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Tocaba en la banda de guerra, jugaba futbol y fue albañil el tercer normalista asesinado en Iguala

“Cuando empezó la balacera ya no supimos de él, todos corrimos hacia el monte, las casas, terrenos baldíos, abajo de los carros”, relataron sus compañeros, y detallaron que el joven además de dos balazos en la cara tenía golpes en la cabeza y en las costillas

Lourdes Chávez

Tixtla

El estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa, Julio César Ramírez Nava, una de las seis víctimas mortales del ataque de policías municipales y sicarios en Iguala, era integrante de la banda de guerra de la escuela, miembro del equipo de fútbol La Coruña del barrio de San Lucas en Tixtla, y antes de reanudar sus estudios, suspendidos por unos años, trabajó como ayudante de albañil para apoyar a su familia, recordaron sus amigos durante su sepelio.
Indicaron que el joven de 23 años era respetuoso pero en confianza con sus amigos, “le gustaba echar relajo”, lo conocían como el fierros, porque era una expresión que lo caracterizaba, “para decir vámonos o sígueme, decía fierros”.
Los jóvenes que omitieron sus datos para no ser criminalizados, indicaron que el estudiante de primer grado se unió a la banda de guerra para tocar la corneta, que ya sabía usar porque antes la tocó en el Conalep.
Era de mediana altura, fuerte y moreno, pero debido a las heridas de bala en la cara y a un costado de la cabeza, se complicó su identificación durante tres días.
Al principio se le confundió con otro estudiante y cuando se descartó esa identidad el cuerpo estuvo tres días sin ser identificado, pero su nombre se mantuvo en la lista de los 57 desaparecidos. Ayer, según datos oficiales, todavía no se sabía del paradero de 43 estudiantes, aunque el Comité Estudiantil dio ayer la cifra de 38 desaparecidos, pues afirma que fueron localizados.
Este lunes, uno de sus compañeros lo reconoció en el Servicio Médico Forense, pensando que se trataba de otra persona, y acompañó a una madre a recoger el cuerpo.
Como testigos, aclararon que Julio César, alumno de la academia de primer grado no estuvo en la comisión que el viernes 26 de septiembre fue a hacer una colecta a Iguala para reunir fondos para sus movilizaciones; es decir, no estuvo en el primer ataque a balazos de los policías municipales contra los estudiantes que iban en tres autobuses del servicio público esa noche.
Llegó después de esa agresión con otro grupo de alumnos que salió de la Normal a apoyar a sus compañeros, y como medida de seguridad -para garantizar un buen regreso-, habían convocado a los reporteros de Iguala para hacer una denuncia pública, pero en ese momento fueron balaceados, sin mediar aviso, ahora por delincuentes vestidos de civil.
“Cuando empezó la balacera ya no supimos de él, todos corrimos hacia el monte, las casas, terrenos baldíos, abajo de los carros”, relataron, y detallaron que el joven además de los balazos tenía golpes en la cabeza y en las costillas.
Su cuerpo se veló durante el día en su casa, y a las 3 de la tarde, con unas 500 personas entre familiares, vecinos y estudiantes, el féretro se llevó a una misa de cuerpo presente en la Iglesia de la Natividad, en el barrio del Santuario.
Luego marcharon por las principales calles de la ciudad para llegar al barrio de El Camposanto, donde está el cementerio, ahí sus padres, hermanos, primos y tíos volvieron a llorar su partida. La banda de guerra iba al frente al frente del contingente, tocando las marchas.
Con ellos iba representación del equipo de La Coruña, con una corona de flores. Sólo hubo dos en el cortejo, la de los futbolistas y otra de la Normal, además de las cientos de ramos flores que adornaron el altar.
El capitán de la banda de guerra de Ayotzinapa, a nombre de la familia agradeció el acompañamiento, y en su recuerdo, declaró, “tu espacio nunca será borrado en la banda de guerra, siempre serás recordado por nosotros”.

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