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Silvestre Pacheco León

El pasante

(Tercera parte)

Los caciques

Como resultado de su investigación o Estudio de Comunidad, el médico pasante supo de la abundante riqueza sin explotar que poseía el pueblo de Quechultenango.
Sus habitantes eran personas deseosas de trabajar y progresar, no conocían la mezquindad, eran solidarios y un ejemplo de organización comunitaria.
Después de investigar sobre los orígenes del pueblo, el pasante concluyó en la grandeza de su pasado. Quechultenango había sido parte del territorio de los yopes, aquella tribu indomable que jamás se rindió al dominio ni de los mexicas ni de los españoles, y que por años perteneció al señorío de Tlapa.
Sabía también de la participación que tuvieron sus habitantes en la lucha revolucionaria, y que muchos de ellos se habían sumado al bando de los zapatistas al grito de Tierra y Libertad.
El médico había recabado una lista de nombres de quechultenanguenses importantes donde figuraban generales, capitanes y coroneles, pero no había en el pueblo ningún reconocimiento tangible de esos hechos por parte del gobierno, ni obras ni monumentos, y hasta la memoria de esos hechos amenazaba con desaparecer por la desatención oficial.
Quechultenango era el territorio de cerros amurallados, lomeríos suaves y terrenos bajiales cruzados por tres ríos: el Huacapa que nace en la sierra de Chilpancingo y recorre la larga cañada del circuito azul, con sus escurrimientos temporales; el río Limpio, de agua dulce, cuyo nacimiento en los pliegues del cerro de Naranjitas permitía irrigar grandes campos con su agua rodada; y más abajo, el río Azul, de agua salobre, fría y cristalina, ideal para la recreación y el turismo.
La tierra era mayoritariamente de tenencia ejidal, con grandes extensiones planas y amplias posibilidades de irrigar. Aunque las parcelas eran pequeñas, casi no había campesinos sin tierra.
La agricultura de temporal para el autoconsumo parecía una ocupación milenaria por el amplio conocimiento que sus habitantes tenían para hacerla producir. Solo hacía falta explicarle a la gente el enorme potencial de riqueza que implicaba el conocimiento acumulado por la comunidad, razonaba el médico.
–En todo caso, concluía, lo que hace falta es una buena carretera que acerque al pueblo a Chilpancingo y entonces podrá convertirse en granero de la capital, facilitando la relación de los productores con los consumidores.
La mina a cielo abierto que se explotaba en el cerro de Naranjitas era apenas un ejemplo de la riqueza mineral que podía estar en las entrañas de la sierra.
El capital humano para detonar el desarrollo estaba tan disponible que solo era menester encaminarlo, pensaba el médico para sí, después de conocer el liderazgo y la disposición que mostraban para el trabajo las personas que formaban parte del Comité de Mejoras Cívicas y Materiales que estaba a su disposición.
Encabezaba al organismo nada menos que el presidente municipal, el presidente del comisariado ejidal, el síndico municipal, la directora de la escuela y el presidente del comité de aguas.
El único tema que no contemplaba la investigación a profundidad era el de la cultura milenaria expresada en el sincretismo contenido en las festividades y danzas que se celebraban durante el año, mezcla de ritos indígenas y católicos.
Cuando el pasante conoció la riqueza de las danzas que amenizan cada una de las festividades del pueblo durante el año, dudó si el valor de la cultura popular de Quechultenango era mayor que su riqueza material, pues a pesar de su origen provinciano, el médico se sorprendió de lo llamativo y colorido de las danzas. La música, el ritmo y los instrumentos que usaban, el colorido de su indumentaria y la temática, que expresaban algo más profundo de lo que el médico podía explicar.
Las mayores festividades populares comenzaban en abril con la pedida del agua de lluvia. El tambor y la flauta era los instrumentos principales en la música que se mezclaba con la estridencia de los cuetes para alegrar el ambiente.
Las danzas de Los Capoteros, Los Nitos, Los Viejos, Los Mecos y Los Chivos, eran la alegoría de la vida campesina, desde antes de la Colonia, mantenida en la memoria colectiva a través de esos bailes donde los danzantes traslucían en su expresión y entrega la herencia cultural indígena.
Como todas las festividades en los pueblos de origen prehispánico, la comida y la bebida, junto con el baile, constituían la gran convivencia comunitaria en la que se gastaba el exiguo excedente familiar.
La organización de las fiestas en el pueblo a través de las mayordomías era lo que más llamaba la atención del pasante quien al sacar cuentas de los gastos, se sorprendía de las cantidades de dinero invertido en las fiestas que no duraban un día.
–Todos en el pueblo cooperan con el mayordomo con un animalito, un “almún” de maíz, una botella de mezcal, una carga de leña y hasta para echar las tortillas, matar y destazar los animales, guisar y servir la comida, le explicaba al médico con desenfado el hombre rico del pueblo.
Sin embargo, no sólo era el apoyo de los vecinos lo que animaba a la gente a ocupar el cargo de mayordomo, sino la fuerza de la religión que tenía controladas las mentes de los campesinos a través de la creencia en los milagros, imbuida desde el púlpito de la iglesia para manipular y controlar la enorme energía de la comunidad.
El alcoholismo era uno de los males crónicos en el pueblo y de él se derivaban las riñas, las lesiones con armas punzocortantes y los homicidios.
La pobreza endémica de las familias, la mal nutrición de sus miembros y las enfermedades curables que a falta de prevención y de atención médica concluían en la muerte, eran para el análisis del pasante sólo las consecuencias de problemas cuya raíz no alcanzaba visualizar.
–Aquí el origen de todos los males son unos cuantos ventajosos que se aprovechan del trabajo de la mayoría, seguía explicando tras el mostrador de su tienda el hombre de vientre prominente que tenía fama de ser el más rico del pueblo.
–El mero cacique es el sub recaudador que actúa como representante del gobierno del estado, que acapara los granos comprando las cosechas al tiempo. Es también prestamista con altos intereses. Quien cae en sus manos difícilmente se salva. A todos los despoja de sus propiedades y la gente le teme porque dice que cuenta con el apoyo del gobierno.
–El otro enemigo del progreso es el cura, que lleva aquí muchos años dedicado también a los negocios que no tienen nada de santos. Él quita y pone presidentes municipales y se confabula con ellos para que se encarguen de que ningún campesino deje de cumplir con el pago del diezmo en el tiempo de cosechas.
El curato es una gran troje y el cura hace negocio con el maíz que guarda cuando hay sequía y escasez en el pueblo. Claro que no regala el maíz, lo saca a tras mano para venderlo caro, estoy seguro que se va a ir derecho al infierno cuando se muera.
–La otra persona enemiga del pueblo es la directora de la escuela que se encarga de que aquí nadie aprenda, porque sabe que con la letra la gente se va a quitar la venda de los ojos. Esos son los cuatro que impiden el progreso, concluía el hombre rico del pueblo, fumando su grueso puro mientras descansaba en su mecedora frente al pasante que lo veía y no le creía.

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