Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Renato Ravelo Lecuona

 ¿Papá por qué te fuiste?

Dentro de un ciclo de cine europeo, se exhibió en la Cineteca Nacional esta película griega realizada por Penny Panayotopoulou en 2002 cuyo excelente actor principal es un niño de unos seis años cuyo nombre no se reporta en el anuncio, pero al cual hay que seguirle la pista por su expresividad dramática.

Este personaje infantil representa la resultante de un drama familiar que parece girar entorno a la demencia senil de una madre-abuela que afectó la vida familiar de sus tres hijos entre quienes siembra cizaña con descalificaciones, desconfianzas y críticas desintegradoras sobre las nueras, en un cuadro típico que se presenta casi en cualquier país del mundo, con ese síndrome paranoide. En cierto sentido, esta demencia senil podría representar muy bien la del mismo sistema cuya irracional nos arrastra globalmente en la actualidad a través de regímenes como el nuestro.

La película hace la descripción por demás típica de las relaciones familiares que se hacen girar en torno a los jefes con su sentido de autoridad, quienes quieren imponer a los hijos y esposas la veneración tradicional a la madre abuela, lo que resulta por demás disolvente e histerizante. En medio de este ámbito desordenado, pasional y cruzado de agresividad con pleitos conyugales, etcétera. El niño se evade de la realidad, empieza fantaseando ante sus compañeros de escuela sobre la generosidad de su padre, creando como mito la realidad que quisiera ser vivida y cuando realmente pierde al padre, ese fantaseo adquiere niveles poéticos.

El padre, que sí lo quiere, pero que está por abandonar a la madre y crea un ambiente familiar patético, le promete volver para llevarlo a viajar con él, “antes del alunizaje”, pues el guión sitúa el drama en la época en que el hombre pisó por primera vez la luna. En su último viaje anunciado el padre pierde efectivamente la vida en un accidente, pero el niño se niega a creerlo o aceptarlo y empieza a construir solitario un diálogo imaginario con su padre. Rechaza por completo la idea de haberlo perdido y espera que cumpla su promesa de regresar por él.

En la construcción imaginaria de ese destino deseado, el niño aprende a capotear o manipular las normas y exigencia sociales para proteger su orden interno y el espacio físico donde se refugia dentro de su casa, acumulando ropa y objetos de su padre y donde escribe cartas a nombre de éste, reseñando con viveza el viaje en que se encuentra y ratificando la promesa de volver “antes del alunizaje”, correspondencia que lee su tío-padrino y su madre, quienes se conmueven e intentan comprenderlo, aunque su sensibilidad no da para más. Cuando en un arrebato de desesperación la madre deshace el espacio físico que había construido el niño, la reacción de este es de una lucidez completa: “No me importa que destruyan todas las cosas, lo que no pueden destruir es mi pensamiento”, le dice. Lo poético y humano emerge en ese ambiente socialmente degradado.

La película maneja bien entonces esa dualidad de un niño que aprende a manejar sus relaciones reales de la vida familiar y social en su escuela, con el mundo imaginario que construye con tesón y cuyo motivo es el deseo de armonía que tenía con su padre. Cuando llega el alunizaje, que su madre y su hermano ven por la televisión, para el niño no tiene otro significado que la espera del padre, minuto a minuto, escudriñando el espacio con binoculares, pero no llega. El final es simbólico, es una evasión de un mundo real preñado de agresividad e incomprensión, representado por la huida del niño en una lancha que aborda en el patio de la casa en que veraneaban y que se proyecta hacia un bello cielo nocturno poblado de estrellas para integrarse como una más de ellas.

La alegoría podría establecerse como la evasión de la época desintegradora del hombre actual en la que el capitalismo sólo ofrece como salida humana posible el lejano mundo virtual de las estrellas.

468 ad