Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

  Arreglar la casa

Acapulco debe superar, en un futuro inmediato, retos considerables, generados por causas y razones diversas. Solo algunos: por los errores de planeación (o falta de ella) en su historia reciente; por la excesiva migración; por su conflictivo y desordenado crecimiento urbano; por sus deficientes servicios públicos; por sus contrastes sociales; por su volátil contexto político; por el potencial de Acapulco Diamante; y por su rezago competitivo en un mercado turístico cada vez más disputado.

Ninguno sencillo; todos, competencia de los representantes de los tres niveles de gobierno; muchos, responsabilidad también de los empresarios; no menos, de la sociedad. Ninguna solución estará exenta de costos, sismos, esfuerzos y hasta víctimas. Ningún escenario probable será inmune a sobresaltos, quiebres, transiciones. Ningún pronóstico positivo será viable si no logramos una auténtica reconciliación entre todos los sectores, un sólido consenso sobre las acciones y las metas prioritarias y el firme compromiso para trabajar juntos y unir esfuerzos.

No soy turistero, ni analista ni empresario turístico, apenas interesado observador de la industria que sostiene a la ciudad en la que vivo, al estado en que nací. Pero desde mi villamelona perspectiva el escenario no parece estar en sus mejores días, sus actores no se mueven en la dirección correcta, no demuestran voluntad de reunirse, conciliar, participar y empujar todos hacia el mismo lado. A lo lejos se ven grupos, unos más compactos que otros, pero todos con ritmos distintos, sin cohesión, con intereses y metas por momentos hasta antagónicos.

Se alcanza a percibir un ambiente de confusión, de arrebato, de sospecha, de desconfianza, de resentimiento, que confunde y divide a casi todos, que distrae y desperdicia el tiempo necesario para construir, para pensar, para acordar, para hacer y dejar hacer.

La semana que termina nos deja con un desagradable sabor a mal augurio, con una dosis pesada de pesimismo, de sensación de retroceso. El asesinato de los dos jóvenes policías y el dictamen del congreso estatal sobre el manejo de los recursos de la OCVA y del room tax, son noticias que desalientan y ahogan los modestos esfuerzos de los que desean encaminar al puerto a mejores rumbos.

La primera, confirma el temor de que el problema de la seguridad pública en Acapulco se acerque a los niveles de las ciudades mas violentas del país y la incapacidad de las autoridades para garantizarla; la segunda, confirma la poca transparencia y rentabilidad de los recursos que la OCVA destina a la promoción turística del puerto.

Hace un par de meses se difundió una idea que parecía ser brisa de nuevos aires: proponer a los hoteleros de la Costera hacerse cargo del arreglo, decoración y remozamiento de las banquetas correspondientes a sus establecimientos. En principio los hoteleros aceptaron; pero al recibir los presupuestos aproximados, cambiaron de opinión y el tema desapareció sin remedio.

El crimen de los policletos y las denuncias de diputados locales en contra de algunos prominentes hoteleros fortalecen, al menos para un lego como yo, la pertinencia de una pregunta que algunos han hecho desde hace ya varios años: ¿para qué gastamos dinero en la promoción de Acapulco, si los turistas llegan a una ciudad descuidada, vieja y problemática? Cuando los visitantes regresan insatisfechos a sus lugares de origen, el efecto de la promoción se revierte, con mayor fuerza.

¿No sería más útil, abundan, utilizar esos recursos para arreglar la casa? Cuestión de enfoques.

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