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Tomás Tenorio Galindo

El reto del abstencionismo

En las elecciones de gobernador de 1999, el abstencionismo alcanzó el 48 por ciento del padrón electoral. Eso significa que en aquellos comicios casi la mitad de los electores registrados en Guerrero prefirió permanecer en su casa y dejar en manos de la otra mitad la decisión de elegir al gobernador.

En la elección de diputados locales y alcaldes de 2002 volvió a repetirse el fenómeno de un abstencionismo de casi 50 por ciento. Y en las de diputados federales de 2003, el abstencionismo rebasó el 60 por ciento; en este último caso, seis o siete de cada diez electores resolvieron delegar en los otros tres o cuatro la decisión del sufragio.

En los datos anteriores está condensado el reto que tienen los partidos que disputarán la gubernatura en los comicios de febrero próximo. El dilema a resolver no radica solamente en atraer a los votantes indecisos y a quienes han votado por otro partido, sino en convencer a la mitad del padrón electoral de que acuda a votar. El partido que logre vencer esta inercia es el que ganará la gubernatura.

Si sabemos ya que el padrón tendrá en febrero unos 2 millones de electores, el reto entonces está vinculado al comportamiento de un millón de ciudadanos. ¿Cómo vencer la apatía, el desinterés, el rechazo o el franco repudio de ese millón de electores hacia los candidatos, hacia los partidos o hacia la política en general?

Los partidos, la política y los políticos suelen ser percibidos con mucho recelo por la población. Los partidos y los políticos comparten a partes iguales esa desconfianza, mientras que la política ha sido vista siempre como una actividad sucia y moralmente degradante. La culpa de ello la tienen los partidos y los políticos, que han demostrado ser incapaces de reedificar sus prácticas, o de proyectar una imagen de pulcritud. La que menos culpa tiene es la política, una profesión desprestigiada pero necesaria en las sociedades organizadas democráticamente.

No hay, pues, ningún motivo para creer que el abstencionismo no se repetirá en febrero. Tanto más si se considera el complicado momento –de confrontación, escándalos y acusaciones de corrupción– que viven los partidos en el plano nacional, contexto que inevitablemente repercute en las circunstancias estatales.

A lo único que se puede aspirar es a que el abstencionismo sea menor de lo que ha sido en las últimas tres elecciones. Esa posibilidad se funda en la probabilidad de que las campañas de los tres partidos que tienen candidatos resulten interesantes para aquellos electores que acostumbran quedarse en sus casas durante los comicios.

El empeño que pongan los candidatos para tratar de reducir el abstencionismo es más importante de lo que a simple vista pareciera. Usualmente las estrategias políticas en una campaña lo que pretenden es motivar a los indecisos y reforzar el voto fiel de los partidos. Algunos candidatos audaces se proponen incluso debilitar la base tradicional de sus adversarios para quitarle votos.

Pero casi ningún candidato diseña sus estrategias para conquistar a ese vasto ejército de electores abstencionistas. O fracasan en el intento. Pero como muestran los datos, en las filas de los abstencionistas se encuentra el 50 por ciento de los electores, esperando a ser convencidos.

Hasta ahora, a juzgar por las manifestaciones públicas del estilo de cada candidato, es perceptible que el PRI tratará de conquistar a una franja de indecisos y de recuperar a los votantes que le retiraron su apoyo, principalmente en Acapulco. Mientras que el PRD trata de minar todavía más las fuerzas del PRI y, según declaraciones de su candidato, atraer las simpatías de los indecisos. El PAN, la tercera fuerza en Guerrero, no parece disponer de una estrategia clara ni de un objetivo preciso excepto el de conservar su reducido porcentaje de la votación. Pero el abstencionismo no se halla entre los objetivos de ninguno de esos tres partidos. Y cometen un error.

Dada la estrecha diferencia entre el PRI y el PRD en términos de votación, cualquiera de ellos podrá ganar en febrero con mayor facilidad si descifra las claves del abstencionismo y atrae a una parte de los abstencionistas, así sea pequeña. Finalmente, según los antecedentes, el partido que gane lo hará por una diferencia no superior a 5 por ciento. Esa diferencia podría incrementarse si además de una pequeña participación de indecisos, suma una porción de los abstencionistas.

Con las herramientas actualmente a disposición de los candidatos, no resulta difícil comprender la mentalidad del abstencionismo y formular una oferta apropiada. Para la oposición resulta de extremo interés analizar este punto, pues el PRI se encuentra en una etapa de franca recuperación de fuerzas, como sucedió en Oaxaca, Chihuahua o Veracruz. Es decir, ha ganado ya estados difíciles y cuenta con una experiencia valiosa que indudablemente tratará de aplicar en Guerrero.

La apuesta del PRD por los indecisos es una parte de la tarea, pero no toda. El voto “duro” quizá no le alcance al PRD para triunfar. De ahí que si en el curso de los tres siguientes meses no articula una estrategia completa, es posible que no pueda detener a un PRI que en otros lados va electoralmente en ascenso.

Para concluir, baste decir que los 20 o 30 mil votos que necesita el candidato ganador también están en el abstencionismo, y que sólo esperan al partido y al candidato que los sepa sacar de ahí.

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