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Cuauhtémoc Sandoval Ramírez

Un debate sin mexicanos: ¿Bush o Kerry?

El próximo martes 2 de noviembre estarán en juego en las elecciones en Estados Unidos, la Presidencia, la vicepresidencia, la totalidad de la Cámara de Representantes (435 escaños), un tercio del Senado y los gobernadores de 11 estados (seis demócratas y cinco republicanos).

Se trata de una elección trascendental, pues tratándose del país mas poderoso de la tierra, no se está decidiendo solamente el Presidente que se instalará en la Casa Blanca, sino también gran parte del futuro de la humanidad. O se continúa con la política belicista, de desprecio a las instituciones que se han forjado en el ámbito internacional, del predominio del unilateralismo, que ha caracterizado al gobierno de George W. Bush, o bien, Estados Unidos jugará un papel distinto en la arena internacional abandonando el papel de gendarme internacional y apostando a un mundo multilateral, de respeto al derecho internacional, que es la propuesta de John Kerry.

Para México esta elección es de suma importancia, porque existe una intensa relación bilateral que ha producido una gran integración económica entre los dos países. En los años 70 el economista Clark Reynolds, la llamó la integración silenciosa, y hoy es una integración escandalosa, ya que se han intensificado todos y cada uno de los elementos que la componen, sobre todo a raíz de la suscripción del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), cuyos efectos ya se han dejado sentir en estos diez años.

El elemento más significativo de la relación bilateral es la creciente migración de mexicanos que laboran en la economía estadunidense, y la existencia de 5 millones de indocumentados que son objeto de violaciones a sus derechos humanos y laborales. Nuestra fuerza laboral envía a México una gran cantidad de divisas que este año llegarán a los 16 mil millones de dólares y produce en Estados Unidos la cifra de 600 mil millones de dólares, algo equivalente al PIB de México.

En este contexto, suena increíble y descabellada la tesis del secretario de Relaciones Exteriores, Luis Ernesto Derbez, que para México “no importa en realidad” quien gane la presidencia del poderoso país vecino, porque lo importante es el Congreso, donde se decidirá si se aprueba o no una reforma migratoria. Ante estudiantes de la Iberoamericana (4 de octubre), agregó que “podemos seguir sacando temas y temas y llegaremos a una conclusión: realmente hay muy poca diferencia, porque al final los temas centrales de la relación México-EU ya están muy claramente puestos en la mesa, él último que faltaba, migración lo pusimos en la mesa. Por lo mismo, no importa en realidad, porque al final los temas y las soluciones siguen siendo las mismas”.

Dos semanas después, el secretario Derbez nos envió otra señal contradictoria: México ya no está interesado en concretar un acuerdo migratorio con EU. Lo que nuestro país busca ahora, es impulsar una reforma que regularice a todos los ciudadanos de América Latina, “conjuntamente con nuestros colegas de América Central y de Sudamérica, que también tienen ciudadanos en ese país.”

Más allá de las ocurrencias del canciller mexicano, hoy por hoy las relaciones bilaterales México-Estados Unidos constituyen el punto nodal de nuestra política exterior y exigen una definición puntual. Hasta ahora, se carece de un enfoque integral que permita que todos los temas de esta compleja relación se aborden de conjunto. En el lenguaje tecnocrático, se plantea la “no contaminación” de los problemas para abordarlos en su especificidad, lo que ha impedido tener una visión global.

México requiere construir una estrategia de negociación, que involucre a América Latina en la elaboración de la agenda de discusión con Estados Unidos, y por otro lado, que privilegie la organización de los mexicanos que viven y laboran allá. Por lo tanto, en la actual campaña electoral estadunidense                             tenemos que hacer un llamado a fin de que nuestra comunidad mexicana favorezca la opción demócrata del candidato John Kerry y se una de esta manera, al clamor mundial que reclama el fin de la era Bush, al mismo tiempo que le planteamos al Partido Demócrata la necesidad de que elaboremos conjuntamente una nueva agenda bilateral.

Las relaciones no deben ser abordadas solamente en el ámbito de la relación gubernamental. Se ha construido una inmensa red de relaciones societales, que involucra a organizaciones no gubernamentales, sindicatos, universidades, organizaciones empresariales, deportivas, de salud y culturales que deben potenciarse y ser tomadas en cuenta a la hora de acordar un nuevo tipo de relaciones bilaterales.

Para la izquierda mexicana, el planteamiento no es si debemos lograr buenas y constructivas relaciones con Estados Unidos, sino de cómo se pueden construir nuevas y fecundas relaciones entre nuestros dos países. Por lo tanto, para México sí interesa quien gane las elecciones del martes. Con nuestra propia agenda, con nuestras propuestas realistas, debemos influir en la actual campaña electoral estadunidense. Los intereses nacionales así lo exigen.

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