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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

  Astudillo-Zeferino: rudeza innecesaria

“Después de todo, las campañas no han comenzado tan mal…”, decía yo hace dos semanas en este mismo espacio. “Y aunque no han faltado advertencias,” agregaba, “desencuentros y fanfarronerías, al menos la presentación puntual de los idearios y proyectos de gobierno de los candidatos, evitó que las ideas quedaran vergonzosamente avasalladas”.

Me equivoqué, lo siento. Tratando de zafarme, al menos por un rato, del ineludible pesimismo político de estos tiempos mexicanos, aterricé en terrenos más resbalosos: los del optimismo ingenuo y prematuro.

Las declaraciones de los candidatos del PRD y PRI de la semana que termina debilitaron mi buen ánimo y disposición para atender las ideas de cada uno, en su competencia por encabezar el próximo gobierno estatal. Las buenas intenciones fueron vencidas por la tentación del golpeteo grilloso y de bajo nivel. Primero fue la penosa especulación priísta sobre el aterrizaje forzoso del avión en que viajaba Héctor Vicario. Después, la rudeza innecesaria de Zeferino Torreblanca en contra de Héctor Astudillo, calificándolo como “politiquillo con una campaña mediocre”.

Y desde entonces, el intercambio no ha parado. De vuelta a nuestra patológica normalidad política. O al menos, a la que nos quieren vender sus protagonistas; como queriendo convencernos de que esa es la real politik, que así son y se hacen las cosas. Y si no les gusta, pues se aguantan.

Al menos eso entendí, después de leer la explicación de Zeferino por la manera en que calificó al candidato priísta: “Sólo en algunos momentos hemos utilizado un lenguaje, que a lo mejor no sea el más apropiado, pero es parte de la dinámica en la que estamos involucrados”.

¿Es en serio? ¿Es esa la dinámica ineludible que debe mover nuestras contiendas electorales? ¿Es la única fuerza dialéctica que rige los temas y las formas de nuestra clase política? ¿Debemos resignarnos entonces a nuestro destino fatal, renunciar a la aspiración de mayor civilidad y madurez políticas? ¿Es ésa acaso sólo una romántica utopía? Me niego a creerlo y, sobre todo, a aceptarlo. Hacerlo significaría someternos a un destino fatal, abandonarnos y dejarnos llevar por una especie de obsesión autodestructiva.

Otra posibilidad es que, en su respuesta, Torreblanca sugiera la convicción de que ésa debiera ser su dinámica, como parte de la estrategia electoral para vencer al candidato priísta. Si fuera así, me parece, de manera personal, que estaría cometiendo un grave error, por varias razones.

Descalifica con ligereza y malas formas a un candidato que hasta no pocos de sus propios aliados consideran digno de respeto o, en el peor de los casos, la mejor opción que tenía el PRI. Descalifica también, de manera implícita, a los que, sin ser priístas, simpatizan con las ideas y la actitud de Héctor Astudillo, sin esperar a cambio despensas, ni gorras, ni embutes, ni puestos públicos, ni privilegios ilícitos.

Contradice su promesa explícita de encabezar una campaña de ideas, madura y civilizada y, de paso, cuestiona involuntariamente a quienes lo ven como un político moderno, enemigo de los usos y estilos de la política dinosáurica que tanto señala en sus adversarios.

Por último, subestima peligrosamente las capacidades y experiencia políticas del priísmo guerrerense. Calificar como “politiquillo” a Astudillo y como “campaña mediocre” el trabajo electoral que este encabeza, podría ser un resbalón anecdótico, si nació de un lapsus retórico o de un enojo momentáneo. Pero si, en efecto, eso piensa Zeferino, si así mide la fuerza de sus contrincantes, estaría cayendo en un exceso de confianza que podría serle costoso.

A diferencia del endémico divisionismo y enfrentamiento permanente del perredismo, los priístas entendieron y aprendieron, desde hace mucho tiempo, a resolver sus diferencias antes y después de los tiempos electorales, para integrarse con solidez alrededor de la causa y del candidato en turno. Por ríspidos y profundos que parezcan los conflictos de los grupos dominantes del PRI, saben diluirlos, resolverlos o postergarlos, así sea a regañadientes y momentáneamente.

Mas allá del descrédito social, de la crisis de los últimos años y de la mala fama de algunos de sus líderes, los priístas saben trabajar intensamente para lograr sus objetivos, suelen ser eficientes en el trabajo político, conocen de memoria la agenda social de regiones y grupos, y saben los nombres y alcance de su estructura electoral. Son capaces también, sobre todo en tiempos difíciles, de delegar funciones y tareas, de organizarse y operar de manera orgánica, coordinada.

Por lo pronto, la estrategia y propuesta mediática con que arrancó la campaña de Héctor Astudillo es una evidencia de esa experiencia y destrezas políticas. Y si nos atenemos a los resultados de la encuesta publicada anteayer por el periódico Reforma, el balance hasta el momento es mejor de lo que muchos esperaban. Aunque siendo justos, tampoco Astudillo ha podido sustraerse de la tentación facilona del golpeteo. “Que me lo diga a la cara”, le advirtió a Zeferino, respondiendo con tono parecido.

Que los dos se olviden de comprometerse en esa trinchera, que le dejen esa tarea, si acaso, a los rudos de cada bando, que los tienen. Los dos candidatos deben entender y asumir, sin dudas ni vacilaciones, la responsabilidad enorme que su circunstancia les impone y les exige enfrentar. Que en los hechos correspondan la opinión positiva y esperanzada que a muchos guerrerenses les merecen ambos.

Tan importante quizás como la tarea de gobernar Guerrero a partir del 2005, es la seriedad, legalidad y prudencia con que deben manejarse en el proceso electoral. No sólo se trata de ganar la contienda, sino de garantizar que el proceso no abra más heridas, no genere más agravios, no ensanche la distancia y no agudice aún más los enconos de los guerrerenses. Se trata de debatir ideas, no de concursar insultos.

 

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