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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

 Televisión y democracia

Cada día son más las voces que señalan la urgencia de redefinir y limitar el papel de los medios masivos de la comunicación, sobre todo de la televisión, y la política. No sólo en México sino en casi todas las democracias occidentales se observa con preocupación la degradación y deformación de los procesos electorales y del ejercicio de la política, debido a la dependencia y sometimiento de sus actores al impacto que les ofrece la televisión.

Gracias a ella se puede construir una carrera política de la nada y, en poco tiempo, se puede destruir el prestigio y la popularidad de los adversarios, se pueden reparar los daños de una fechoría descubierta, se pueden modificar tendencias electorales y manipular encuestas; en fin, se puede obtener casi todo, a través de los atajos de la comunicación electrónica.

Paradójicamente, el papel de la televisión como intermediario entre sociedad y poder ha separado y enfriado aun más esa relación, diluyendo la calidad y profundidad del debate público, manipulando la difusión y cobertura de los temas importantes de acuerdo con sus intereses privados, impulsando u obstaculizando carreras y proyectos políticos y sometiendo gobiernos y representantes populares a sus condiciones.

En los últimos años, muchos de nuestros políticos han aprendido a utilizar y controlar el poder mediático, a veces sin tener que cubrir sus altísimas tarifas. Sin recato alguno, los gobiernos pagan campañas, compran espacios y buscan reflectores, sabedores de que, hoy en día, es más importante parecer que ser.

Por todo esto, la discusión sobre las reformas a las leyes que regulan concesiones, usos, formas, lucro y propiedad de los medios electrónicos, que los diputados federales temen iniciar, es fundamental para el desarrollo y consolidación de nuestra imberbe democracia. Aunque sea un asunto incómodo para dueños y legisladores, el tema es indispensable para el futuro de la sociedad mexicana.

La omisión ha mostrado que esa no es la mejor receta para que la democracia florezca. Ejemplos, sobran.

El ex presidente serbio Slobodan Milosevic puso al mando de los canales de televisión de su país a operadores políticos leales a su régimen. También el ex presidente peruano Alberto Fujimori se preocupó por que los dueños de todos los canales de televisión abierta de su país apoyaran su controvertido gobierno. Cuando el empresario televisivo Baruch Ivcher, de origen israelí pero nacionalizado peruano, se negó a poner su canal de televisión al servicio de Fujimori, éste le quitó la frecuencia argumentando que era extranjero y lo empujó al exilio.

Más recientemente, en Rusia, un consorcio estatal tomó sorpresivamente el control de NTV, la única estación televisiva de alcance nacional que mantenía su independencia del Kremlin y criticaba abiertamente al presidente Vladimir Putin y a la guerra en Chechenia. El hecho fue señalado como un nuevo paso hacia el autoritarismo por parte de Putin, un presidente que ya ha restaurado el antiguo himno soviético (aunque con algunos cambios en la letra) y disfruta de su propio culto a la personalidad al mejor estilo de los viejos jerarcas comunistas.

Los italianos también conocen bien de estos excesos. La llegada al poder   de Silvio Berlusconi desató un temporal de críticas en el resto de Europa. Y había razones para inquietarse: con turbios manejos políticos y financieros, Berlusconi llegó a ser dueño de las tres mayores redes de televisión privada de Italia.

Es por eso que muchos políticos europeos pusieron el grito en el cielo. “Me resulta imposible imaginar que en Alemania un gran empresario de los medios llegue a ser primer ministro”, dijo al diario italiano La República el ministro del Interior alemán, el socialista Otto Schily. “Es justo que el cuarto poder sea pluralista e independiente”, agregó.

El diario El País de Madrid definió un mandato del “Mussolini del 2000” como “peligroso para la democracia”. El francés Le Monde señaló “el riesgo de instalar en el poder a un hombre que controla más o menos la mitad de los medios de información del país y que está en guerra abierta con la magistratura”.

Precisamente, para el semiólogo y escritor italiano Umberto Eco, la estrategia comunicacional de Berlusconi –pese a ubicarse en el polo ideológico opuesto– recuerda a la del antiguo comunismo. Al igual que éste, “el berlusconismo se caracteriza por disponer de un formidable aparato mediático masivo y usarlo para quejarse de la persecución por parte de los medios”, escribió Eco en un artículo de prensa titulado Detrás de Berlusconi hay un comunista.

Apenas en esta semana, Julia Preston y Samuel Dillon, ganadores del premio Pulitzer, presentaron en el noticiario de López Doriga su libro El despertar de México. Entre otras cosas, hablaron sobre el retroceso de la democracia electoral norteamericana en esta elección presidencial, en la que ha sido evidente la postura partidista de muchos medios de comunicación en favor o en contra de uno de los candidatos.

Se esconde así la realidad tras la apariencia: son los políticos los que aparecen en las fotos y en las imágenes de los medios; pero son los dueños de éstos los que detentan el verdadero poder.

 

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