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Cuauhtémoc Sandoval Ramírez

El gobierno de Cervantes Delgado

La semana pasada se cumplieron cuatro años del fallecimiento del ex gobernador (1981-1987) Alejandro Cervantes Delgado, con los típicos homenajes vacíos de contenido, en los que ya no se aparecieron dos personajes impulsados durante su sexenio: Ángel Aguirre Rivero y René Juárez Cisneros, y en cambio sí asistió Héctor Vicario, personaje ligado a la dinastía de los Figueroa, con quienes el ex gobernador tuvo fuertes enfrentamientos durante su mandato.

Alejandro Cervantes Delgado sí terminó su sexenio. De enero de 1961, con la sexta desaparición de poderes y la caída del general Raúl Caballero Aburto al año de 1981, cuando empezó el mandato de Cervantes, en estos 20 años hubo siete gobernadores provisionales, sustitutos, interinos, y los llamados constitucionales (Arturo Martínez Adame, Raymundo Abarca Alarcón, Caritino Maldonado, Roberto Mercado por un día, Israel Nogueda Otero, Xavier Olea Muñoz y Rubén Figueroa Figueroa), claro síntoma de la ingobernabilidad que caracterizó a toda una etapa de la vida política guerrerense, que ahora finalizará.

Le tocó a Cervantes suceder a uno de los gobiernos más crueles y tiránicos que ha conocido Guerrero, el de Rubén Figueroa Figueroa, sólo comparado al gobierno de Caballero Aburto y superado por su hijo el hoy fugitivo Rubén Figueroa Alcocer, de tal modo que el gobierno cervantista es un oasis en el desierto de gobiernos inestables del Guerrero bronco que se niega a desaparecer.

Volví a leer el libro de la periodista Alicia Ortiz Rivera Alejandro Cervantes Delgado: un Guerrero sin violencia, editorial Grijalbo, que me ha servido de base para este artículo. A Cervantes Delgado le tocó la época de oro de la hegemonía priísta, cuando todo se decidía en entretelones, en negociaciones a espaldas de la gente, por compadrazgos y afinidades personales o de grupo y por las bendiciones (o maldiciones) del presidente en turno, o sea, la dictadura perfecta. En su caso, le tocó lidiar con los gobiernos de Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo, de quien se benefició del dedazo divino, y con Miguel de la Madrid.

El libro de Alicia Ortiz Rivera a cuya presentación asistí hace unos años, por invitación de la maestra Ifigenia Martínez que fue una de las comentaristas, es un magnífico relato del escaso margen de un gobernador con ansias renovadoras, que finalmente queda preso de las redes del caciquismo (y de los nuevos cacicazgos como los de Ángel Aguirre y René Juárez, que se incubaron en su sexenio), de las lealtades fingidas y del cáncer de la corrupción, (Popoca Boone, dixit) y del nepotismo que no pudo contener.

Sólo me voy a detener a comentar dos temas que están presentes en el libro: por un lado los preámbulos de destape, que está relatado en el capítulo Hacia la gubernatura, y por otra parte, a la etapa final de su vida donde retoma un aspecto crítico de la misma y el grado de intolerancia de sus antiguos empleados.

En agosto de 1980, Cervantes Delgado se reunió con Figueroa Figueroa y con Figueroa Alcocer en casa de ambos en el Distrito Federal. Cervantes Delgado le preguntó a Figueroa que cómo había llegado a la gubernatura y Figueroa le respondió con una carcajada

–¡Por uno sólo! ¡Una sola persona tomó la decisión, el presidente de la República, mi gran amigo! –le dijo en referencia a Echeverría.

En aquel momento habían surgido como hongos muchos nombres de precandidatos: Píndaro Urióstegui, Vicente Fuentes Díaz, Virgilio Gómez Moharro, Miguel Osorio Marbán, quien circulaba los rumores de que era el “bueno”, y hasta gastó dinero a morir, Daniel Molina, secretario particular del jefe de la policía capitalina y protegido de López Portillo, El Negro Durazo.

En realidad, para Cervantes Delgado el peligro real era “la posibilidad de que fuera un militar el candidato del PRI al gobierno de Guerrero y saltó a los periódicos el nombre del general Eduardo Aponte Cardoso, comandante de la 24 zona militar con sede en Cuernavaca”. (p.230). El interés de Figueroa Figueroa en ser sucedido por el general Eduardo Cardoso parecía evidente: “Dos hermanos del militar trabajaban desde hacía varios años con el mandatario en turno en sus empresas transportistas”.

Finalmente, el 28 de agosto llegó la bendición del telefonazo de Bucareli y el 2 de septiembre de 1980 el gordo Gustavo Carvajal, presidente en turno del PRI, destapó a Cervantes como el ungido para Guerrero. Al inicio de su campaña en Ciudad Altamirano, acudió el entonces gobernador de Michoacán, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

El PCM que recién inauguraba su registro electoral lanzó al maestro Othón Salazar Ramírez. Seis años después, cuando el Profe Othón ganó la presidencia municipal de Alcozauca, Ángel Aguirre a la sazón secretario de Gobierno de Cervantes Delgado, maquinó un fraude electoral en ese municipio. En una entrevista le señalé que nosotros no negociábamos los votos y de que era su responsabilidad cometer el atraco. Durante su gobierno, Aguirre Rivero de manera fingida rindió múltiples homenajes al maestro Othón.

Cervantes Delgado heredó difíciles temas que enfrentó al inicio de su gobierno, a los cuales no pudo encauzar de la mejor manera: la creación de Ciudad Renacimiento, el conflicto con los locatarios del mercado de Chilpancingo y la hostilidad gubernamental contra la UAG, sin embargo, un punto a su favor fue la amnistía que permitió que luchadores sociales como Pablo Sandoval Ramírez pudieran regresar a Guerrero.

El otro capítulo que quiero comentar es el titulado Intolerancia. A raíz de una invitación del ingeniero Cárdenas de incorporarse a la Corriente Democrática del PRI, que fue uno de los principales afluentes que formaron el PRD, Cervantes Delgado fue denostado.

Molesto porque no le cumplieron su propuesta de ser embajador en Cuba al concluir su gobierno, ya no aceptó ningún cargo en el gobierno federal. En septiembre de 1990, al presentar sus propuestas en la 15 asamblea nacional del PRI “un grupo con actitud porril le impidió concluir su intervención”. (p. 436). Otra rechifla la soportó en septiembre de 1996 en la 17 asamblea del PRI.

Mas esta actitud de intolerancia la vivió en su propia tierra y ante su antiguo subordinado, René Juárez Cisneros, en mayo de 1999, cuando “pretendió hacer algunas reflexiones de tipo ideológico y tocar el tema de la probable alianza opositora,                           fue cuando la rechifla se desató, esta vez tan fuerte que le fue imposible disponer de un par de minutos más para concluir su intervención”. Meses antes “se le vio tener contacto con altos dirigentes del PRD, como Andrés Manuel López Obrador y Félix Salgado Macedonio”. (p.440)

Alejandro Cervantes Delgado murió formando parte de la Corriente Renovadora del PRI que buscaba “eliminar corruptelas al interior de su partido, así como planteamientos a favor de una política económica con sentido social, y por tanto, su rechazo al modelo económico neoliberal, al Fobaproa y contra la privatización de la energía eléctrica”. Hoy que en Guerrero estamos inaugurando una nueva época, con la emergencia del primer gobierno democrático, hagamos homenajes sinceros y no fingidos y palaciegos.

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