Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulqueños XVIII

A propósito del amenazante muro de concreto sobre la bahía y en palabras de mi compadre Tadeo Arredondo:

Adiós Acapulco hermoso,
tierra de valientes hombres,
donde algunos pa’ vivir
tienen que empeñar su nombre

Trajeados

Las temperaturas extremas no impidieron en el pasado que algunos personajes acapulqueños vistieran diariamente de traje riguroso. Resultaba así brutal el contraste entre aquellos y el resto de la población usando ropa ligerísima. Sólo pantalón corto los jóvenes, no adoptado entonces como short. Otros muchachos, no pocos, andarán chirundos (sin ropa alguna) y entre ellos algunos ya verijoncitos. ¡Avemaríapurísima!, clamaban escandalizadas ante tal visión las damas de la Vela Perpetua.
Entre los primeros estaba un personaje llamado Cleto Trujillo, eterno oficial mayor del Ayuntamiento, quien vestía alegremente traje de casimir negro y sombrero. Hombre significado también por una puntualidad fuera de serie, sus vecinos de la calle de La Quebrada tenían al señor Trujillo como un reloj exactísimo.
–¡Se les hace tarde para la escuela, chamacos baquetones! ¡Apúrense que ya viene bajando don Cleto! (7:50 hrs: no fallaba).
La costumbre del saco y la corbata fue rigurosa en el puerto para funcionarios públicos de principios del siglo pasado: jueces, fiscales, titulares y empleados de oficinas, etc. Recuerda el cronista Carlos E. Adame que su señor padre don Guillermo Adame, secretario del juzgado de Distrito, nunca fue visto en mangas de camisa incluso en el corredor de su casa.
Impensable, por otro lado, que las esposas de aquellos lucieran las piernas pelonas. Les favorecía el mercado negro de medias de seda y toda clase de chinerías, ejercido por algunos vaporinos. Así eran llamados los marineros acapulqueños que servían o habían servido en vapores mercantes. Hombres muy respetados por la ilustración acumulada en sus viajes trasatlánticos, algunos incluso con el dominio de otros idiomas. Se distinguían por vestir camisas coloridas de manga larga (acortadas mediante el uso de ligas en los brazos) preferentemente de seda made in China.
Fallecido recientemente, el almirante Alfonso Argudín Alcaraz retrata a su padre, don Adolfo Argudín, listo para viajar a la Costa Grande arreando una recua de mulas cargadas con costales de semillas, comerciadas por él. “Saco de dril, pantalón de montar, sarakof (salacot) de corcho, tacos de cuero duro para las piernas, borceguíes, espuelas de Amozoc de rodada grande y cuarta o fuete de cuero”. Imagen clásica de un inglés en la India o Africa, por ejemplo.

1927

Cuando se abre la carretera México Acapulco en 1927, el alcalde Manuel López López considera muy importante ofrecer a los visitantes una imagen decorosa de sus autoridades. Acuerda por ello que los regidores y los funcionarios vistan traje riguroso, destruyendo de paso el viejo estereotipo del costeño güevón en taparrabos.
Otros personajes que vistieron diariamente traje completo, incluso en los años 60, fueron los hermanos Rafael y Carlos Leyva, al servicio de la fábrica La Especial (hoy la fábrica de hielo Idhasa). Los Leyvita, como se les conocía, sabrán adaptarse a los tiempos. Cambiarán en su momento el casimir por el dril y el fieltro de sus sombreros por la paja. Arsenio Leyva, el tercer hermano varón, nunca se preocupó por las garras y andaba en ocasiones desbraguetado. “Pobrecito, lo tocó el diablo”, lamentará su hermana Adelina cuando aquél incursione en la política local.

Alcaldes del medio siglo

La imposición del abogado Donato Miranda Fonseca como alcalde de Acapulco (1953-1954), produjo aquí un recio movimiento cívico de rechazo (“de Chilapa, sólo el pozole” advertía una consigna) que el político supo vencer con una buena mano derecha. El chilapeño supo ganarse a los acapulqueños incorporando a su administración a personajes con auténtico liderazgo social, incluso ajenos a la política. Otros puntos a su favor fueron las puertas de su despacho de par en par y el no arroparse con guaruras.
Sobre el mismo tema, los acapulqueños considerarán que Donato devolvía dignidad y decoro a la autoridad municipal atendiendo, como antaño, de traje y corbata rigurosos. Si bien usaba telas tropicales y tonos claros las temperaturas del estiaje eran sofocantes, como hoy mismo. Las atenuaba con un ventilador de techo tan lento como el de la Wells Fargo . ¡Le suda al cabrón!, era la percepción de los porteños y se lo agradecían.
(La Wells Fargo y Co., operadora legendaria de las diligencias del Far West estadunidense, tuvo aquí su representación en la plaza Álvarez (hoy edificio Pintos), en calidad de agencia marítima de pasajeros. Llamaba la atención su gran “ventilador” de techo: una serie de petates colgados en una estructura de madera mecida manualmente. Un chamaco morenito era el que jalaba la cuerda; negrito en las películas de Tarzán).
Seis años más tarde hará la propio el periodista Jorge Joseph Piedra, este sí acapulqueño, durante su breve paso por la alcaldía porteña (1960). Para entonces habrá telas muy frescas y él usará preferentemente el blanco y el crema. Debió tener un buen número de ellos pues, carismático como era, la gente lo tocaba, abrazaba, lo apapachaba y hasta lloraba en su hombro. El ventilador era el mismo.

El ciego Pascual

El ciego Pascual cubre su rutina diaria por las calles del centro de la ciudad. Camina ayudado por una vara de guayabo y sus ojos están sellados casi herméticamente. Penetra como todos los días a la cantina La Marina (hoy Bancomer), donde el propietario Doroteo Lobato, Doroche, atiende a un grupo de amigos atraídos por una de sus regias especialidades: el brinche.
Doroche, que ha visto la llegada de Pascual, pide a sus amigos comprensión para él. Su comportamiento, les advierte, es muchas veces agresivo pero debemos entenderlo. El pobre quedó ciego ya grande y siendo un hombre orgulloso, valido siempre de sí mismo, es de imaginarse el intenso drama que vive todos los días. Apenas termina Lobato su recomendación, el ciego Pascual se apersona ante ellos:
–¡Una ayuda para este pinche ciego maltratado por el destino…si no estuviera como estoy les pediría pura madre!
Nadie en la mesa pronuncia una sola palabra, solo Doroche se levanta para saludar a Pascual y entregarle unas monedas. De parte de los amigos, le dice. (El brinche es arroz guisado –sin azafrán– con trozos de callo de lapa y caracol (burgao).

Judas

Por el apodo de Judas, cualquier extraño podía pensar que Serapio Mejía había cometido alguna traición infame o que se trataba realmente de un felón contumaz. Resultaba, por el contrario, que el hombre era una auténtica alma de Dios, tan bueno como el pan, decían.
Y es que el remoquete de Judas le había quedado a Serapio desde una primera representación de la Pasión de Cristo, llevando el papel del siniestro personaje. Se trataba de una dramatización dirigida por el cura párroco de La Soledad y que constituía el acto central de la celebración de la Semana Santa de cada año. Participaban vecinos de distintos barrios del puerto, preferentemente de La Guinea y La Poza y todos asumían sus papeles con verdadero orgullo y devoción. Presentes, todos los acapulqueños.
Serapio Mejía jamás intentará deshacerse del apodo de Judas que, en opinión de sus amigos, resultaba un feo estigma. Lo llevará orgulloso por significar su consagración actoral, aclamado por todos como el mejor de los personajes de la Pasión. O vaya usted a saber si cumplía una silenciosa penitencia.

Nicolasa

Paisana de San Jerónimo, Nicolasa Ruiz se habría instalado en la banqueta de Juan R. Escudero allá por los años 30. Primero frente a Las Tres BBB (bueno, bonito y barato), la tienda de los Muñúzuri, y más tarde de la zapatería de don Jesús Duque. Una estancia en ese lugar calculada en casi medio siglo por el cronista Enrique Díaz Clavel. Habría llegado entonces muy joven.
Mujer muy pequeña, de cutis áspero y ojos saltones sin vida, Nicolasa cantaba con voz ronca y rasposa como lija (algún malcriado ha sugerido que Ana Gabriel le hurtó el estilo) y su repertorio era vastísimo. Interpretaba de 10 a 15 canciones por hora. Mientras cantaba, mantenía siempre en alto una pequeña cajita metálica donde recibía las monedas del público, que ella nunca solicitó explícitamente.
Nicolasa había memorizado las canciones aparecidas en el histórico Cancionero Picot, que un pariente le recitaba. Sus preferidas eran las tonadas vernáculas y los corridos. Entre ellas El botecito de vela, El barrilito, El barzón, Acapulqueña, Simón Blanco, Tierra Colorada y Camioncito Flecha Roja.
Según el propio Díaz Clavel, la invidente de San Jerónimo apareció en un reportaje sobre Acapulco, difundido por la televisión canadiense. También cantará en una película sobre la guerra de El Salvador, con premio de 35 mil pesos.
Si es que Nicolasa anda por ahí, como aseguran algunas personas, no duden de que se trata de un fantasma.

El Poquito

Espíritu era su nombre y Poquito su apodo. Se trataba de un hombre muy pequeño, malformado, arrastrándose con movilidad asombrosa, protegidos con cuero codos y rodillas. El Poquito trenzaba sombreros de cerda en la banqueta de la Ferretería Muñúzuri, aunque se le veía vagar por todo el mercado central.
Los acapulqueños que conocían su historia y su carácter irascible le sacaban la vuelta. Una leyenda urbana aseguraba que El Poquito (“así como lo ven, el muy cabrón…”), tenía en su haber dos agresiones graves con arma blanca. Una tercera más tarde le tocará a él y será letal, según un cierre trágico de la propia leyenda.

El Ayayay

Jacinto Proto Ramírez, El Ayayay, tenía problemas con El Poquito porque éste le atenazaba con las piernas exigiéndole nieve. Proto elaboró durante cuatro décadas las nieves más deliciosas de Acapulco, la de vainilla era de rechupete. Recorría la ciudad empujando su carromato con su grito de identidad –¡ ya llegaron las nievas del ayayay!– para hacer feliz a mucha gente, menor especialmente. Su hijo Gilberto mantuvo la tradición en la calle Azueta.
Otros neveros célebres fueron Ceferino y Fidel. Cuando Acapulco empiece a recibir a la gringada, Fidel ofrecerá su producto en el propio idioma de aquellos y su pregón era: “¡never, de lemón la never!”. Ante el éxito de Fidel, su rival Ceferino se doblegará pidiéndole unas clasecitas de inglés.

Malaca

Malaca fue sin duda uno de los personajes más populares del medio siglo acapulqueño. Invidente, vendedor de billetes de la Lotería Nacional, recorría la ciudad con la única ayuda de un grueso bastón, que también le servía como arma efectiva contra los rateros. Apenas obtenía su dotación de billetes se dirigía al restaurante La Flor de Acapulco. Aquí bromeaba con sus grandes amigos y compradores a quienes identificaba sin dudar por sus voces, entre ellos Rico y Maco Morlet, Raúl S. Orbe, Alfonso y Jorge Salcedo, propietarios del establecimiento y más.
Tantas veces caerá Malaca en alcantarillas abiertas que la Junta de Mejoras Materiales le abrirá cuenta con un hospital. Un pequeño “moje”, como él decía, le curará lo mitotero o, en otras palabras, le comprará su silencio. Y es que Malaca acusaba a grito pelón: “¡Esos cabrones de la Junta me quieren matar!” Conocía de memoria sus números de la Lotería y los despachaba sin equívoco. Fiaba, sí, pero sólo a sus amigos. Tenía como orgullo nunca haber devuelto billetes para los sorteos mayores.
A Malaca se adjudicaba la equivocación de saludar “¡adiós, muchachas!”, cada vez que pasaba por la pescadería El Barco. El aclaraba que había sido una sola vez y eso recién llegado al puerto.

La Collanta

Su apodo La Collanta denunciaba su origen, Collantes, Oaxaca, y su afición etílica una decepción amorosa. Muy morena, enteca, chorreada y escasa de ropas dormía la mona despatarrada en cualquier banqueta del centro. Ocasión preciosa para que algunos léperos imberbes se introdujeran en el conocimiento de la anatomía femenina.
La profundidad de la vagina de aquella mujer, por ejemplo, era calculada por chamacos émulos del Marqués de Sade mediante la introducción de toda clase de objetos. Un trompo, un mondongo (canica gorda de cristal), un carrito hecho con caja de cerillos y llantas de corcholatas ; un yoyo, un balero y hasta una paleta helada. La Collanta nunca despertó, cuando mucho su rostro dibujó una mueca de satisfacción. (¿Te acuerdas, Nayo Flores?).

La última

Más personajes pintorescos en distintas épocas de Acapulco: Chenta, la taquera; Tancho, el ciego; Chicho, el zapatero; Champurro, el fotógrafo; José, el cuetero; Valente y Cleto, los aguadores; El Salao y Poyoyo. Y los loquitos siempre sonrientes y nunca furiosos: Cirilo, Chón, Bacho y Pascual.

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