Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Juan Angulo Osorio

 1989, un año axial*

El número Fuera de Serie de la revista Metapolítica, dedicado a reflexionar sobre los 15 años de la caída del muro de Berlín, está llamado a ser un material de colección. Detrás del trabajo de sus editores, César Cansino en primer lugar, se observa una mirada comprehensiva, pues al tiempo que atiende las necesidades de la academia lo hace asimismo indispensable para un público más mundano como el que forman los políticos y los periodistas.

Con fines propagandísticos se abusa con frecuencia del término histórico para definir a algún acontecimiento, pero en el caso del que se ocupa la revista la expresión es precisa y así lo refleja puntualmente.

Doctores, catedráticos-investigadores y politólogos, muchos de ellos de países geográficamente alejados del lugar de los hechos escriben sobre un suceso histórico como si se tratase de un episodio cercano a nuestras vidas, que afecta nuestro presente y nuestro futuro. Y aquí radica precisamente el carácter histórico de ese hecho que dejó al descubierto la portentosa Puerta de Brandenburgo, oculta por tantos años.

Otro acierto de los editores es la cronología de situaciones coyunturales ocurridas en cada uno de los 15 años que van de 1989 a 2004, una agradable sorpresa al menos para mí que creía que los académicos de ahora están peleados con el análisis de la realidad inmediata. Pero se ve que ya dan pasos –aunque todavía con cautela– para volver a ocupar el espacio en la vida pública mexicana que se ganaron a pulso en los años 60 y sobre todo en los 70 con análisis novedosos y originales sobre las diversas realidades del país.

Es asimismo encomiable el detalle de publicar los opúsculos –esas obras impresas de corta extensión como los define el diccionario– que nos acercan en breves palabras al análisis del tema de parte de autores de obras clásicas del pensamiento contemporáneo. Una consistente muestra de escritores, filósofos, sociólogos, historiadores y poetas liberales y marxistas como el judío inglés nacido en Letonia Isaiah Berlin, el italiano de Turín Bobbio, el griego Castoriadis que nació en Constantinopla; el alemán Enzensberger; el mexicano Fuentes; el alemán Habermas, de la famosa Escuela de Frankfurt; el checo Havel; el inglés Hobsbawn; el mexicano Paz; el británico de origen austriaco Popper; el italiano Sartori.

¿Qué tanto más se puede decir aquí sobre la caída del Muro de Berlín –se escribe con mayúsculas como Revolución Francesa, Revolución Mexicana, Revolución Rusa– que no encontremos en el número de Metapolítica que aquí comentamos?

Tomaré como referencia los hechos que se escogieron en la revista para ilustrar el año de 1989. Al final de su lectura me viene a la memoria aquella frase con la que Octavio Paz comenzaba su famosa Posdata: “1968 fue un año axial”. Un año eje.

Veamos si no es el caso de 1989 con la siguiente secuencia. El 20 de enero, recuerda Metapolítica, “George Bush jura su cargo como presidente de Estados Unidos”. Comenzaba así el tercer periodo presidencial consecutivo de gobierno republicano que comenzó con Ronald Reagan en 1981. Si la caída del Muro fue resultado de las propias contradicciones acumuladas en un régimen sin libertades democráticas que había fallado también en lo económico, es igualmente cierto que fue acelerada por las políticas que promovió la Casa Blanca con Reagan. La imposición al mundo de la política económica neoliberal, el desmantelamiento del Estado benefactor, el ataque sistemático a las conquistas sociales, viene de entonces. Incluso se le llamó reaganomics a esa política, que es al mismo tiempo una ideología, según la cual la pobreza no es consecuencia del libre mercado, sino de las trabas que se imponen al desarrollo de éste.

Una decidida y pública política de intervención en los países del bloque soviético, en apoyo a los movimientos antiburocracia como Solidaridad en Polonia, viene asimismo del periodo reaganiano.

La política de contrainsurgencia que bañó en sangre regiones tan cercanas a nosotros como Nicaragua, El Salvador y Guatemala –todo con tal de evitar a cualquier precio otra revolución triunfante en la región– también es un subproducto de la era reaganiana que continuó Bush padre.

El 3 de febrero de 1989 –se lee en Metapolítica– “el general Alfredo Strossner, dictador de Paraguay por 36 años, es derrocado por un golpe militar que anuncia la instauración de un sistema democrático”. Allí, en ese país donde parecía que no sucedía nada, que daba pie a burlas de los sociólogos de los 70 que decíamos que los analistas paraguayos no entienden el término coyuntura, se deshacían de un dictador emblemático militares que luego quisieron prevalecer ya no por las armas sino por la vía de las elecciones y que ahora están en la cárcel, puestos allí por presidentes que también terminaron en la cárcel por corruptos. País que no alcanza a superar los vicios dejados por la dictadura.

El 4 de marzo de 1989 una noticia de un hecho que después sería paradigmático de los nuevos problemas del desarrollo capitalista: la del desastre ecológico que significó el derrame al mar de Alaska de 4 mil millones de litros de petróleo que transportaba el que se hizo muy tristemente célebre buque tanque Exxon Valdez. Quince años después, un episodio similar, el derrame igualmente de millones de litros de petróleo en las costas del norte de España por el barco Prestige, que tanto desprestigio trajo al gobierno conservador de Aznar y que, con los atentados del 11 de marzo en los que murieron cientos en Madrid, provocó el rechazo ciudadano del Partido Popular en las urnas en unas elecciones en las que todas las encuestas lo daban como favorito para un tercer periodo consecutivo, ahora con Mariano Rajoy como candidato a presidente del gobierno español.

La centralidad del ambientalismo y del terrorismo, dos temas ya comunes de la era posterior a la caída del Muro.

El 14 de mayo de 1989 Carlos Menem es electo presidente de Argentina, inaugurando el ciclo de políticos lationoamericanos que llegan al cargo con una gran legitimidad y apoyo popular y que ya en él aplican las políticas neoliberales que atacaron durante sus campañas. Un ciclo que no se acaba de cerrar y ya acarrea una secuela de desaliento. El valor universal de la democracia, puesto también de moda tras el desmantelamiento de la Unión Soviética y de los gobiernos del llamaado socialismo realmente existente, no acaba de consolidarse cuando ya es asediado por la persistencia de condiciones de extrema pobreza en la que viven la mayoría de los pobladores del continente.

El 4 de junio de 1989 ocurre la represión de los estudiantes en la plaza Tianmen de Pekín, en la que mueren miles de jóvenes y otros tantos son encarcelados, y que define la ruta adoptada por la élite de la República Popular China de dar prioridad al crecimiento económico a costa de las libertades democráticas. Un camino inverso al que propuso Mijail Gorbachov en la Unión Soviética que influyó decisivamente en el futuro de todos los países europeos de su entorno.

El 23 de octubre Hungría deja de ser comunista y el 9 de noviembre se anuncia oficialmente “que a partir de la medianoche los alemanes del Este podrán cruzar cualquiera de las fronteras de Alemania Democrática, incluido el Muro de Berlín, sin necesidad de contar con permisos especiales”.

Por si faltara un acontecimiento para cerrar ese año axial que fue 1989, el 20 de diciembre Estados Unidos “desplegó 200 mil hombres” en Panamá en una invasión que terminó con el derrocamiento del gobierno del general Manuel Antonio Noriega, su antiguo aliado.

La caída del Muro llevó al célebre historiador inglés Eric Hobsbawn a caracterizar al siglo XX como el más breve de la historia. Comenzó en octubre de 1917, con la revolución bolchevique, y terminó en noviembre de 1989, escribió.

Si el siglo XXI comenzó entonces, los historiadores futuros de estos primeros 15 años tendrán en los materiales de este número de Metapolítica un material bibliográfico de primera importancia.

En la Antesala, la introducción a este número de la revista, Cansino cita a Giovanni Sartori: “El libro del futuro está más abierto que nunca”, dice el politólogo florentino.

¿Cómo se resolverá la contradicción entre democracia y revolución? ¿Cómo la que enfrenta al fundamentalismo cristiano de Bush con el islámico de sus enemigos musulmanes? ¿El capitalismo prevalecerá por los siglos de los siglos como suponen quienes piensan en los cientos de millones de consumidores que ven en China e India? ¿Se pudo mantener en éstos la exclusión del desarrollo de otros cientos de millones de personas, sin que hubiese revueltas agrarias o religiosas? ¿Los consumidores, es decir, los ciudadanos de los países del Primer Mundo, podrán obligar a sus élites a ser responsables socialmente? ¿Pudieron las élites de esos países, presionadas por sus ciudadanos, construir las instituciones multilaterales para dar cauce a la conflictividad mundial? ¿Para terminar con la proliferación de armas de destrucción masiva? ¿Para un desarrollo sustentable en armonía con el medio ambiente? ¿Para una relación no depredadora con los países del Tercer Mundo?

En la historia no hay atajos, escribió por allí el admirado periodista polaco Ryzard Kapuscinski –que nació en Rusia–, a propósito del tema que nos ocupa. Y tiene trágicamente la razón.

Pero ¿qué sería del mundo sin la Revolución Rusa y sin Lenin? ¿Sin la guerra de liberación de Vietnam y sin Ho Chi Minh?

Tal vez lo que pasó es que las revoluciones en estos países no fueron lo que se decía que fueron. Más que grandes epopeyas liberadoras tal vez solamente fueron reacciones defensivas de los pueblos ante la eventualidad de destrucciones mayores. Por la incapacidad de la burguesía rusa para imponerse sobre el zarismo en el primer caso (a diferencia de las burguesías inglesa y francesa que sí se impusieron sobre sus reyes); o por la irracionalidad del enemigo externo, el imperialismo estadunidense, en el caso vietnamita.

Vistas en perspectiva las limitaciones de estas experiencias históricas, los pueblos o –más en un lenguaje postcomunista– la sociedad civil, los ciudadanos, la humanidad ojalá encuentren la manera de que confluyan el crecimiento económico con desarrollo social y libertades políticas; los intereses de la masa con los del individuo; de los religiosos y de los no religiosos.

Todavía no se sabe si se logrará y cómo esta utopía. Lo que si parece que ya se sabe es cómo no se puede alcanzar.

Muchas gracias por su atención.

* Ponencia leída en la presentación de la revista Metapolítica organizada por el Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados Ignacio Manuel Altamirano, dependiente de la UAG, el 12 de noviembre de 2004.

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