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Renato Ravelo Lecuona

El viaje de los comediantes

Este largo viaje del cineasta griego Theo Angelopoulos que dura cuatro horas, se aguanta por una especie de identidad ideológica de sus espectadores, pues son ellos los que sienten la necesidad de ver el desenlace que tuvieron unos comediantes itinerantes en la tragedia griega en la Segunda Guerra Mundial, drama montado sobre su tragedia conocida por este sector de la izquierda.

La cinta es innecesariamente lenta y con un formato del viejo cine que está muy a tono con la historia que se nos cuenta, es decir, impregnado de nostalgia por una derrota trágica que sentimos en los griegos igualmente en muchos pueblos que lucharon por el socialismo con una fe digna de otros dividendos y que alentó el autosacrificio de pueblos enteros que finalmente fueron vencidos con una violencia absoluta y descarnada de las dictaduras derechistas del capitalismo de todo el mundo.

Parte de la lentitud de la historia radica en que Angelopoulos, con insistencia machacona, hace jugar a sus escenarios urbanos el papel principal de la desolación humana que atraviesa la historia real. Calles desiertas, casas abandonadas y en ruinas, abandono, destrucción, deterioro, todo en gran cantidad y variedad, un paisaje urbano casi todo el tiempo deshabitado, en las que aparecen de pronto personas a cumplir su cometido preciso en el libreto, frecuentemente sin expresión, como si todo los enmudeciera. Son los comediantes más silenciosos en su vida cotidiana que he visto.

La desolación del paisaje urbano, en las cuatro horas, se complementa con los frecuentes y prolongados silencios de los actores y de repente, dos que tres veces, algún comediante habla directamente al público para narrar la tragedia histórica que están viviendo, en largos parlamentos y en momentos patéticos.

Un ejemplo de ello es cuando tras la derrota de la ocupación nazi, los fascistas inician una campaña de exterminio de los confiados partisanos, capturan a la comediante mas comprometida –que servía de enlace con su hermano militante de la resistencia–, la golpean, la torturan, la violan y la dejan abandonada en algún suburbio, en donde se recupera y mientras se limpia la cara de sangre y polvo, hace el largo relato de esa traición al pueblo y denuncia cómo ante la desfachatez y exaltación reaccionaria del fascismo los guerrilleros comunistas de la resistencia popular, cayeron en la trampa de “los gobiernos de unidad nacional” tras los que se enmascara el apoyo de los imperialismos inglés y/o norteamericano, que dieron todo el poder de los estados a las falanges profacistas y éstos se encargaron del exterminio de la resistencia popular.

Una confrontación entre fascistas defensores del orden de privilegios y comunistas populares, se escenifica al estilo de los musicales estadunidenses en un salón de baile en que los bandos se deslindan con canciones y bailes, tipo West side story, que culmina con la imposición de la amenaza armada y un arrogante desfile del bando de fascistas que llegan al mitin en que asumen el poder en la plaza pública.

Esta “puesta en escena” y muchas referencias nos remiten también a la tragedia griega. Desde la entrada se ve el deambular, errante, del grupo silencioso de comediantes que llega a un comedor desde el que se perciben los cantos fascistas y provoca las reacciones contradictorias entre los comediantes, su expresión es de corte teatral pues se expresa en cantos: el director del grupo, que simpatiza con los nazis, toma una silla, se sube en ella y entona uno de sus cánticos mientras otro, que se había levantado airado de la mesa cuando había empezado a silbar, trata de responder con el canto de los partisanos y de esta manera teatral, con los demás personajes representándose en silencio, se plantea la condición heterogénea del grupo, unido simplemente por la necesidad de la sobrevivencia.

Otra referencia, por ejemplo, es que la comediante que sería violada junto con su hermano que se haría partisano, se reconocen como Electra y Orestes, aliados además contra la infidelidad de su madre evocando las tragedias respectivas de la familia de Agamenon, historia que corre paralela aunque confusamente definida por la fotografía.

En fin, la cinta de Theo Angelopoulos resulta de una cinematografía difícil, complicada, lenta, llena de simbolismos, con un manejo estético de los espacios escénicos hecha para verdaderos diletantes y una trama sobre el naufragio de las izquierdas, que aguantamos, creo yo, eso y más.

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