Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge G. Castañeda

Sin policía ¿qué?

La eminente guerra de Irak no sólo es objeto de masacres, decapitaciones y nuevas tensiones en Medio Oriente y Europa, sino también es un asunto de política interna en Estados Unidos. Para los países o gobiernos como el de México, el de Corea del Sur o el de Japón, y para causas de envergadura como el cambio climático y las pandemias, ésta es una mala noticia. En un mundo en desorden, a pesar de todo el debilitamiento que se quiera, y de todos los excesos y abusos cometidos en el pasado, el único país que puede “poner orden”, sigue siendo Estados Unidos.
Barack Obama ha tratado de confeccionar una estrategia para contener y, algún día, destruir al Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL o EI) que cumpla simultáneamente con dos objetivos. El primero es que a cambio del involucramiento militar de Estados Unidos a través de su fuerza aérea, su aparato de inteligencia y sus fuerzas especiales, algunos países de la región pongan las tropas necesarias para derrotar al EI. Se trata principalmente de Irak, de los llamados rebeldes sirios moderados, de los Emiratos Árabes Unidos, de Arabia Saudita y, en su caso, de Egipto y Turquía. En segundo lugar, esto permitiría a Obama alcanzar la meta quizás y acotar al EI sin enviar tropas a combatirlo en el terreno. Si esto se pudiera lograr, efectivamente Obama se acercaría a sus dos objetivos, ganar la batalla sin perder vidas norteamericanas.
El problema de política interna en Estados Unidos es que para la derecha conservadora, comprometerse de antemano a no enviar tropas equivale a mandar una señal equivocada y una estrategia inviable. No hay ninguna razón para pensar, como dice la ultra derecha en el Congreso, que los combatientes moderados sirios que no han podido ser armados y entrenados durante tres años, de repente en tres meses puedan derrotar a los fanáticos sunitas de EI. Y a su vez, la izquierda progresista y demócrata norteamericana, considera que Obama está yendo demasiado lejos y que al final del día no existe una gran amenaza para Estados Unidos procedente de EI, salvo algunos degollamientos adicionales de estadunidenses. Aunque haya ganado la votación el día de ayer en el Congreso y se aprobaran los 500 millones de dólares necesarios para financiar esta estrategia, Obama va a ser continuamente blanco de ataques desde su derecha e izquierda, que difícilmente le van a permitir llevar esta aventura a buen puerto.
Ésta es sólo una parte del dilema. Únicamente Estados Unidos puede en el corto plazo organizar la lucha y derrotar a EI. Sólo Estados Unidos puede negociar con Irán el fin de su programa de enriquecimiento nuclear. Sólo Estados Unidos puede presionar a Israel para que convierta el incipiente conflicto en Gaza en una verdadera negociación con Hamas. Sólo Estados Unidos puede aplicar sanciones dolorosas a Rusia y convencer a Putin de que el costo de anexar Ucrania oriental es mayor que el beneficio. Sólo Estados Unidos puede organizar a las instituciones internacionales de salud, a las potencias europeas, y a los países de África Occidental para contener y luego eliminar la epidemia de Ébola en esa región del mundo. Y sólo en Estados Unidos se puede conquistar el interés por acontecimientos importantes como la reformas en México, las elecciones en Brasil, el cuasi default en Argentina, las nuevas tensiones entre Corea del Sur y Corea del Norte, y entre China y Japón.
Simplemente no les alcanzan las horas del día a Obama, al Secretario de Estado John Kerry, al Procurador Eric Holder que debe lidear –junto con el Secretario de Seguridad Interior Jeh Johnson– con la crisis de los menores indocumentados en la frontera de Estados Unidos con México, y al equipo de la Casa Blanca en su conjunto. ¿Cuál es la consecuencia de todo esto?
Como lo verán numerosos jefes de Estado que acudirán a la Asamblea General de la ONU la semana entrante en Nueva York, no aparecen en el radar porque el radar ya está saturado, saturado como nunca en la proliferación de crisis, ninguna de escala mundial, pero todas significativas; y para las cuales, por desgracia, sólo hay un actor decisivo, necesario y que ya no es suficiente, Estados Unidos.

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