PRI se suman factores coyunturales como la matanza de Aguas Blancas, las felonías y las recurrentes frivolidades de la clase en el gobierno, o los desmedidos apetitos de algunos renombrados caciques, el resultado no podía ser otro: la sociedad guerrerense se ha inclinado por la alternancia política.

El PRD ha obtenido de ese clamor el capital que hoy puede exhibir. Ha sabido interpretar el cansancio social por gobiernos priístas que no han resuelto los grandes problemas del estado (que bajo sus manos se han agravado). Es por ello que desde 1996 ha venido arrebatando al PRI el control de municipios, hasta obtener en 2003 una votación superior en los comicios locales. Con esos antecedentes, resulta natural la confirmación de que el PRD se ha puesto adelante en las estimaciones para las elecciones del 6 de febrero.

¿Es inexorable la derrota del PRI y el triunfo de la coalición perredista? No, es simplemente lo más probable. Y si las tendencias se mantienen, las probabilidades a favor del PRD tendrían que incrementarse y ahondar la diferencia con el PRI. Si nada espectacular sucede en los próximos dos meses, la coalición Guerrero Será Mejor tendría que obtener más votos que la coalición “Todos por Guerrero”.

Pero es realmente difícil que el PRI o su candidato a gobernador puedan realizar en ese lapso acciones espectaculares que le aporten una recuperación electoral. Un clamor social formado en años no desaparecerá en 60 días. Y mientras Héctor Astudillo carga sobre sus espaldas el peso del descrédito priísta acumulado en 75 años, Zeferino Torreblanca encarna la esperanza de un cambio en la forma de ejercer el gobierno. Ese es el eje de todo en esta campaña, por si el PRI quiere entenderlo.

 

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