Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Cómo han pasado los años (XXXVI)

El Costeñito Gutiérrez

Acapulco, quién lo creyera, fue durante la mitad del siglo XX una rica cantera de muy buenos boxeadores, algunos de los cuales lograron coronas nacionales e incluso internacionales. Destaca entre ellos Javier Gutiérrez Gómez, del barrio de La Adobería, conocido en México como El Costeñito Gutiérrez y en los Estados Unidos como Baby Face Gutiérrez. El ex gobernador de Guerrero Alejandro Gómez Maganda, dedica al sobrino algunas líneas en su libro Acapulco en mi vida y en mi tiempo.
“Me refiero al Costeñito Gutiérrez que puso de rodillas a Billy Peacock para arrebatarle el campeonato de peso gallo de California y al que volverá a vencer cuando le dispute el campeonato nacional de los Estados Unidos”.
(El mismo Peacock que en pelea salvaje (1955) le destroza la mandíbula a Raúl Ratón Macías, el más grande ídolo del boxeo mexicano. Al roedor, por su parte, le consolará el hecho de que “México haya llorado con él su derrota y que incluso lo haya recibido como a un héroe”).
Añade el político y escritor:
“Este magnífico boxeador de Acapulco, artista del ring, de aguante increíble y pegue portentoso llevó nuestros blasones costeños hasta vencer en Sidney, Australia, a Eddie Benet, campeón pluma de la isla-continente. El mismo a quien un accidente del campeón mundial gallo, Jimmy Carruthers, priva de traer hasta el barrio de La Adobería, un cinturón ganado seguramente en buena lid”. Y termina así:
“El mismo Costeñito Gutiérrez que tras 17 combates victoriosos puso de rodillas y noqueó al mismísimo Toluco López, quitándole lo invicto como gallo número uno de México”.

José Agustín

José Agustín (Ramírez Gómez), el escritor acapulqueño laureado recientemente con la medalla “Sentimientos de la Nación”, se refiere brevemente al primo en su Tragicomedia Mexicana I:
“La sensación del momento, Raúl Ratón Macías, nunca quiso pelear contra el Costeñito o Baby Face Gutiérrez, que venía muy acreditado del extranjero (estuvo a punto de disputar el campeonato mundial de peso gallo en Australia), pero aquí nunca lo hizo”.

El accidente

Aficionado de hueso colorado al antiguo deporte de “las narices chatas y las orejas de coliflor” (hoy algunos boxeadores lucen cutis de colegialas y hasta anuncian el Angel face), el arquitecto Ramón Fares del Río hace luces en el asunto. El Costeñito Gutiérrez no pudo disputar el campeonato mundial gallo a causa de una fractura de rodilla durante una práctica de esquí. Regresará de Australia directamente a este puerto para participar en las funciones inaugurales de la arena Coliseo. Corría septiembre de 1953.
Un último apunte del paisano sanjeronimeño: “Tras derrotar al Toluco López, uno de los más grandes ídolos de la afición mexicana, el Costeñito fue vencido por Fili Nava, “el zurdo de Tacuba”, perdiendo así el derecho a disputar el cetro mundial gallo en manos del propio Ratón Macías”.

Panadero y estibador

Retirado del los cuadriláteros –recuerda su hija Blanca Gutiérrez–, el Costeñito Baby Face Gutiérrez, residente de San Diego, California, trabajó como panadero y estibador. Muere de cáncer a los 69 años el 29 de septiembre de 2000 y una década más tarde entra por méritos propios al Salón de la Fama del Boxeo de California. Ahí está junto a Joe Louis, Óscar de la Hoya, Manny Pacquiao, Shane Mosley y Willy Pep, entre otros.

Acapulco para millonarios

“Acapulco está perfilado para convertirse muy pronto en una sitio de recreo exclusivo para millonarios. Todo está muy caro, los servicios son cada vez peores y los abusos nadie los frena”. Así lo consigna el periodista Carlos Denegri en su columna diaria del periódico Excélsior, siempre culminante con la frase piadosa de “Dios mediante”.
Era Denegri el mejor reportero, el periodista más influyente, más poderoso del medio siglo mexicano. Si duda el más reverenciado por el poder pero también el más despreciado. Fundador del columnismo político de a tanto más cuanto la línea ágata y pionero de las noticias por televisión. Adulador hasta la ignominia ante unos, pero cruel y despiadado frente a quienes “no se ponían con su cuerno”. “Más que miedo, daba asco”, dirá de él don Julio Scherer García, al asumir la dirección de Excélsior.
Por tratarse de quien se trataba, el comentario de Carlos Denegri sobre Acapulco cala hondo en los mandos turísticos del puerto. Luego de reuniones urgentes y telefonemas a la ciudad de México, se tendrá una respuesta inmediata. Valiente, se dirá, porque en el texto de ella se le llama difamador. Se publica al día siguiente en plana completa del propio Excelsior (3 mil pesos), firmada por Manuel Perrusquía, presidente de la Junta Federal de Mejoras Materiales y Francisco de P. Carral, presidente del Comité Coordinador de Turismo.
El texto concluye con un reto para Denegri:
“Que mencione el difamador Denegri un solo sitio en el mundo con una oferta hotelera como la acapulqueña:
“¡Habitación de 20 pesos diarios, incluidos los tres alimentos!”
¡No, pos no!

La máquina de escribir

Hospedado alguna vez en el hotel El Presidente, Carlos Denegri protesta airadamente por la tardanza del servicio de bar a su suite. Toca todos los timbres a su alcance y mienta madres con voz de trueno. El mesero sigue sin aparecer y entonces el periodista cultísimo, con dominio de varios idiomas, opta por la acción directa. Arroja su máquina de escribir sobre los ventanales del cuarto haciéndolos añicos con gran estruendo. Una vieja Remington, extraña por tener también funciones de registradora, estalla estrepitosamente pisos abajo sin provocar, afortunadamente, ningún daño personal.
Manuel Chávez, Chavitos, el gentil anfitrión, ofrece disculpas al señor periodista e incluso la cabeza del mesero remiso.
–¡Nos ofende, señor Denegri, su presencia es un honor para esta su casa! –será la respuesta del gerente cuando el patán pida la cuenta. Por mero trámite pues nunca pensará pagar ni ésta ni ninguna otra.

Fin

El fin de tan siniestro personaje será el esperado, incluso deseado por muchos: un hoyo de este tamaño en la frente provocado por una bala 38 súper. Se la dispara su joven esposa –mártir dolorosa–, cuya confesión será creída a pie juntillas por el juez de la causa: “¡Se me fue el tiro, señor juez, por vidita de Dios!” Y entonces la justicia brillará.

Los interiores femeninos

Parecerá increíble pero la costumbre femenina de usar ropa interior es relativamente reciente y por reciente debe entenderse ya muy entrado el siglo XX. Eso no quiere decir que mucho antes no haya habido ensayos de tal prenda y entre ellos los taparrabos en ambos géneros y muchos más tarde para usos específicos.
Tal sería el caso de Catalina de Médici (1547- 1559), quien se vio obligada a cubrir la entrepierna para satisfacer sin molestias sus prácticas de equitación. Pero nada más. Cotidianamente, doña Cata andaba “a ráis”, como dicen en San Jerónimo, observando la regla tradicional de mantener aquellito libre y bien ventilado. Y bueno, también por las urgencias del temperamento fogoso de la dama, cuya familia tenía, por cierto, fama de “agarrar parejo”.

Josefina, emperatriz

En Francia, transcurrida una centuria y un poco más las cosas no serán diferentes. El argumento será entonces la complicada arquitectura del vestido femenino, moda cumbre del siglo de los Luises: una auténtica carpa con varillas interiores y toda la cosa. El llamado de una urgencia, por ejemplo, por elemental que ésta hubiera sido, no habría permitido sacarse la prenda íntima ni en horas, además de que no había instalaciones sanitarias tan amplias como para operaciones tales.
Más tarde, allá mismo, el guardarropa de la emperatriz Josefina de Bonaparte será sin duda el más rico de Francia pero con muy pocos interiores. Poseía 500 camisas, 148 pares de medias blancas, 32 pares de seda rosa, 18 pares de color carne y, ¿qué creen? , únicamente dos miserables pantaloncitos. ¿Y para que quería más si, como la Médici, los usaba únicamente para montar a caballo? Pantaloncitos, bombachas, calzones, pantaletas, bragas y más.
Históricamente, la braga era una prenda masculina hurtada con el tiempo por el género contrario. El nombre le viene de su confección a cargo de los pantaloneros o bracarius. Por usarlas, habrá hombres “bragados”, mientras que el “braguero” consistía en una prenda para sujetar las hernias, en tanto que “bragueta” se llamó la abertura delantera de la braga. Hoy, incluso, el uso de las bragas está muy difundido entre varones, femeninas algunas aunque las más son elaboradas especialmente para la anatomía masculina. Por último, “dar el braguetazo” es popularmente la conquista de una mujer rica.

Los cincuenta

La historia de la ropa interior femenina da para mucho más. Nos urge, sin embargo, llegar a nuestro medio siglo XX. Solo un dato morboso más. El éxito clamoroso de las bailarinas de Can Can del Moulin Rouge, retratadas por Toulouse Lautrec, se debió a que en un principio usaron bragas de pierna larga, es decir, cubriendo únicamente los muslos pero abiertas de enmedio. Las cosas sin embargo, no serán diferentes cuando por dictados de la autoridad se cierre aquel canal de aeración. Comprensiblemente, los calenturientos espectadores confiarán siempre en la corrupción de los inspectores.
Los interesados en el tema consideran increíble que las panties, como se les conoce hoy, hayan tenido que esperar 350 años para su aparición y popularización. Se atienen a un anuncio de la tienda gringa Sears Roebuck que los ofrece en su catálogo de 1933, esto es, con un hueco en cada pierna y unidos por la mitad. Las cosas cambiarán, sin embargo, cuando se llegue a la mitad del siglo XX. Durante la Gran Guerra la lencería dejará de elaborarse únicamente con telas de algodón para ensayarse con los tejidos más diversos y entre ellos el nylon, la seda pura, el chifón de seda, la muselina y otros.
Un hecho histórico será entonces el auge de las prendas íntimas cuya extrema sofisticación le dará todo su valor a la desnudez, intensificándola. Las panties, aún en su etapa inicial de popularidad, se convertirán pronto en armas de seducción, fantasía sexual y erótica. Diseñados para interiores lucirán mejor como exteriores. Las actrices estadunidenses Marilyn Monroe, Jane Rusell y Lana Turner harán de la lencería el más ardiente estímulo para los mortales. En el caso de la Monroe, se ha decir, cuando los usaba pues casi siempre andaba a “ráis”.

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