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“Veníamos a descansar y disfrutar la playa, pero nos tocó un infierno”, dice turista

*Sólo escuchábamos la caída de la lluvia, no teníamos comida, éramos mis dos hijos, mi esposa Sonia y yo. No nos atrevíamos a salir porque el agua había alcanzado los dos metros de altura y no sabemos nadar”, indica Saúl Bermúdez, de Chilpancingo, quien quedó atrapado con su esposa y sus dos hijos en el techo de una casa del fraccionamiento Jardín Princesa

Karla Galarce Sosa
“Mi vida no vale mil pesos, pero es todo lo que tengo”, dijo Saúl Bermúdez al joven que rescató a su familia y a él de la inundación del 16 de septiembre del año pasado.
Agradeció con esa cantidad al joven que se ofreció a sacarlos de la casa que habían rentado para pasar el fin de semana en el fraccionamiento Jardín Princesa.
Saúl recuerda el rostro y el tono de voz de quien le ayudó en horas de desesperación, pues ni sus dos hijos –uno de 8 y otro de 12 años– ni su esposa saben nadar. Nunca preguntó cómo se llamaba aquel joven de unos 20 años quien de primera instancia no pretendió lucrar con el rescate.
El conductor de la acuamoto llegó al fraccionamiento Jardín Princesa “de pura casualidad”, relató el ciudadano originario de Chilpancingo, quien después de un año de ocurrido el desastre aseguró que volvería a este destino, pero sin su familia y por menos días.
Las calles inundadas de la zona Diamante durante la tormenta Manuel se convirtieron en ríos, vías que dejaron de ser transitadas por carros o camiones y obligaron el uso de lanchas y acuamotos, medios de transporte para las zonas inundadas que alcanzaron los dos metros de altura, como sucedió en decenas de colonias y fraccionamientos edificados en zonas de humedales.
Saúl y su familia llevaban una noche y un día sin alimentos ni agua, resguardándose en la planta alta de la casa.
Parecía que eran los únicos que quedaban en el sitio, comentó, pues aunque habían llegado más familias durante el fin de semana, sólo quedaban ellos en la zona.
“Sólo escuchábamos la caída de la lluvia, no teníamos comida, éramos mis dos hijos, mi esposa Sonia y yo. No nos atrevíamos a salir porque el agua había alcanzado los dos metros de altura y no sabemos nadar”, testimonió.
Describió cómo el incremento del nivel del agua los sorprendió, porque al despertar el domingo 16 de septiembre tenían “el agua hasta el cuello”.
Estábamos desesperados, recordó, nos quedamos ahí el día completo, sin agua ni comida, porque los domingos siempre nos vamos a comer a algún restaurante de Barra Vieja, de Bonfil o de la zona Diamante.
Narró cómo a lo lejos veía gente saliendo a nado, por sí misma, miembros de familias de casas vecinas, pues el “fraccionamiento estaba lleno”.
Acentuó la incertidumbre con que Sául y su familia pasaron aquel día, mientras constataban lo que ocurría. Al día siguiente, el lunes por la mañana escuchó el motor de un vehículo. “Era alguien en una moto acuática que estaba sacando gente”.
Después de gritarle, el conductor se acercó, sin necesidad de ruegos o tratos accedió a llevarlos a una zona donde pudieran salir caminando. Primero sacaron a su familia luego a Saúl.
“El chavo nos dijo que todo Acapulco Diamante se había inundado, que la ciudad estaba cubierta por el agua, que todo era un desastre”, expresó.
Los primeros en salir fueron su hijo menor y su esposa. El joven que los rescató los llevó a un tramo del Bulevar de Las Naciones donde no estaba inundado, luego regresó por Saúl y su hijo mayor. “Pensé que no iba a volver porque ya sólo quedábamos nosotros” y estábamos hospedados en una de las casas más alejadas de la avenida principal del fraccionamiento, donde casi nadie llega, es un área solitaria.
Saúl Bermúdez consintió realizar la entrevista por la indignación de que en medio del desastre ninguna autoridad les ayudó. Él mismo y otros visitantes que experimentaron la desgracia salieron de la zona del desastre por ayuda de los lugareños, por su cuenta consiguieron un espacio donde dormir y buscaron alimentos para sus familias, pues los albergues aún no habían sido instalados y todo la zona Diamante, “la zona exclusiva de Acapulco, era un caos en esos días”.
Cuando se le preguntó si volvería a vacacionar en Acapulco con su familia, respondió que volvería pero solo y únicamente por unas horas, pues teme que la falta de la emisión de una alerta oportuna ponga en riesgo su vida y la de su familia.
“Si hubiera sabido que esto ocurriría no traigo a mi familia porque nosotros veníamos a descansar, a disfrutar la playa; pero nos tocó vivir un infierno en las horas que estuvimos sin saber qué pasaba, porque nos quedamos sin luz, sin señal de celular, sin agua ni comida”, expresó su disgusto.

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