Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

* Los relatos de Cuca Massieu

Desde 1986, poco antes de tomar posesión de la gubernatura del estado, José Francisco Ruiz Massieu repartió algunas obras literarias de su mamá, Cuca Massieu: Brotes de Guerrero. Guerrerismos (1984), Jirones de Guerrero. Guerrerismos (1986) y El corazón de la tierra (1986). En 1992, ya como gobernador, los reimprimió y a los títulos citados añadió al menos otro: Narrativa del sur. Los Guerrerismos vienen sólo en las primeras ediciones, los editores de 1992 los escamotean por completo.
La portada de las primeras ediciones es de cartulina, muestran un dibujo a lo Xalitla y están impresas a un solo color. Las ediciones del 92 traen portada de papel cuché y, a todo color, un paisaje tipo papel amate. Conservan las dedicatorias familiares, las palabras preliminares de la autora, y además ofrecen prólogos de Héctor Azar, Febronio Díaz Figueroa y Rafael Ramírez Heredia, que la llaman Cuquita. Al primero, poblano, hay que atribuirle la ideación y primera organización de las Jornadas Alarconianas; al tercero –autor de un solo cuento El Rayo Macoy– su apego a la ubre fácil (que lo llevó a escribir una biografía elogiosa de La Quina) y un mediocre relato (Por los caminos del sur) que Ruiz Massieu le pagó para “descubrir” las cosas chingonas de Guerrero y que él volvió una mera reseña de las cantinas que visitaba. Febronio era considerado la parte ilustrada de los Figueroa; por su supuesta filiación izquierdista, su pariente Rubén Figueroa Figueroa lo llevó a su encuentro con Lucio Cabañas, quien secuestraría a ambos, allá por 1974.
Ahora que, a los años, reviso los libros que tengo a mano de Cuca Massieu, me sorprende que el tiraje de ejemplares de cada uno de los libros citados no pase de dos mil. Y es que en algún momento se difundió que el gobierno del estado, a través de la Secretaría de Educación Pública, había repartido los libros de doña Cuca entre todo el magisterio estatal. O fue una ilusión de periodistas y maestros, o un acto de magia editorial: de un pequeño canasto resultó uno o dos y hasta tres libros para cada maestro guerrerense. De todos modos, agradecimos a Ruiz Massieu el gesto reimpresor con que dio a conocer masivamente la obra de su mamá, aunque no se le haya ocurrido hacerlo con ningún otro escritor guerrerense y, descontando la edición de lujo, impresa en España (1989) dedicada a Malaspina, casi con nadie más.
Puse los libros de Cuca Massieu en la mesa desde que –en El Sur– leí el anuncio de la presentación de un supuesto libro de ella: Guerrerismos, que sería presentado en Acapulco por la nieta de la autora, Claudia Ruiz Salinas, quien se hace llamar Ruiz Massieu. Nadie en las oficinas del PRI me supo dar razón del citado libro, que dicen que sólo (medio)circula en Acapulco. La publicación se da en tiempos electorales y es de esperarse que integre un mensaje político-personal de la postulante Claudia Ruiz Massieu. No conozco –repito– el libro, y por lo tanto no haré comentarios sobre su contenido. Sólo una cosa: Cuca Massieu escribió Jirones de Guerrero, Brotes de Guerrero y El corazón de la tierra, bajo cuyo título dispuso la palabra Guerrerismos a modo de subtítulo (en las primeras ediciones), pero en ningún lado, en ninguna síntesis biobibliográfica de doña Cuca encontramos que haya escrito un libro específicamente llamado Guerrerismos.
Todo indica que el libro del que hablamos no es un libro de relatos de Cuca Massieu: es un resumen del glosario de términos de uso regional (guerrerismos) que la escritora chilango-acapulqueña dispuso al final de dos o tres de sus libros, con la intención de que los lectores “insabidos” o forasteros supieran de bien a bien el sentido o contexto de las palabras que usan muchos de sus personajes. Rezagos de colonialismo cultural, sólo el cuidado de una escritora temerosa de no ser completamente comprendida por lectores emergentes, o meras y decididas ganas de contribuir al listado posible de vocablos presuntamente guerrerenses. Cuando escribí (aquí en El Sur) sobre Jerga y modismos de Guerrero, a modo de reproche dije que, cuando enlistó a los “antecesores” de su diccionario, el autor, Salomón García Jiménez, no se había acordado de los Guerrerismos de doña Cuca Massieu. Ahora, al consejero electoral que se le ocurrió hacer un libro con los glosarios que doña Cuca agregó a algunos de sus libros, habría que preguntarle: ¿para qué publicar los guerrerismos de Cuca Massieu, después del amplísimo compendio del habla regional que realizó don Salomón?
Si me responde que no sé nada de elecciones, le daré la razón. El libro huele a familia, a abrazo con la comunidad, y a oportunidad política, a audaz (y pos legítimo) lanzamiento de la parte más inteligente y sensible de los apellidos (Massieu; del diabolizado Salinas ni hablar) al ruedo electoral. Y regresamos: ¿por qué o para qué publicar los guerrerismos de doña Cuca, antes que cualquier otro de sus libros de relatos? A simple vista, la publicación de los guerrerismos parece suficiente para reafirmar la identificación acapulqueña de Cuca Massieu, es decir de Claudia Ruiz, evitando, además, los escollos –incluidas las referencias explícitas a dramas familiares– y malentendidos político-literarios que podrían recrear los relatos.
El que haya leído a Cuca Massieu le parecerá obvio: ninguno de los libros de relatos de doña Cuca podría funcionar positivamente para impulsar la campaña política-electoral de Claudia Ruiz Massieu Salinas, porque el motor de cada uno de ellos es sumamente violento y casi siempre tienen un desenlace mortal.
De Refugio Massieu Helguera se sabe que nació en la ciudad de México en 1917, donde creció e hizo estudios comerciales y de enfermería. Fue hija de María Helguera y del general maderista Wilfrido Massieu, que llegaría a gobernar el estado de Coahuila y a quien José Vasconcelos envió a dirigir el Instituto Técnico Industrial, antes de que ocupara la dirección general del Instituto Politécnico Nacional. Cuca casó con Armando Ruiz Quintanilla, con quien tuvo siete hijos. En Acapulco, al que llegó a principios de los años 40, fundó la Universidad Femenina de Acapulco, impulsó la instalación de la Cruz Roja y empezó a colaborar en El Trópico, el periódico de boga en el puerto.
No conozco varios libros de doña Cuca: Costa bronca (1973), Érase que se era (1982) y La mujer que no aprendió a vivir (1983). Menos las legendarias Monte de Piedad y Legítima defensa, que –se dice– sirvieron de base narrativa para sendas películas filmadas en los años 40. Me concentro en Jirones de Guerrero, Brotes de Guerrero, El corazón de la tierra y Narrativa del sur, porque –junto con Niñas morenas (1991) y Dos cuentos del general– son los libros que conozco, porque todos estos libros son de relatos y porque todos los relatos parecen conformar un bloque estilístico y temático común. Si fueran publicados juntos, difícilmente se advertiría que se trata de cuentos de libros diferentes. En este caso, para mi gusto, El corazón de la tierra sería un buen título para la obra completa de doña Cuca.
Brotes de Guerrero es de 1984, el primer libro de relatos de Massieu. La fuente primera de un estilo literario, de una forma de ver y apreciar el mundo, que persistirá a lo largo de los libros que posteriormente publicaría doña Cuca. El mundo narrativo de doña Cuca resulta, desde luego, guerrerense. La violencia late a cada paso. Es política, social, personal. Proviene de los individuos y de la naturaleza, del paisaje reseco, casi enemigo. Se acuna en la miseria. Brotes se hermana con Niñas morenas por el testimonio que presenta de la miseria popular, y de las aberrantes situaciones que viven las mujeres en el entorno citadino y rural.
La degradación y la muerte rondan sistemáticamente las historias de doña Cuca. La muerte puede ser una encrucijada cotidiana. Alguien la puede llevar como una pústula a punto de reventar. Los personajes se topan con ella en un cuarto de hospital o bajo las cuatro palapas de una choza. Puede provenir de las manos de un compañero, u ocurrir por la simple llegada del día siguiente. La señorita la padece como postrera ablución de un destino personal, en La boda se disfraza de incisiva autorrecriminación, es carga y descarga de conciencia en El gallero y en La muerte de Josefa Barrientos toma la forma de una decisión propia. Eso sí: ningún personaje se escabulle de ella.  Hasta las casas pueden morir (La casa vacía).
Por cierto que en este libro los hombres aparecen como fantasmas personalistas y cabrones. Por esto, y por el largo y dramático desfile de mujeres transparentes y archiluchonas, estos relatos de Cuca Massieu me recuerdan los que Muriel Salinas publicó bajo el título de El espejo roto.
El lema parece ser Aquí nadie se salva de la muerte, pero la verdad es que no siempre ésta llega y de un golpe garriento se lo lleva todo. A veces, sólo merodea, echa ojo a las piernitas magras, relame las bandejas vacías, se hace pata por ahí. Pospone plazos, da chance de vislumbrar la luz (El pajarillo amarillo), a la indigente abandonada le permite sobrevivir y vindicarse (Hambre de agua).
Como quiera, la muerte nos espera, a personajes y lectores, a vuelta de hoja. De pronto, sin embargo, puede vadear el encantamiento maldito (la mera realidá) en que viven los personajes y contribuir a un final narrativo provisorio, triste –quizá– y moralmente ejemplar. Es la directa y sutil manera con que Cuca Massieu revela el respeto, la simpatía y el amor que siente por los personajes de sus cuentos.
Febronio Díaz Figueroa encuentra un “abierto naturalismo, franco y crudo como en Zola y en Barbusse”, en la obra de la Massieu. Para nada. En todo caso, se trataría de un naturalismo tierno. En casi todas las (muchísimas) ocasiones en que Cuca se topa con la violencia, la enfrenta, pero prefiere describirla en términos suaves, asimilables. No digo que porque fue enfermera: quizá porque en la vida real resulta insoportable, Cuca aligera la crueldad de la vida y nos la ofrece como una literaria pastilla de menta. Este mecanismo, que podemos calificar de ético, corre a las parejas con el estilo claro y lírico de la autora, y de hecho vertebra los cuentos más violentos o nostálgicos (abundan en Narrativa del sur) o de a tiro tristes de la autora. También, si se descuida, la lleva a frases y a situaciones narrativas cándidas. ¿Otra manera de entender a doña Cuca? Nos revela –y reafirma– un mundo absurdo y cruel del que no participa, del que la salva la cultura, el humanismo, la propia literatura que ejerce. Maternal, paternal, si no hay de otra, pero sobre todo un hada de conciencia sensible, noble, comprensiva.
La abundancia de símiles y metáforas hace de sus relatos un atractivo juego sensorial. Doña Cuca era ducha en estos recursos: así veía, así escribía. Luego entrelaza dos formas de contar: el narrativo propio y la transcripción (medio)fonética del habla popular de la costa guerrerense. El primero lo usa para describir y objetivar el escenario y la acción del relato, el segundo para enfocar la interioridad de los personajes, y, por añadidura, para certificar su autenticidad regional.
En la Introducción de Brotes, Massieu dice que sus letras “son sólo guijarros de río, desnudos y limpios como niños mojados”, “gotas de tierra húmeda que fui ensartando para formar un collar con sabor a valentía y grandeza, con sabor a Guerrero, para adornar su cuello de gran mujer, con brotes de su propia vida”. “Los guerrerismos, que se regocijan con su sabor picante –añade–, son vocablos” que recogieron sus amigas con el amor y la alegría con que de niñas juntaban “conchitas rosadas a la orilla del mar”.
Cuca Massieu recibió “múltiples distinciones, por ayuntamientos y organizaciones, como la Unión Femenina Iberoamericana”. En 1996 se le otorgó el Premio Estatal al Mérito Literario Juan Ruiz de Alarcón. Todos los merecía.

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