Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

La política del agandalle

 La engañosa “utilidad pública” de las expropiaciones ejidales

Ortiz Rubio

La primera visita de un presidente de la República al puerto tendrá lugar en 1931, cuatro años después de terminada la carretera nacional, en la persona del ingeniero Pascual Ortiz Rubio (3/2/30-3/9/32), pelele de Plutarco Elías Calles, el “Jefe Máximo de la Revolución Mexicana”. Amarga visita para algunos acapulqueños.

Gobernaba Guerrero el general Adrián Castrejón Castejón (1929-1933), a quien le habían vendido la idea de que sólo regalando tierras podrían promoverse las inversiones hoteleras hacia Acapulco. De hecho, el Ayuntamiento local ya lo venía haciendo y lo hará hasta casi llegando a los 40. El Hotel El Mirador, será el mejor ejemplo de ello.

A partir de 1929, como resultado de la Reforma Agraria, se inicia aquí la dotación de tierras figurando el ejido de Tres Palos como el primer beneficiado. Se establecerá en muchos casos un juego perverso del toma y daca amparado en el artículo 112 del Código Agrario, relativo a las expropiaciones ejidales por causa de utilidad pública. Campesinos hoy preparando la tierra para la siembra, aparecían al día siguiente en calidad de  peones abriendo cepas para concreto.

El michoacano Ortiz Rubio era todo un caso. Calles lo hace Presidente no obstante ser un reverendo desconocido, probando de esa manera la eficacia del Partido Nacional Revolucionario, creado por él. Don Pascual sufre un atentado el mismo día de su toma de posesión. Un místico potosino llamado Daniel Flores le incrusta una bala en la mandíbula afectándole la dicción. El Presidente salva la vida no así el agresor, quien morirá de pulmonía en su celda.

El Nopalito

El presidente Ortiz Rubio soportará casi tres años el apodo de Nopalito, dizque por lo baboso, no obstante escritor culto sobre temas de historia. En la residencia presidencial (Castillo de Chapultepec) se colocará el famoso letrero de “Aquí vive el presidente pero el que manda está enfrente”, aludiendo a Calles con residencia en Anzures. A tal grado le cargará la mano el Jefe Máximo, que un buen día aquél se enfadará mandándolo mucho a chingar a su madre. En un país donde nadie renuncia –¡ primero la cicuta!–, la del presidente de la República provocará un cisma político y hará historia.

Las inauguraciones pomposas fueron la debilidad del presidente Ortiz Rubio (¿de que presidente, no?). Algunas de sus obras “monumentales” fueron la Isla de los monos de Chapultepec y el paso a desnivel de la calle 16 de septiembre con San Juan de Letrán. Algún periodista no resistirá la tentación de un buen gracejo aún a costa del chayo presidencial:

–“No fue el Simplón II –escribirá al día siguiente– pero túnel al fin” (El túnel El Simplón II une por debajo de los Alpes a Suiza e Italia y mide casi 20 kilómetros).

Don Pascual dedicará sus últimos años al turismo. Atenderá en Ciudad Valles, San Luis Potosí, sus Hoteles Valles y Casa Grande. Nunca se le relacionará directamente con el agandalle acapulqueño.

La visita

El jefe de la nación llega al puerto acompañado por Emilio Portes Gil, ex presidente de la República y su primer secretario de Gobernación. Viene también el general Juan Andrew Almazán, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), paisano de Olinalá, de donde son las cajitas. Aquí se les unen el gobernador Castrejón y el alcalde Nicolás Reyes.

Ortiz Rubio recordará en charla informal que él, en su calidad de titular de la SCOP en el gobierno del general Alvaro Obregón, le había correspondido reanudar la ruta México-Acapulco, atendiendo el clamor de los guerrerenses. Se acometerá entonces el tramo México- Amacuzac y se rehabilitará el tramo Iguala-Chilpancingo.

La comitiva presidencial camina y atraviesa los ríos Grande (Aguas Blancas o Fábrica) y del Camarón hasta llegar a los famosos Hornos de Acapulco. Vestigios coloniales que darán nombre a dos playas muy populares del puerto.

Los Hornos

Cubierta por la maleza están las ruinas de los hornos de piedra donde se habrían cocido los ladrillos para levantar el fuerte de San Diego. Serían pegados con una mezcla ahí mismo preparada con agregados de conchas marinas y huevos de tortuga (mejor que la colaloca). El alcalde hará notar la existencia en su momento de una torre elevada. Sobre ella se habrían encendido grandes fogatas nocturnas haciendo las veces de faro para la navegación. Nadie propondrá el rescate de aquellos monumentos.

Ingeniero topógrafo de profesión, el presidente Ortiz Rubio no necesitará del teodolito para calcular la extensión, valor y posibilidades futuras de aquellas hectáreas de espesura. Cientos de ellas, a partir del río Grande y hasta el Farallón del Obispo, ocupadas por palmas de coco, mangos, icacos, zazaniles, limoneros y áreas selváticas.

–¡ Ya estuvo! –exclama don Pascual dando por terminado un aparte con Portes Gil, Almazán y Castejón. Ello al término de un banquete marisquero, luego del cual se producirá el retorno de la comitiva.

La visita presidencial se presentará como un recorrido de supervisión a la ruta federal 95, detallada efectivamente por el gobierno ortizrubista. La obra, según las cuentas alegres de Andrew Almazán, había absorbido al 31 de diciembre de 1931, recursos totales por 17 millones, 446 mil pesos con 15 centavos (más barato que pavimentar hoy un callejón).

Diez centavos metro

A poco de la distinguida visita –relata el Cronista Carlos E.  Adame– un numeroso grupo de peones inició la limpia de los terrenos que partían de la playa Hornitos y limitaban con los conocidos como Progreso y El Placer. El área abarcó concretamente hasta donde hoy se une la Costera Alemán y El Farallón.

La expropiación había sido decretada por el gobierno del general Castrejón Castrejon quien, para mayor irritación de los afectados, había acordado cubrir las indemnizaciones a razón de ¡diez centavos el metro cuadrado!

–¡Pinche traidor hijo de la gran puta! –estalla el coronel Amador Olivar Frías, refiriéndose no a otro que al general Andrew Almazán, su compañero de armas.

Propietario de 900 hectáreas sembradas con palmeras y limoneros –entre el hoy Hotel Avalone   y la Piedra Picuda–, don Amador Olívar se culpará de haber despertado la codicia de Almazán.

Tiempo atrás le había solicitado su influencia para consumar un gran proyecto urbanístico en aquella superficie, contando incluso con apoyo financiero estadunidense.

–¡Ta’ cabrón, paisanito! –le había contestado el Ministro. –Tu sabes, la soberanía nacional y todas esas pendejadas… Pero no te me achicopales. Te ofrezco sacar adelante el asunto. ¡Faltaría más entre compañeros de armas! Déjame todos tus planos y documentos para estudiarlos hoy mismo y espera noticias mías (Enrique Díaz Clavel, Relatos de Acapulco, 1995).

Olivar recibirá noticias, en efecto, pero serán demoledoras. Noticias sobre la expropiación de su pequeña propiedad, “por cusas de utilidad pública”, junto con las de otros acapulqueños. A ninguno de ellos sorprenderá más tarde que Andrew Almazán y otros favoritos de la Revolución Mexicana resulten usufructuarios de aquellas tierras.

La gallina

El militar guerrerense apodado La gallina de Chipinque* usará únicamente 20 hectáreas. En ellas sembrará un hotel en tres etapas y nombres sucesivos: Hornos, Anáhuac y Papagayo. Idéntica superficie expropiada en marzo de 1979, por el gobernador Rubén Figueroa Figueroa, para levantar en ella el parque público Ignacio M. Altamirano. Papagayo, por la fuerza de la costumbre.

Otros afectados por el agandalle castrejón-almazanista será don Fulgencio Escudero, hermano menor de Juan R. Escudero, así como las familias Martínez, Guillén y Lacunza. Todos ellos se enfrascarán en costosos y dilatados juicios sin ningún éxito frente al poderío revolucionario.

Don Fulle Escudero, por ejemplo, se quejará de una mordida de dos mil pesos para obtener el pronto pago de su indemnización. Le habían tocado 20 mil pesos   por 25 hectáreas. (Baba de perico, en realidad , frente al agandalle colosal de Punta Diamante).

*Chipinque es hoy un parque ecológico cercano de la ciudad de Monterrey, cuyo desarrollo fue iniciado en 1930 por el general Juan Andrew Almazán. Proyectará fallidamente una exclusiva colonia veraniega con el nombre de Olinalá, su terruño. Lo de gallina le venía por haberse                                       fruncido en la defensa del voto favorable a él en las elecciones presidenciales de 1940, sobre el oficialista Manuel Ávila Camacho, y durante las cuales habían muerto decenas de almazanistas en todo el país.

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