Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

En casa prestada y sin apoyo sicológico vive sobreviviente del deslave en Lomas de San Juan

 

*Celene Catalán Ventura, de 16 años, cría a su bebé de seis meses con apoyo de su madre, luego de que el lodo que trajo la tormenta del 15 de septiembre del año pasado sepultara a su esposo y a sus tres hermanas

Karla Galarce Sosa

En una casa prestada, sin el apoyo sicológico que requiere una circunstancia así, Celene Catalán Valentín, única sobreviviente del deslave ocurrido el 15 de septiembre del año pasado, en el poblado Lomas de San Juan, cría a su pequeño hijo, José Antonio, de seis meses de edad, junto a su madre Marisol Valentín.
A un año de que la tormenta Manuel sepultó a sus tres hermanas y a su esposo, la adolescente de 16 años, quien ahora cursa el primer grado de preparatoria, relata con voz entrecortada cómo el alud de tierra cayó sobre su familia sin que ella pudiera hacer algo, pues el lodo sólo le permitió asomar su mano izquierda y una parte de su rostro para gritar por auxilio.
Los expresivos ojos negros, que se le llenaron de lágrimas al recordar la tragedia de hace un año, fueron heredados por su hijo, dormido en una hamaca al momento de la entrevista, en el espacio donde viven desde que se quedaron sin nada.
José Antonio también era el nombre de su esposo y los vecinos cuentan que hallaron su cadáver antes que los de las pequeñas María Guadalupe, de 8 años de edad, y Odalis, de 11, pues intentó protegerlas del derrumbe de la casa, arrastrada por un alud de tierra, lodo y ramas.
El cuerpo de Ana Paula, de 13 años, quedó muy cerca de Celene. Ésta contó entre lágrimas que sentía cómo su hermana se movía aún después de la avalancha de fango. El esposo de Celene, José Antonio Arizmendi Durán, tenía 20 años de edad. Todos ellos murieron el domingo 15 de septiembre del año pasado, a la 1 de la tarde, enterrados. Sus cuerpos fueron inhumados el lunes siguiente a las 5 de la tarde.

La narración de Celene

Al principio la muchacha parece de carácter fuerte porque responde con frialdad y rapidez. Sin embargo cuando se le pregunta si quiere compartir cómo ocurrió el accidente, guarda silencio unos minutos, voltea su rostro y talla sus dedos con nerviosismo. Mientras tanto su mamá la alienta a hablar y al mismo tiempo la tranquiliza. Ambas lloran e intentan controlarse. Limpian sus lágrimas.
–¿Qué estaba haciendo ese día, antes del accidente?
–Estábamos platicando afuera, en la cocina (ella llora y su voz se quiebra). (Silencio.)
–¿Recuerdas de qué platicaban? –se le insistió. Después de respirar profundo y limpiar sus lágrimas, de ver a su madre –quien estuvo detrás de ella todo el tiempo– comienza a narrar cómo ocurrió la tragedia, con unas cuantas palabras.
“Estábamos hablando de que ya iba a ser la 1 de la tarde y que ya íbamos a comprar las cosas para comer cuando escuché el tronido, pero mi esposo pensó que era el cielo… nada más escuchamos el tronido, mi esposo corrió, abrazó a mis hermanas. Yo me quedé paralizada enfrente del lavadero, no vi dónde quedó mi hermana Paula, sólo vi que mi esposo corrió, que abrazó a mis hermanas, cerca del baño… pasó todo y hubo un momento en que perdí el conocimiento, de ahí ya todo estaba tapado, se escuchaba ruido… sentí a mi hermana moviéndose, estaba al lado mío, sentí que se estaba moviendo”, dijo la adolescente.
Lo único que tuvo a su alcance ese día, cuando el lodo casi la sepultó, fue una zapatilla y un plato, con los que hizo ruido para ser escuchada bajo la copiosa lluvia que no dejaba de caer.
“Llegó mi tío, me sacó, sacó a mi hermana, la tendió en el piso, la vi y ya estaba muerta, ya no vi dónde estaban mi esposo ni mis demás hermanas, no me dejaron quedarme… no me dejaron quedarme. Me llevaron con mi abuelita. No sentía nada. Me llevaron al médico del kilómetro 30”, recordó mientras buscaba la mirada de su mamá.
Marisol Valentín también memoró que ningún médico quería atender a su hija: “sólo la doctora Sandra Mejía se hizo responsable de atenderla, porque ninguno la quería atender, tocamos varias puertas de doctores y todos nos las cerraban porque decían que estaba lloviendo, y sólo la doctora Sandra Mejía la atendió”.
Celene tiene una cicatriz en la mandíbula, que le cubre casi la mitad de su quijada, la marca se disimula gracias a la piel blanca de la jovencita. Ella aún no sabe qué estudiará, sólo desea terminar alguna carrera, dedicarse a su hijo y a su madre.
Tanto Celene como Marisol viven unidas y se dedican al pequeño José Antonio. Ambas reciben el apoyo de familiares y amigos para sobrevivir, pues Marisol se niega a dejarla sola ante el temor de no hallarla con vida, pues piensa que puede ocurrir otra tragedia.
El único apoyo que recibieron del gobierno durante el año transcurrido desde que su familia quedó devastada, son las cuatro paredes de tablaroca que aún no están listas para ser ocupadas como vivienda. El terreno les fue donado por el pueblo y está a unos 300 metros del cerro que sepultó a sus familiares.

Ocurrió a la 1 de la tarde

Todos coinciden en que el deslave ocurrió pocos minutos antes de la 1 de la tarde. Había neblina en la parte alta del poblado Lomas de San Juan, en la zona rural de Acapulco, y la fuerza con que la lluvia caía impedía escuchar cualquier grito. Celene gritaba a uno de sus tíos sin que alguien la escuchara.
“El cerro tronó dos veces” y el estruendo que provocó confundió a Eunice Guzmán Arcos, vecina de Celene y de Marisol, quien relató que nadie creyó que la pequeña casa de madera y lámina galvanizada fuera arrastrada por toneladas de lodo. “Pensaba que había sido el cielo lo que había tronado”. Comentó que la neblina de ese día hacía invisible el cerro donde estaba la humilde vivienda.
Esa tarde la señora Juana Barrientos tuvo que ser atendida por un médico, pues su nivel de azúcar en la sangre rebasó los 500 miligramos. La señora aún vive en la misma casa donde esa tarde cuidaba a sus dos nietos. Contó que después del accidente salió corriendo “como loca, gritando” por la calle, que las niñas, las hijas de Mari, como le dicen a Marisol, estaban dentro de la casa.
Declaró que tendieron los cuerpos de las niñas y el del joven José Antonio en el patio de su casa, frente a una pequeña capilla donde reza cada octubre al padre Jesús de Petatlán. Describió cómo en menos de media hora, antes de que rescataran a las niñas y al muchacho, la zona estaba llena de gente.
“Fue un muchacho, Florencio, el que salvó a Celene. Él me hacía señas de que allí estaba, viva”, expresó angustiada al recordar el acontecimiento que la marcó para toda la vida.
El terreno donde estaba la casa de las hermanas Catalán Valentín luce abandonado, cubierto por maleza, sobre el montículo se erigen cuatro cruces de madera, tres pequeñas y una grande. Persisten los objetos que se apreciaban el año pasado: un oso de peluche soterrado, un ventilador, trozos de láminas galvanizadas, un sillón viejo también bajo tierra. Ahora se encuentran restos de veladoras, de contenedores de agua y viejas flores artificiales junto a las cruces. Nadie más vive allí.

468 ad