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Pobreza y marginación, el panorama alrededor del río de La Sabana tras Manuel

*En las colonias Frontera, Donaciano Rivera y Nueva Revolución faltan agua potable y drenaje y aún esperan ayuda

Mariana Labastida

Persistentes en pobreza y marginación es como se encuentran las colonias Frontera, Donaciano Rivera y Nueva Revolución, asentadas a orillas del río de La Sabana. El panorama infortunado resulta principalmente de la falta de agua potable y drenaje, de las calles sin pavimentar. Las viviendas de la zona, la mayoría precarias, son susceptibles de inundación. Esta situación de abandono se mantiene crítica desde hace un año. La única mejoría visible en este lapso son los puentes vehiculares que atraviesan el río –uno terminado y el otro en construcción–, porque salvan a las colonias de quedarse incomunicados nuevamente, como ocurrió luego de la tormenta Manuel y huracán Ingrid.
En la colonia El Capire, del otro lado del río de La Sabana, la única infraestructura es el encauzamiento de un arroyo que desemboca al afluente, un muro de piedra para delimitar el cauce.
Antes no existía ni el servicio elemental para llegar a la colonia Frontera desde Ciudad Renacimiento. Ahora un puente provisional, construido con grandes tubos de concreto, costales de arena y una capa de asfalto, permite el paso peatonal y vehicular. Hasta el mes de julio no se podía caminar por este puente porque la corriente del río le arrancó una porción.
El 15 de septiembre del año pasado una crecida del río derribó un puente peatonal que los vecinos de la colonia Frontera compusieron con diversos materiales. Desde el año pasado los habitantes de esta colonia de la zona conurbada han exigido al gobierno la construcción de un puente vehicular. Este proyecto inició en la primera semana de septiembre y de manera provisional les construyeron la plataforma por la que circulan actualmente.
Del otro lado de este puente eventual el panorama es el mismo que dejaron las inundaciones por la tormenta Manuel y el huracán Ingrid. Las calles de terracería continúan hechas lodo por el agua de lluvia estancada. Nubes de polvo se levantan y llenan el ambiente cuando pasa un vehículo. Y en caso de inundaciones como las del año pasado “nos subimos a la azotea”, expresó Arcadio Rodríguez Ozuna, residente de la colonia Frontera, donde resguardearse en la azotea es la medida de seguridad realmente efectiva.
“Si vuelve a llover nos inundamos”, admitió Cristina Esperanza Galena, una de las afectadas por las tempestades del año pasado, y quien no recibió ayuda oficial, como la improvisada tarjeta intercambiable por enseres, tampoco algún recurso para reactivar su negocio, que es un salón de belleza. En el transcurso del año Cristina Esperanza ha ido comprando nuevamente los muebles que la lluvia le dañó, aunque aún le falta reponer muchos enseres.
Los vecinos de la colonia Frontera han asumido que casi con cualquier lluvia las calles se inundan, aunque no se trate de una situación extraordinaria como un huracán o tormenta que desborde el río. Muchos negocios de la colonia han integrado pequeños muros para contener el agua de las lluvias. El resultado es que los habitantes de esta colonia han incorporado a su modo de vida la coexistencia con el agua.
Viven sin agua potable ni drenaje aunque estos sean servicios primordiales. No obstante la inconformidad que les genera esta privación opinan que el puente, actualmente en construcción, es más importante al menos por ahora, pues así ahorran tiempo y dinero evitando la circunvalación por La Sabana para llegar a Renacimiento, donde la mayoría de los niños de la colonia acuden a la escuela primaria.
Colonia Donaciano Rivera
Un poco más adelante de la colonia Nueva Revolución está la colonia Donaciano Rivera. Ésta consiste en un grupo de casas que da la impresión de surgir entre monte y árboles reverdecidos por las lluvias recientes. Algunas viviendas de esta colonia son de block y cemento y tienen dos niveles; los vecinos se refugiaron en ellas cuando el río arrasó con casuchas, muros y corrales.
Aquí también carecen del servicio de agua potable y drenaje, las calles son de tierra, y aunque a algunas casas son de block, les faltan ventanas.
En esta colonia el río se llevó dos viviendas. Una de ellas era de Esther Salazar Abad, de 57 años de edad, originaria de Tlalquetzalapa. Ella compró su terreno en la orilla del río por costarle más económico. Construyó su casa con mucho esfuerzo, con madera y lámina, y unos meses antes del desbordamiento del 15 de septiembre había echado el cemento del piso.
Esther y su esposo, José Nava, su hijo y dos nietos, tuvieron que abandonar la casa cuando su yerno les advirtió que el río socavaba la tierra donde se asentaba la vivienda. A la mañana siguiente Esther Salazar fue a ver cómo estaba su casa pero no encontró nada. “Ni un vaso me dejó el río. Me dio miedo. Si no hubiéramos salido, hubiéramos morido todos”.
A ella tampoco le llegó la tarjeta de intercambio por enseres domésticos, que el gobierno ofreció como ayuda y paliativo. La mujer reprocha que en otras familias todos los integrantes recibieron una de esas tarjetas. Ella volvió a hacerse de pertrechos domésticos de lo que los vecinos le regalaron, “una mesita, una silla, una tabla”. Con parte de lo recibido construyó un cuarto en otro terreno, que aún es propiedad de quien le vendió el anterior y que, afortunadamente para ella, le respetó el pago; sin embargo como el nuevo lugar vale más, ahora Esther debe una diferencia de 10 mil pesos. A Esther no la censaron ni le ofrecieron reubicarla porque vivía a la orilla del río, como si ella fuera la causante de su tragedia. “Me dijeron que ellos no se hacían responsables”.
En la actualidad la casa de Esther es precaria como casi todas las de la colonia, hecha de estacas de madera revestidas con cemento, que funcionan como paredes, con techo de lámina y cercada con alambre de púas. La vivienda tiene pocos muebles, una sola cama, una hamaca, sillas y una mesa de plástico. En lugar de estufa hay un fogón. En mayo, unos jóvenes con uniformes de la Sedesol le prometieron que en 15 días le llevarían láminas, pero no regresaron. “Les dije que las quería para las lluvias, las lluvias ya empezaron y ellos no llegaron, que ya ni vengan”, expresó molesta.
Esther vendía tamales y tortillas hechas a mano. En abril se le murió una hija que vivía con ella. Esther quedó al cuidado de dos nietos y por este motivo ya no tiene tiempo para salir a vender. El único que lleva dinero a su casa es su esposo, quien trabaja como albañil. Esther y su familia visten la ropa que les regalaron familiares y vecinos.
María Guadalupe Vega Lázaro tiene 15 años, es la segunda de seis hermanos. La lluvia también se llevó su casa luego de que parecía resistir el embate del huracán. “Tardó la casita ahí arriba, pensamos que se podría salvar, pero no”, lamentó. Su hermano Antonio, de 7 años, vive con miedo y no duerme bien cuando escucha llover.
Así como en el caso anterior, la persona que vendió el predio a la familia de María les dio otro espacio, uno de 5 por 8 metros, para que construyeran una vivienda, lo que ahora es una casita armada con pedazos de madera y láminas de cartón habilitados como paredes. Al frente del habitáculo hay un corredor con una gallina enjaulada, atrás hay más corrales. A un lado hay un terreno baldío y al rededor arbustos y árboles.? Los padres de María son campesinos, se dedican a la siembra de maíz, calabaza y tomate para vender y consumir. Ninguno de los menores asiste a la escuela. La joven María aprendió a leer y escribir, “poquito”, dice, en un curso que llevaron a la colonia donde vive.
La familia Vega Lázaro se benefició de la tarjeta de intercambio por enseres que repartieron las autoridades del gobierno, las que también les asignaron un folio para reubicarlos; sin embargo no saben nada de aquella casa prometida.

Nueva Revolución

Luego de Manuel e Ingrid las calles de esta colonia quedaron por encima del nivel de las casas, como efecto de las lluvias, pues nunca terminaron de quitar las cantidades de lodo que invadieron los pasajes. Acá tampoco hay drenaje; apenas introducirían el agua potable pero el proyecto quedó a medias, según denunció el representante vecinal, Catalino Mendoza Vázquez.
De acuerdo con la estadística del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) del año 2012, la colonia Nueva Revolución tiene 683 habitantes, de los cuales el 9 por ciento es población analfabeta de 15 años o más. El 5 por ciento de la población de 6 a 14 años no asiste a la escuela. El 64 por ciento de los habitantes cuenta con educación básica completa. El 84 por ciento carece de servicios institucionales de salud. Casi el 70 por ciento de las viviendas tiene piso de tierra, en éstas viven en promedio tres personas. El 17 por ciento de las casas necesita excusado o sanitario. Al 99.41 le falta agua entubada conectada a la red pública. El 23 por ciento no tiene drenaje y el 1.18 por ciento requiere energía eléctrica. De acuerdo con esta estadística, la colonia Nueva Revolución fue calificada con un grado de rezago social medio.
La casa actual de María de la Paz Martínez Cruz reune todas las carencias mencionadas. El río de La Sabana se llevó su vivienda anterior, construida de madera y lámina, sólo dejó la barda perimetral hecha de block y cemento. La situación de Martínez Cruz se repite casi idénticamente a las demás, ahora vive en una casita de maderas y palos, de techo de lámina y cartón. María de la Paz comparte el espacio con su nuera, con su esposo e hijo, en un sitio precario de no más de 4 por 4 metros, sin drenaje ni agua potable. Al menos cuenta con energía eléctrica, pero en la casita no se localiza algún medidor. La familia se mantiene de lo que los hombres consiguen de sus trabajos como ayudante de albañil y chofer. Como ocurría en los días de la contingencia climatológica, la familia de María de la Paz continúa ingeniándoselas para sobrevivir.
“A nosotros los de la orilla nos ignoraron, no nos hacen casa”, se resigna María de la Paz, una mujer de aspecto descuidado, a quien le faltan algunos dientes, quien además padece diabetes. María reprochó que en la colonia se repartieron láminas y tinacos; pero sólo a la gente de “los líderes”, a quienes ellos escogieron. “Como quiera que nos ayudaran; qué triste es todo esto, somos los olvidados”, concluye.
Al igual que en las colonias Frontera y Donaciano Rivera, las calles de Nueva Revolución obligan a la gente a caminar sobre el lodo.
El representante vecinal, Catalino Mendoza, expresó que luego de mucha exigencia apenas consiguieron que les terminaran el puente. Por otra parte, la obra de introducción de tubería para agua potable, iniciada por la Comisión de Agua Potable, Alcantarillado y Saneamiento del Estado de Guerrerro (CAPASEG), no se concluyó. Lo que conlcuyen los vecinos es que las solicitudes al ayuntamiento no tienen efecto. “Construyeron el puente pero de ahí para allá no tenemos nada que agradecer”, encareció Bertha Cuevas, una de las vecina.
También a estos moradores el gobierno los entretuvo con el discurso y la promesa de reubicarlos, pero al final de cuentas la realidad es que los ignoran. Empleados del programa gubernamental Cruzada contra el Hambre organizaron reuniones en la colonia; pero no se ha instalado el comedor comunitario que anunciaron. Solicitaron una máquina para emparejar las calles, “nos dicen que sí, pero no nos dicen cuándo” reprochó Catalino Mendoza, “estamos desatendidos por todos los niveles”.
Por indicios y por el conocimiento que tienen de la naturaleza del río, los residentes sospechan que las obras para contener su desbordamiento, realizadas por el gobierno, no van a funcionar en un momento crítico. Han pedido explicaciones al respecto pero obtienen nada. De ese lado del río no hay refugios temporales asignados, los que hay están en las colonias del otro lado del puente.

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